Luciana Olivares

"Podemos aceptar un padre imperfecto. Seamos realistas, la idea de un buen padre solo se inventó hace 30 años. Antes de eso se esperaba que los padres permanecieran en silencio, ausentes, poco confiables y egoístas. Todos pueden decir que queremos que sean diferentes, pero en algún nivel básico los aceptamos. Los amamos por sus debilidades, pero las personas no aceptan esas mismas fallas en las madres. No lo aceptamos estructural ni espiritualmente. Porque nuestro modelo a seguir –María, madre de Jesús– es perfecta. Ella es una virgen que da a luz, apoya inquebrantablemente a su hijo y sostiene su cadáver cuando él se va. Y el papá no está allí. Dios está en el cielo, es el padre y no apareció”.

El texto anterior es extraído de una de las más poderosas escenas de la talentosa actriz Laura Dern interpretando a Nora, la abogada de Nicole, el personaje de Scarlett Johansson en la nominadísima película Historia de un matrimonio. En esta escena Nora busca preparar y envalentonar a Nicole para el juicio con su futuro ex marido, Charlie, quien está luchando por llegar a un mejor acuerdo para la tenencia del hijo que tienen en común. Recuerdo que cuando vi esa escena vinieron a mi mente dos palabras: culpa y proveedor, palabras que lamentablemente están más que presentes en cuanto a maternidad y paternidad se refiere. Por un lado está ese sentimiento constante y acosador de no ser la madre perfecta y cuestionarte por si trabajas mucho para darle a tu hijo todo lo que necesita o si trabajas poco y no podrás darle todo lo que quisieras. De vincular por default la palabra maternidad con sacrificio y hasta incluso terminar participando en la bizarra competencia de qué mamá la pasó peor con el resfrío del hijo o durmió peor, como si padecer más te hiciera mejor madre.

¿Será que la abogada Nora tiene razón cuando dice que considerar como role model a la Virgen María en nuestro inconsciente nos hace sentirnos mejores mamás cuanto más nos flagelamos o nos crucificamos por el ‘bienestar’ de nuestros hijos? Pero luego está toda esa comparación entre la paternidad y Dios, dejando a los padres como a los proveedores, los que están siempre ocupados resolviendo construir el universo en siete días o cerrando un negocio. El que es omnipresente pero no papá presente, por eso quizás está casi siempre excluido en la publicidad de pañales, papillas o hasta detergentes. Pero luego entra a escena Charlie, el talentoso y exitoso director de teatro neoyorquino que lucha con uñas y dientes por pasar más tiempo con su hijo, a pesar de que se ha mudado a Los Ángeles con su esposa Nicole, quien quiere reflotar su carrera de actriz. Un papá que acaba de ganar un importantísimo premio y está muy ocupado trabajando en su siguiente obra, pero que intenta contarle siempre un cuento a su hijo de noche o preparar su disfraz (en vez de comprarlo) para ir juntos a pedir dulces en Halloween. Un esposo camino a ser ex esposo que no entiende por qué su mujer quiere más cuando en teoría lo tiene todo.

Y luego está Nicole, la esposa y madre que se acostumbró a vivir como zombie porque dejó dormidos sus sueños, que más que estar molesta por la infidelidad amorosa de Charlie –aunque él jura que fue solo una vez y, la verdad, “hace siglos que no tenían sexo”–, está furiosa por haber sido infiel con ella misma y haber asumido por años un papel secundario cuando ella quería ser protagonista. Están también los abogados, la implacable Nora, autora de la frase inicial de mi columna y por la que Laura Dern es la fuerte candidata a llevarse un Óscar como mejor actriz secundaria; y Jay, el abogado de Charlie, interpretado por Ray Liotta, quien no se queda atrás con su frase: “Los abogados penales ven a las personas malas en su mejor momento, los abogados de divorcios ven a las buenas personas en su peor momento”.

Pero sobre todo están ellos juntos y cada vez más separados: Nicole y Charlie sacando lo peor de cada uno e incluso deseándose la muerte para luego terminar llorando en el más desolador de los abrazos. Odiándose como pareja pero luego amarrándole al otro los zapatos para que, literalmente, no se caiga. Viviendo y disfrutando su individualidad y divorciándose del concepto de sacrificio, como cuando Nicole recibe la noticia de estar nominada a los Emmy no por ser actriz, sino directora, tirándonos a todos los espectadores una buena cachetada si en algún momento la pensamos egoísta por abandonar una vida ya consolidada por ir tras su sueño. Esa es Historia de un matrimonio, una película de maternidad, paternidad, culpa, empoderamiento, amor, desamor, nuevas familias, dinero (de los abogados, claro). Una película sin efectos especiales ni mucho maquillaje porque es la vida misma. //


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