El bondadoso efecto anestésico del fútbol incluye una ilusión óptica: lo que sucede en la cancha también podría suceder en la vida real.
Es decir, podría suceder que un equipo cumplidor y sujeto a la gitanería se crezca, se integre y medianamente funcione. Logrando así una victoria tan raquítica como épica, la misma que alimente los sueños de un país que no ríe desde cuando había que hacer cola para comprar oxígeno. O para respirar, que es lo mismo.
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Para determinar si este espejismo futbolero pudiera existir en la práctica, comparemos a los protagonistas del equipo de todos con este gobierno de algunos que hasta ahora no le han ganado a nadie.
UNO
Este es un cálculo imposible, pero la especulación es libre e ilimitada: ¿cuántos Pedros Castillos harían un Pedro Gallese?
La penosa performance del primero y su lamentable discernimiento a la hora de rodearse de indeseables para luego quedarse callado, no le suman. Agotado el período de condescendencia y paternalismo sobre un perfil apenas sostenido por un sombrero, la realidad confirma algo más que incompetencia. Hace evidente una sostenida mala voluntad hacia la democracia y su necesidad de transparencia.
En cambio, Gallese asegura el arco, da confianza con su solvencia, cumple su misión aplicando el buen juicio -salvo cuando juega sus pichangas extra curriculares en el hostal Wimbledon. Este Pedro tapa un penal mientras el otro tapa a sus amigos. Conclusión: no alcanzarían Castillos para hacer un Gallese.
DOS
Si en aras de la reconciliación nacional el país tuviera que hacer las paces un personaje público, ¿Quién sería el elegido: Christian Cueva o el ex Ministro del Interior Ayala?
Al señor Ayala, aún adherido al poder con baba, no le bastó entrar con una desaseada reputación al despacho del interior. A saber, un desastroso récord policial que lo hacía más digno de una alerta al Serenazgo que de una juramentación en Palacio. Como si eso no bastara, a la hora de ser expectorado a regañadientes se ha esmerado en exhibir un estilo patanesco y provocador, sabedor del respaldo presidencial que por turbias razones cuenta.
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Christian Cueva, por su lado, ha refrendado su enésimo acto de contrición con una participación decisiva en los últimos partidos de la selección. Si bien aún se sigue vistiendo con dudoso y oneroso gusto, a la fecha no ha vuelto a orinar en público. Y ese magnífico tiro libre ante Venezuela, disparo venenoso que buscaba propiciar el error ajeno, ha sido inmejorable oferta de disculpas públicas a la sufrida afición. Conclusión: es hora de hacer las paces con Cuevita. Ayala, al olvido.
TRES
Cuando la selección gana un partido se le quiere hacer un monumento ecuestre a Ricardo Gareca. Cuando lo pierde se habla de su sueldo. Gareca ha logrado un prodigio emocional y cohesionador del cual hablarán los hijos de nuestros hijos. Pero el hecho es que sus honorarios no tienen un origen público, sino privado. Es el caso contrario del aceitoso secretario presidencial Bruno Pacheco.
Cada centavo que recibe Pacheco por decirle a los comandantes militares o al jefe de la SUNAT lo que su jefe inmediato desea, se lo pagamos nosotros con nuestros impuestos. Nuestro sudor en la frente solventa su papel de lubricante palaciego. Que en términos delincuenciales configuran patrocinio ilegal y tráfico de influencias, por lo menos.
Conclusión: Gareca a Qatar, así sea en repechaje con Papúa Nueva Guinea. Pacheco a Piedras Gordas, previa inmersión en los deberes y derechos de todo colaborador eficaz que se respete. //
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*Solidaridad con Christopher Acosta y Jerónimo Pimentel ante la burrada judicial contra ellos de parte de un político (¿?) que tiene como mayor logro intelectual develar bustos de su persona en las universidades de su propiedad.
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