https://youtu.be/TLqWookBfKU
Ksi-merito
Jaime Bedoya

La música debería estar agradecida con el trío mexicano Flans. Esto porque la mencionada agrupación de blandengue nombre tuvo el tino de retirarse del negocio musical a tiempo, a diferencia de otras bandas que presumen eternos sus chirridos. Se viene a la cabeza, solito, el nombre de otro grupo mexicano con nombre de postre: Maná.

Otra persona que vive permanentemente agradecida al grupo Flans es la mexicana Amparo Serrano. Ella fue expulsada del grupo en 1985 justo antes de que viajara a Italia a grabar su primer elepé homónimo e inspirador: Flans. Canciones propias como ajenas, tales como “Bazar”, “No controles” y “Flans” (sic), lograron que el disco incomprensiblemente vendiera más de cinco millones de copias. Amparo rumió la oportunidad perdida mientras estudiaba diseño gráfico. Así pasaron treinta años. Fue recién entonces que fundó Distroller, versión fonética del inglés destroyer, empresa origen de los

La epifanía había visitado a Serrano durante un viaje a Guatemala. Se topó con una artesanía en la que se retrataba a una Virgen chueca y mal hecha pero con encanto. Tomando esa idea, diseñó una Virgencita con rasgos de cómic que hablaba en spanglish y prometía cuidar la lana, mexicanismo por dinero. Un éxito.

La narrativa comercial señalaba que provenían del planeta Neonatilán, habiendo llegado a la Tierra en un estado semiembrionario al interior de una incubadora que incluía alimentación umbilical y una serie de cuidados urgentes propios de la neonatología. Con nombres como Menuditita o Mokito, buscaban ser adoptados por niños terrícolas. Estas características generaron la leyenda. Eran muñecos que retrataban niños nonatos. Es decir, muertos.

En México mero es adjetivo y adverbio, que puede referir tanto identidad como precisión. Ksi-Merito sería algo así como ‘el que casi es’. La línea de juguetería en torno a ellos alude al umbral mismo de la vida —hay Sigotos, Prematuros y Mikromeritos—, lo que hace que algunos le atribuyan al muñeco una agenda política bajo el pañal. Además, cómo no, se le achacan perpetuar roles y estereotipos de género al idealizar la maternidad e imponérsela a la niña como aspiración vital (sic). En resumen serían juguetes ‘antiaborto’, si eso existe.

Distroller ha descartado que el juguete tenga que ver con temas de procreación, nacimiento o aborto. Es solo plástico de colores. Han sido un éxito mundial: adultos desfasados cuelgan videos en YouTube, en los que ellos juegan con los Ksi-Meritos, estos se venden alrededor del mundo y Serrano debe tararear un tema de Flans cada vez que va al banco.

Veo a mi hija jugar con su Ksi-Merito (el juego consiste básicamente en acostarlos unas 20 veces al día), y reconozco una burbuja de inocencia, inocuidad y bendita intrascendencia que trágicamente tiene los días contados. Sus verdugos serán el paso del tiempo y la cargosa ubicuidad de la ampulosa indignación permanente que ocupa la ociosidad contemporánea.

Fuera de ese refugio imaginario le esperan la histeria adulta y sus espectros: congresistas pidiendo aumento de sueldo para no robar, expresidentes prófugos que beben solos, niños que se matan jugando con el arma de fuego que el padre guardaba cargada en casa. Eso es lo que debería asustar.

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