Llana, bisilábica y eufónica, la palabra ‘trampa’ ha irrumpido inesperadamente en el centro de nuestro debate electoral, a raíz del bochornoso incidente que Julio Guzmán protagonizara en Miraflores. Pero lo ha hecho debido al significado machista que la jerga peruana le asigna al término. En el argot popular, la voz ‘trampa’, ya sabemos, denomina a la amante, la concubina, la querida (también llamada ‘canal dos’), papel secundario, o más bien paralelo, que en esta historia sería encarnado por la abogada cusqueña Liliana Acurio Medina, a pesar de que el señor Guzmán ha sostenido que el único vínculo que los une, más allá del arroz chaufa compartido y los incombustibles globos en forma de corazón, es de tipo correligionario.
Si nos ceñimos a la convención académica, ‘trampa’ es un “dispositivo o táctica prevista para capturar, detectar o incomodar a un intruso”; o bien un “ardid para burlar o perjudicar a alguien”. La etimología, por cierto, subraya esa acepción explicando que ‘trampa’ proviene de ‘trap’, voz onomatopéyica germánica que alude al sonido del animal al caer en una trampa.
Aplicado al ‘affaire Guzmán’, ese significado calza bien con las excusas que voceros del Partido Morado han brindado en recientes entrevistas, al señalar que el video de la huida de Guzmán habría sido difundido estratégicamente por rivales políticos con el doble objetivo de ‘bajarse’ al ‘outsider’ y dañar a los postulantes al Congreso. Todo se habría tratado, pues, de una vulgar ‘trampa’. Tan decepcionante explicación –que evita ponderar hechos flagrantes y se centra básicamente en la difusión del material– equipara automáticamente a esos voceros con los patéticos escuderos de toda la vida, esos piquichones franeleros, miopes para el deslinde, dispuestos a chalequear a sus líderes sin temor a caer en vergonzosas contradicciones. Si una sensación ha recorrido el alma del electorado indeciso en estos días, es la siguiente: al momento de las crisis internas, los llamados a distinguirse no resultaban ser tan distintos que digamos.
Pero no solo la palabra ‘trampa’ se ha colado en la coyuntura; también lo ha hecho su forma infinitiva ‘trampear’, fina contribución de Martha Céspedes Muñoz, regidora de la Municipalidad de Casma, quien días atrás vía Facebook aseguró que a Guzmán hay que dejarlo tranquilo porque “tiene derecho a trampear”. En la replana local, mientras ‘trampa’ alude a una persona en concreto, ‘trampear’ hace referencia tanto al conjunto de acciones privadas que el ‘tramposo’ (o la ‘tramposa’) realiza con su ‘trampa’, como a la eventual capacidad de ambos para no ponerse al descubierto.
Aunque luego Céspedes Muñoz pidió disculpas aduciendo que la suya fue solamente una ‘chacota’, su comentario inicial refleja la ambivalencia de un sector de la sociedad que no decide qué es lo sancionable aquí: la supuesta infidelidad de Guzmán, el poco cuidado puesto en la organización del encuentro en Miraflores, su indudable torpeza al momento de abandonar la escena del crimen, su lamentable defensa televisiva o todas las anteriores.
Ya el maestro Julio Hevia, en su brillante Habla, jugador, reflexionaba precisamente sobre cómo nos polariza el drama del infiel ampayado: “Mientras un lado del régimen permite que una buena mayoría se interne, silenciosa, en terrenos resbaladizos, se jacte de saber hacerla; el otro lado del régimen exige suma precaución por los desbandes ajenos, despertando harta alarma por sus excesos y responsabilidades. Detectemos entonces la oscilación, la postura bicéfala que nuestra cultura exhala ante todo trabajo que suponga el pendejearse y el trampear, el hacerse invisible, el pasar piola, el ser solapa, el desaparecer a tiempo”.
Huelga decir a estas alturas que Guzmán no es ‘tramposo’ por haberse encerrado con una señorita en cuatro paredes, sino por haberse vuelto dependiente de una retórica mercadotécnica plagada de incoherencias y paradojas que datan desde la campaña anterior, surtida además de explicaciones inverosímiles que, más que despejar dudas, las incrementan.
Si la sensatez lo acompaña, en los próximos meses tendría que revisar seriamente sus planes presidencialistas. Mientras tanto, a su gente en el Congreso le tocará demostrar que la bancada morada no está hecha del mismo material gelatinoso que las convicciones de Guzmán. No vaya a ser que cuando la cosa se ponga caliente, también salgan corriendo. //