1. Los hombres hemos sido educados para negar el miedo. El miedo pone en entredicho el concepto de masculinidad tradicional, que define al varón como un sujeto autosuficiente destinado a proveer, proteger y procrear. Por culpa de ese modelo las palabras ‘hombre’ y ‘miedo’ parecen repelerse igual que esos imanes que, al tener polos similares, es imposible juntar. Quizás ese principio del magnetismo explique todo: rechazamos el miedo porque estamos hechos de su misma materia. Somos miedo puro. Somos la suma de todos los miedos que vamos adquiriendo al crecer y que paradójicamente hemos aprendido a menospreciar, incluso a ridiculizar, con tal de sobrevivir en ese mundo en el que vivíamos antes de la peste, que funcionaba bajo un sistema de competencia inmisericorde que añadía al ‘miedo’ una consecuencia dolosa: el fracaso. Bajo esa lógica asquerosamente pragmática, la experiencia natural de sentir temor estaba reservada a ‘perdedores’ y ‘cobardes’. Es increíble constatar ahora cuánto tiempo hemos soportado vivir en ese mundo invivible. Hace unos días el filósofo alemán Gabriel Markus reflexionaba diciendo que “el orden mundial previo a la pandemia no era normal, era letal”. Para Markus, el virus no ha significado una ruptura de aquel orden, sino que ha “frenado brevemente el autoexterminio del ser humano”.
2. En su excelente crónica “El miedo en tiempos de coronavirus”, publicada en la revista Vice, el escritor y editor peruano Jaime Rodríguez, quien fuera hospitalizado en Madrid luego de dar positivo al COVID-19, confiesa lo siguiente: “Me duelen los brazos como cuando veo que mi hijo se acerca al borde de la azotea. Me sudan las manos. Tengo miedo de esta desconexión insondable y pesada conmigo mismo. Tengo miedo de no poder cerrar los ojos sin pensar en lo que debo hacer. Tengo miedo de no estar a la altura del valor que han mostrado Roci y Gabi. Tengo miedo de que nada cambie. Tengo miedo de que nada cambie en mí, nunca”. Además de un texto sobre las penurias vividas al interior de un sistema sanitario colapsado, el de Rodríguez es un relato sobre cómo, en los momentos de pánico, cierto pensamiento atávico reclama su lugar, y más que eso un ensayo acerca del miedo como confiable método intuitivo para repensar los afectos, las certezas, los límites, los roles.
3. Este miedo que hoy compartimos no es solo mental, es físico, está directamente vinculado con el cuerpo que protegemos para que no sea alcanzado por la infección. “La Naturaleza ya no es nuestra víctima; es nuestra amenaza”, ha escrito el argentino Martín Caparrós en el New York Times. Si hoy la “naturaleza” es esa dimensión exterior que concentra peligros, cabe preguntarse si en el futuro seguiremos apropiándonos del territorio público de la misma manera. La reconocida psicóloga boliviana María Galindo dice al respecto: “El coronavirus es la eliminación del espacio social más vital, más democrático y más importante de nuestras vidas como es la calle, ese afuera que en muchos casos era el único espacio que nos quedaba”. ¿Superaremos el miedo a la calle? Y si lo hacemos, ¿dejaremos de ver al prójimo como la transitoria encarnación del enemigo?
4. Uno de los rasgos menos contemplados del miedo es su condición efímera. Hay miedos, no miedosos. Así lo sostiene el neurólogo portugués Antonio Damasio, estudioso de las emociones y los sentimientos. El miedo, afirma, es un mecanismo que se activa en una circunstancia puntual, cumple su función y se olvida rápidamente. Incluso el miedo a la muerte, el más recurrente, se vuelve útil para reconocer la fragilidad y valorar la existencia. “Un robot será inteligente”, ha vaticinado Damásio, “cuando se sienta vulnerable y tema por su supervivencia”.
5. El psicoterapeuta español Luis Muiño opina que el personaje de “Juan sin miedo”, famoso cuento de los hermanos Grimm, está muy vigente. El cuento –cuyo título original es “Historia sobre alguien que se dispuso a aprender a temer”– trata de un muchacho que, incapaz de sentir miedo, sale a buscarlo, deseoso de experimentarlo. En el futuro posterior a la cuarentena, cuando inauguremos la nueva normalidad que nos aguarda, el miedo quizá se convierta en eso: una aspiración, un atributo, un valor. Nunca más un signo de debilidad. //
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