Nunca había escuchado a tantos peruanos interesarse por un mismo libro y debatirlo tan ardorosamente. Me refiero, claro, a la Constitución Política del Perú, el texto de moda, nuestro repentino título de cabecera, el improbable bestseller en tiempos de disolución parlamentaria. Es fácil suponer que la mayoría no ha leído la Constitución en su totalidad, ni siquiera parcialmente; por eso sorprende el ímpetu didáctico con que por aquí y por allá se comentan sus capítulos, se invocan sus apartados, se citan sus párrafos y hasta se interpretan sus disposiciones. ¿De dónde salieron tantos eruditos en la Carta Magna? Este ha sido, sin duda, el secreto mejor guardado de nuestras facultades de derecho. Para qué seguir exportando cocineros al mundo si el país se ha vuelto súbitamente pródigo en juristas.
Pero distingamos la paja del trigo. Por un lado están los constitucionalistas bamba, los abogados autodidactas, esos que creen haber leído la Constitución cuando apenas la han hojeado, muchos de ellos autores de infumables columnas periodísticas que, lejos de ayudar a desentrañar la controversia jurídica que vivimos, no hacen más que ahondarla. Por otro lado tenemos a los expertos de verdad, profesionales que se quemaron las pestañas estudiando leyes por años, cuyas opiniones, no obstante, también se encuentran divididas: los más reglamentaristas consideran que estamos en medio de un inobjetable “golpe de Estado”; el resto opina que se ha tomado una medida radical pero ceñida al espíritu de la norma.
Guste o no, solo corresponde al Tribunal Constitucional dirimir si Martín Vizcarra actuó o no legalmente al disolver el Congreso refiriendo una “negación fáctica” de la confianza solicitada por el ex primer ministro, Salvador del Solar, el pasado 30 de setiembre ante el Parlamento.
Un pronunciamiento de esos magistrados, a favor o en contra del presidente, aclarará el panorama mas no calmará las aguas. En el Perú las aguas se repliegan, nunca se calman. Recordemos que precisamente la actual constitución nació –en 1993– en medio de una turbulencia política que veintiséis años más tarde sigue reproduciéndose. Su aprobación se produjo luego de un referéndum cuyos resultados fueron ajustadísimos: el 52% votó por el ‘sí’ y el 47% por el ‘no’. ¿Es gobernable un país cuyas leyes generales se definieron con tan estrecho margen de legitimidad? Ya vemos que no. Como tampoco es gobernable un país con una mayoría congresal tan conflictiva como la que ejerció Fuerza Popular, que nunca se interesó por luchar contra la corrupción de verdad, quizá porque hacerlo implicaba atentar contra su propia matriz.
Lo que defina el tribunal no acabará con la polarización reinante, pero será útil en otro sentido. Servirá, por ejemplo, para acabar con el estado de anomia en que se halla esa entidad fantasmagórica denominada Comisión Permanente. Sus improductivas sesiones en el Hemiciclo hasta ahora solo han servido para que sus integrantes hagan terapia de grupo desfogando su frustración, asimilando su desempleo y tratando de definir metafísicamente el sentido de sus existencias.
En lo personal, espero con ansias la palabra del TC para ver si así llega a su fin la tensión familiar suscitada gracias al accionar presidencial. Mi suegro llama usurpador a Vizcarra, sale a marchar contra el Gobierno y sospecha que la izquierda radical tomará el poder tarde o temprano. Desde hace días mantengo con él un cordial fuego cruzado por WhatsApp, que se traduce en el intercambio de todo material que sirva para fundamentar nuestras posiciones adversas: editoriales, columnas, entrevistas, viñetas, memes. Mi suegra también piensa que el país está a la deriva y que vamos rumbo a convertirnos en la Venezuela de Maduro. Mi esposa aplaude las intervenciones de Vitocho García Belaunde en el programa de Jaime Bayly y escucha con preocupación mis opiniones ‘progresistas’ en la radio. Hasta mi hija de dos años me sorprendió la otra tarde llamándome “¡caviar!”. Como represalia. he dejado de contarle cuentos por la noche; ahora le leo la Constitución. Como es lógico, el primero en dormirse soy yo. //