1. Escribirles una carta o grabarles un audio. Eso recomiendan médicos de todo el mundo a los familiares de los pacientes COVID-19 próximos a morir. En ciertos hospitales de Estados Unidos, grupos de voluntarios gestionan la donación de tabletas electrónicas para que los moribundos puedan ver a sus parientes por última vez. La imposibilidad de acercarse trastoca la forma en que solíamos despedirnos. Nada reemplaza, por supuesto, el abrazo póstumo ni las palabras definitivas que los humanos merecemos recibir y necesitamos dar en tales circunstancias, pero la emergencia obliga a buscar alternativas.
La verdad es que el distanciamiento social suena razonable hasta que la epidemia amenaza con llevarse a uno de los tuyos; de forma intempestiva además, porque este virus no contempla agonías: una vez que condena a su víctima-huésped, actúa de manera sumaria. “El tiempo que transcurre desde el diagnóstico de la enfermedad a la muerte, en los casos en que esta se produce, es demasiado breve, limitando por ello la posibilidad de realizar un duelo anticipatorio”, ha declarado a la agencia EFE el psicólogo clínico español Mariano Navarro.
Qué extraña suena hoy la palabra ‘duelo’, qué inadecuada, qué impropia de este nuevo mundo que anula la cercanía, que impide velorios y sepelios, las tradiciones funerarias más antiguas y simbólicas de la humanidad. “Me temo que, en algunos casos, el único momento en que la familia se encontrará con el cuerpo nuevamente será cuando los restos cremados lleguen por correo”, ha advertido al New York Times Amy Cunningham, directora funeraria de Brooklyn. Restos cremados enviados por correo: ese es el gélido trámite con que ahora se inician los duelos privados.
Más allá de que vienen improvisándose velorios y funerales on-line a través de streaming, y de que algunos deudos consiguen paliar en algo su drama encontrándose por Zoom, House Party o Google Hangouts, el doctor Mariano Navarro aconseja a las familias afectadas plantearse una posible ceremonia especial cuando se supere la crisis “para despedir adecuadamente al fallecido y así evitar que el sufrimiento quede instalado en su interior”. ¿Calmarán algo esos velatorios extemporáneos? ¿Serán realmente útiles? El profesor de Historia de la Universidad Emory de Atlanta Gary Laderman cuenta que durante la guerra de Secesión las familias estadounidenses embalsamaban los cuerpos de quienes morían en lugares remotos para preservarlos y luego devolverlos a sus casas, donde finalmente eran sepultados. Hoy ni siquiera contamos con esa posibilidad. “Por dolorosas que sean estas separaciones, tenemos que darles un significado”, señala Laderman.
2. Tenemos certeza del cambio en los ritos de la muerte, pero qué pasa con los ritos de la vida. Suele creerse que las catástrofes humanitarias son seguidas de un impulso vital, una explosión en la tasa de natalidad de los países damnificados, como si las sociedades intentaran contrarrestar la pérdida de miles de vidas trayendo niños al mundo. ¿Habrá un baby boom como el registrado en los meses posteriores a la Segunda Guerra Mundial o como los que supuestamente sobrevinieron al apagón masivo de Nueva York de 1965 o a los atentados del 11S? ¿Será reconocible una ‘Generación Cuarentena’? ¿Se hablará en el futuro de los ‘Coronaboomers’? Varios demógrafos y sociólogos han mostrado su escepticismo al respecto. Algunos incluso refieren ese ‘patrón’ como “leyenda urbana”. Sostienen que lo de la Segunda Guerra fue un caso insular, producido por la prosperidad económica que alcanzó Estados Unidos durante y después del conflicto, y por el horizonte optimista que compartían los más jóvenes.
Consultado por El Confidencial de España, el terapeuta sexual David Ley afirma que “no hay ninguna evidencia para pensar que en estos eventos haya más sexo ni nazcan más niños”. Su posición suena aún más coherente bajo el régimen actual, donde la aproximación física está prohibida y la crisis económica global aguarda a la vuelta de la esquina. Así también lo entiende Kenneth Johnson, demógrafo de la Universidad de New Hampshire, que hace unos días dijo al NYT: “Realmente no creo que las parejas digan: ‘¡Oh, tengamos un bebé en medio de la epidemia más grande que ha enfrentado el mundo en cien años!’”.
El pavor que nos rodea, la angustia que nos invade son de tal magnitud que la idea de reproducirse en el corto plazo suena insensata. Pero ya sabemos que la especie es insensata. Solo queda esperar hasta diciembre del 2020 y enero del 2021 para saber cuánto. //
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