Estatua de Horacio Ferrer, poeta tanguero autor de la letra de ¨Balada para un loco¨, a las puertas del Cafe Tortoni y el Museo Mundial del Tango. Avenida de Mayo, al ochocientos.
Estatua de Horacio Ferrer, poeta tanguero autor de la letra de ¨Balada para un loco¨, a las puertas del Cafe Tortoni y el Museo Mundial del Tango. Avenida de Mayo, al ochocientos.
Jaime Bedoya

1. El factor porteño

Buenos Aires no tiene vista al mar. No tiene las 400 huacas de Lima. Tiene esas dos columnas gastronómicas que son la pasta y la parrilla, pero no tiene la frondosa mixtura culinaria peruana. Lo que tiene es un elemento inmanente, entre atmosférico y social, que le auto genera una presuntuosidad que convoca y acoge al forastero con más calidez que distancia. Tiene el factor porteño.

Los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas, y los argentinos, de los barcos, reza la frase atribuida al Premio Nobel Octavio Paz.

Tan ingeniosa como histórica, la expresión aludía a esos componentes europeos, especialmente italianos, tan notorios en la idiosincracia bonaerense. Este temperamento se manifiesta en su carácter apasionado, familiar, amiguero y cultor de la discusión circular como una pizza, ahí donde hubiera posibilidad de desarrollarla. Es decir, acerca de lo que sea. El fútbol es solo lo más obvio.

El lenguaje bonaerense.
El lenguaje bonaerense.

A comienzos del siglo XX se construye en la vecindad del puerto de Buenos Aires el Hotel de los Inmigrantes, donde se acoge gratuitamente hasta cinco días a aquellos que llegaban a buscarse un futuro cruzando el Atlántico. Hoy es este el Museo de Inmigración, donde se cuenta del desembarco de los anónimos - e ilustres- que participaron en esta inserción social multicultural y diversa al otro lado del océano. Cinco millones de inmigrantes llegaron a este país entre 1857 y 1920, años en que Europa hubo hambre, guerra e incertidumbre.

En el Museo se encuentra la ficha de inmigración del alemán Albert Einstein, que llegó en 1925 con apenas 45 años a dar una docena de conferencias sobre la relatividad. Están las fichas de los poetas españoles Federico García Lorca, llegó con 33 años en 1933, y de Rafael Alberti que se quedó a vivir en la Argentina desde 1940 hasta 1977.

Y está la ficha del genovés Mario Bergoglio, que llegó soltero en 1929. Se quedó a trabajar en los trenes, se casó y tuvo un hijo que hoy es Papa en el Vaticano.

Visitante ilustre.
Visitante ilustre.

Cuando esta nueva ciudadanía marina toca tierra argentina es que empieza a forjarse la figura del porteño. Adaptando elementos del otro lado del océano, y creando novísimas fusiones de argentinidad, florece este personaje apasionado, gestual, parlanchín y proclive a la fanfarronada, pero siempre solidario y cultor de sus afectos. El fútbol y el asado son sus ritos principales. La familia y amigos son los protagonistas sagrados de esta liturgia doméstica.

Si alguien puede referirse al registro y disfrute de esta intensidad porteña, es un bonaerense por adopción (nació en Mercedes, a 100 kms de la ciudad), el notable escritor Hernán Casciari.

El atributo porteño se respira y vive desde el primer momento en que se interactúa con los bonaerenses. Se refleja en el habla, ese vestigio del lunfardo tanguero tan caro a Borges que era idioma casi secreto de arrabal: Guita es dinero desde que con una guitarra y algo de garganta alguien pudiera ganarse unos pesos. Estar con la fiaca, es decir víctima de una pereza irreprimible, viene del italiano dialectal fiacca. Y acaso el más popular y ubicuo sea el multimodal boludo, que según el contexto puede ser insultante, admirativo o cariñoso. El origen de este vocablo tiene un origen de abolengo independentista.

En su lucha por la independencia el ejército criollo argentino se organizaba en tres líneas de ataque. La primera era la de los pelotudos, que portaban grandes piedras amarradas a un palo con lo que buscaban derribar a los jinetes realistas. Luego venían los lanceros, dotados de arma blanca. Y en tercer lugar los boludos, que con sus boleadoras terminaban el trabajo ofensivo.

Un valiente, siempre en la primera línea de batalla.
Un valiente, siempre en la primera línea de batalla.

Huelga decir que pelotudos y boludos hacían gala de incuestionable valentía al enfrentarse solo armados con sus bolas ante enemigos mejor armados. Es la razón por la cual estos nombres adquirieron una connotación burlonan, la de alguien dispuesto a exponerse de la manera más cándida posible. Pero por encima ello, en virtud de su entereza y gallardía, los pelotudos eran sujetos dignos de afectuosa y tierna admiración. Ser un pelotudo es ser inocentemente corajudo.

Ser llamado boludo no ha de ser inmediata razón de alerta. Puede haber un cariño encubierto en su aparente tosquedad. Estamos en una ciudad donde los amigos son hermanos, los hombres se saludan con beso y nadie se incomoda por ello. Así que no hay porqué preocuparse si apenas aterrizado uno es gratuitamente catalogado de boludo sin mediar examen anatómico alguno. !Che boludo, al fin llegaste!, es otra manera de decir bienvenido. Estas son las sutilezas a las que se refieren los Fabulosos Cadillacs cuanto cantan la nuestra es agua de río mezclada con mar.

Este viaje recién comienza. (Continuará).



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