Mejorada del Campo es una zona rural ubicada a 12 kilómetros del aeropuerto Barajas de Madrid. Allí, a la 1:06 de la madrugada del 27 de noviembre de 1983, el Boeing 747-283B de Avianca, procedente de París con destino Bogotá, perdió altitud por falla del piloto, se estrelló contra tres colinas sucesivamente, dio un giro sobre su propio eje y se partió en tres antes de caer a tierra envuelto en llamas y arrastrarse 300 metros a lo largo de un campo agrícola.
Los bomberos tardaron dos horas en sofocar el incendio. Murieron 180 personas y se contaron apenas 11 sobrevivientes. En la historia de España, este es considerado el segundo accidente con más víctimas fatales. “Aquello era una mezcla horrible de olor a gasolina y carne quemada, sin más luz que los faros de los Land Rover de la Guardia Civil, que solo tenía para identificar los cuerpos unos banderines de Coca-Cola con el eslogan ‘la chispa de la vida’”, le contó a El País el fotógrafo David Aguilar, quien llegó pronto a la zona del desastre.
Entre los fallecidos figuraban cuatro escritores: el mexicano Jorge Ibargüengoitia; la argentina Marta Traba; su marido, el uruguayo Ángel Rama; y el peruano Manuel Scorza. Ellos iban a hacer doble escala en Madrid y Caracas antes de asistir al Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana, organizado por la Academia Colombiana de la Lengua.
A Ibargüengoitia lo encontraron calcinado, abrazado al manuscrito de su último libro. El cadáver de Scorza, entre tanto, fue reconocido por uno de sus hijos gracias al antifaz que usaba para dormir y a una hoja escrita a máquina y corregida con su letra, que llevaba pegada al cuerpo. Ese mismo día, Scorza le había dejado a su hija Ana María una carta que terminaba así: “Ya hablamos, me tengo que ir”.
Es curioso que Scorza haya muerto un 27 de noviembre, fecha del aniversario de Pasco, región cuyas largas penurias él ayudó a denunciar. Si algo sabemos hoy de las sangrientas rebeliones indígenas de los años 60 contra los abusos de la minera Cerro de Pasco Corporation y contra la tiranía del sistema de justicia andino, es gracias a La guerra silenciosa, la pentalogía de Scorza, que incluye las novelas Redoble por Rancas (1970), Historia de Garabombo el Invisible (1972), El jinete insomne (1977), Cantar de Agapito Robles (1977) y La tumba del relámpago (1979). En esas páginas habitan personajes reales aunque parezcan ficticios, como el juez Montenegro, que podía pasarse 90 días jugando al póker y aprovechaba las eventuales pausas del juego para dictar sentencias, pero lo hacía según el humor que le dejaban las partidas de la víspera (si ganaba, un criminal podía quedar libre de inmediato; si perdía, un ladrón de ovejas podía pasar años tras las rejas); o ese patrón que envenenó a 15 miembros de un sindicato y luego elevó un informe aduciendo que se trataba de un “infarto colectivo”, versión improbable que la Corte de Justicia aceptó como cierta. Por esas páginas también transita el líder comunero Héctor Chacón, el ‘Nictálope’, quien fue condenado a 15 años de prisión en El Sepa y, tras la publicación de Redoble por Rancas, fue amnistiado por el presidente Velasco Alvarado. El propio Scorza viajó en helicóptero para darle a su personaje la noticia de su liberación. “La literatura es el gran tribunal de apelación donde se juzga lo que no puede juzgarse en los países. Gracias a la literatura ciertos expedientes no mueren, se reabren”, le dijo Scorza a Joaquín Soler Serrano, presentador de A fondo, famoso programa televisivo español de los 70.
En su faceta de editor, Scorza impulsó los famosos Populibros Peruanos, ambicioso proyecto que buscaba dar a conocer autores locales, tanto consagrados como debutantes. Lamentablemente, el proyecto fracasó por culpa de sus graves descuidos. En 1965, Julio Ramón Ribeyro envió una carta a El Comercio quejándose de las innumerables erratas aparecidas en su novela Los geniecillos dominicales: “Desautorizo públicamente dicha edición y me reservo el derecho de recurrir a la vía judicial”. Ya antes, Scorza lo había indispuesto al editar su libro Las botellas y los hombres con el título invertido: Los hombres y las botellas.
Para Alfredo Bryce –a quien un percance de último minuto salvó en el 83 de embarcarse en el avión siniestrado de Avianca–, Scorza “era un atormentado que sufría mucho porque quería ser amado en el Perú y el reconocimiento nunca le llegaba”.
El escritor murió con 55 años cumplidos, dejando una novela inédita (La conquista de Europa) y habiendo defendido ciegamente a los peruanos menos favorecidos, aquellos que eran (siguen siendo) aplastados por el poder económico y político. En ese programa de A fondo le preguntaron por qué todas sus historias acababan en derrotas y masacres. La respuesta de Scorza es de una inquietante vigencia: “Yo no acabo mis historias, las acaba la realidad”. //