Cualquiera que trabaje en la industria te dirá “el cine es puro trabajo en equipo”. Pareciera no ser una afirmación original; al fin y al cabo, cualquier industria o proyecto requiere de un esfuerzo colectivo para salir adelante. Pero a mí lo que me impresiona más del cine no es solo el talento individual para avanzar, sino, a su vez, el grado de confianza que se tiene que depositar, todo el tiempo, en el talento de los demás. Una película, a diferencia de un libro o una obra de teatro, es un acto de fe, porque nadie tiene el panorama completo, nadie sabe bien cómo se va a ver el producto final: avanzamos juntos, a ciegas, pavimentando mientras caminamos. Es el trabajo en equipo en su máxima expresión.
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Todos tenemos un ego. Todos queremos ser elogiados por nuestra valentía y determinación, nuestra inteligencia y rapidez de ingenio, nuestra creatividad y perspicacia para resolver problemas. Todos queremos que nos señalen por nuestras contribuciones y ser condecorados públicamente por salvar el día. Hay industrias, como la publicitaria, donde los egos son celebrados y los aplausos, la moneda de cambio. Nadie es más venerado que aquel que es dueño de “la gran idea”.
Pero el ego es un obstáculo en un set de cine porque solo eres dueño de una parte. Guion tiene las palabras pero no las imágenes, arte tiene el escenario pero no el movimiento, fotografía tiene el movimiento pero no el panorama, dirección tiene la visión pero no la ejecución. Todo esto sin contar que nadie tiene nada sin que producción lo agencie, y que no hay película sin que edición y posproducción agarre este rompecabezas y le dé sentido, ritmo y alma. El cine se beneficia de que todos los que están a bordo dejen de lado sus propios deseos y tengan el propósito no de destacar, sino de ser lo más útiles que puedan para los demás. Porque qué gloria hay en que solo una parte de una película sea genial, incluso si es genial gracias a ti.
Pienso en cuán lejos está esto de la realidad de nuestro país. Son muchas las crisis simultáneas que vivimos, pero, sin duda, una de las principales es la crisis de confianza. No confiamos en nuestras instituciones, en nuestros líderes, en el sistema, y, sobre todo, no confiamos el uno en el otro. Con razón o no, cada vez creemos menos que el de al lado está haciendo su parte, no confiamos en lo que trae a la mesa; es más, sentimos que sin el otro estaríamos mejor. Sin embargo, somos todos eslabones, pedazos. La historia no se cuenta bien sin la mirada del otro. Nos necesitamos más de lo que nos gusta admitir y, lo fundamental, el barco no va a avanzar si no confiamos en que la mayoría de nosotros no hemos soltado aún el remo y seguimos queriendo movernos hacia el mismo lugar. //
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