En 1985, película dirigida por el norteamericano-malayo Yen Tan, se nos cuenta la historia de Adrian Lester, un joven gay que vive en Nueva York y después de muchos años vuelve a la casa familiar, en Texas, a pasar las Navidades. Allí se reencuentra con sus padres, su hermano menor, su viejo barrio conservador y la misma atmósfera represora de la que había escapado para vivir su homosexualidad. Pero Adrian esconde algo más que su tormentosa doble vida, y el espectador entiende pronto que su viaje de regreso es, en realidad, un viaje de despedida.
La película habla de la condición gay y del sida, pero sin mencionar las palabras ‘sida’ ni ‘gay’. Al director le interesa que prevalezcan los silencios, los gestos, la incapacidad de los protagonistas para comunicarse (cada miembro de la familia de Adrian tiene un secreto). Además, el relato se desarrolla en 1985, época en la que el mundo solo podía reaccionar con desconcierto ante las primeras manifestaciones de la que al cabo sería la mayor epidemia de fines del siglo pasado.
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En realidad, ya desde 1982 los científicos hablaban del síndrome de inmunodeficiencia adquirida, incluso de los modos de transmitirla (sanguínea, coito sexual, materno-infantil); y para 1983 ya se sabía que el VIH era el agente que causaba el sida, pero recién en 1985 se sintió la magnitud de la enfermedad. Primero, porque en cada región del mundo se notificó al menos un caso de VIH-sida; y segundo, porque en julio de ese año el actor Rock Hudson anunció públicamente que padecía el virus, reconociendo al mismo tiempo su homosexualidad. Para muchas de nuestras madres descubrir las preferencias sexuales del rompecorazones más cotizado del Hollywood de los 50 fue una noticia más lamentable que su propia muerte, ocurrida solo tres meses después. “Rock Hudson le puso rostro al sida”, diría acertadamente la actriz Morgan Fairchild.
Nuestro país, desde luego, no fue ajeno a esa crisis. En Culpa y coraje. Historia de las políticas sobre el VIH/sida en el Perú (2001), el historiador Marcos Cueto señala que el primer caso en nuestro país se reportó en 1983. Se trataba de un paciente homosexual de Lima que había vivido en Nueva York. El profesor de la Universidad Cayetano Heredia Raúl Patrucco fue quien estuvo detrás de ese diagnóstico. Patrucco, dice Cueto, “jugó un rol fundamental en convencer a la comunidad médica y al público de que la enfermedad también existía en el país”.
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En esa investigación se cuenta que, entre 1985 y 1987, la prensa peruana se refería al virus con sensacionalismo, usando términos como “cáncer gay”, “peste rosa” o “la plaga infernal” (en otros países lo llamaban “la cólera de Dios”), o conjeturas apocalípticas del tipo “el sida puede acabar con la especie humana”. Otro historiador, Juan Antonio Lan, en su tesis “Sida y temor”, indica que en Perú se construyeron noticias “que describían a los homosexuales, prostitutas, delincuentes y drogadictos como los principales afectados y propagadores de la enfermedad”, a pesar de que otros grupos vulnerables (mujeres y niños) ya comenzaban a verse afectados.
No recuerdo a nadie que nos hablara del sida en el colegio o la casa. Recuerdo, sí, un documental de 1987, AIDS: Changing the Rules, donde aparecía un joven y didáctico Rubén Blades colocándole un condón a un plátano. Ahí se afirmaba que las reglas de la vida sexual de la humanidad habían cambiado drásticamente. Yo tenía 11 años, no sabía nada de las viejas reglas, menos de las nuevas, pero aquel documental me estremeció, más allá de la demostración de Blades, por los testimonios de varios hombres y mujeres que rompían a llorar mientras confesaban ser portadores del sida.
A lo largo de la evolución del VIH, la comunidad homosexual ha sido duramente azotada, a la vez que discriminada con impunidad. A pesar de que en el mundo, según Naciones Unidas, hay 37,9 millones de personas que viven con el virus en su organismo, los gays, bisexuales y lesbianas aún sufren las estigmatizaciones fabricadas en su contra desde los 80. Mañana, Día del Orgullo, impedidos de salir a marchar, podremos hablar con nuestras familias de todo esto: el clóset, el sexo silenciado, las enfermedades que llegan para quedarse, la necesidad de erradicar el miedo y la urgencia de amar en libertad. //