El 12 de enero, BZRP, compositor y productor discográfico argentino que a estas alturas ha convertido su estudio musical en un consultorio terapéutico, lanzó una colaboración con Shakira. Si usted no ha escuchado aún la canción, revise a ver si no está en coma.
La canción son casi 4 minutos de pop sintético y lírica vengativa donde una Shakira en modo “el mundo se acaba y yo no me voy a ir sin decir unas cositas” arremete contra el que fue su pareja por 11 años, Gerard Piqué, que en los últimos meses le dio check a todos los clichés del hombre infiel: no solo se metió con una chica a la que Shakira le dobla la edad, sino que aparentemente la llevaba a la casa de los dos mientras ella andaba de viaje.
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El tema alcanzó 64 millones de reproducciones en 24 horas en YouTube y, más interesante aún, convocó un ejército de opiniones que van desde declarar a este como el nuevo himno de la revolución femenina hasta indignados comentarios de quienes consideran a la canción un traspié antifeminista porque en la letra tira bajo el bus a otra mujer (la nueva novia). ¿Mi favorito? El grupo de personas preocupadas por cómo se sentirán los hijos con la canción, pero que anduvieron convenientemente calladas cuando el escándalo de la infidelidad recién se destapó.
Lo cierto es que hay un análisis desproporcionado sobre qué tan bien o mal está lo que hizo Shakira. A las brujas siempre a la hoguera. Que si los trapitos sucios deberían lavarse en casa, que es una vergüenza hacer un negocio del dolor, que es inmaduro, lastimero, victimizador, abusivo, patético. Una fila de adjetivos que buscan decirle a una artista que su gestión del duelo está mal hecha como si le correspondiera a alguien más que ella decidir qué hace con los pedazos de lo que se rompió. Es imposible no pensar que la balanza se inclina por el género, que molesta mucho más que una mujer salga a mostrar las hilachas, la piel expuesta.
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Yo no voy a venir a defender aquí a la canción como pieza de arte, pues la misma Shakira tiene composiciones muchísimo mejor logradas sobre el desamor como la descarnada Si te vas o la poética No. La defiendo como lo que es: un berrinche, un grito balbuceante de independencia, un dardo dirigido, un tributo al despecho. Es desamor pero no solo es desamor. Escribiendo esta columna intenté encontrar una traducción al inglés de “despecho” sin suerte. El corazón roto es una cosa, pero cuando también se rompe el ego, se genera una tormenta devastadora. Te estás por caer al abismo pero no lo harás sin antes agarrarte de la pierna de quien te empujó. ¿Es sano, maduro, productivo? No, pero ese dolor no tiene porque ser ni literario ni medido, ni brillante ni recatado, puede ser imperfecto y básico y vengativo porque a veces no se puede ser la mejor persona: esos son privilegios de quien no tiene el corazón desangrándose en la mano. Algunas heridas cicatrizan con fuego.
“Quiero abrazar a las millones de mujeres que se sublevan ante los que nos hacen sentir insignificantes”, dijo Shakira en un post de Instagram después de la lluvia de comentarios. Y sí, hermana, que calladas nunca hemos estado más bonitas, que el despecho es a veces el combustible más eficiente que tenemos para zafar y que es nuestra prerrogativa agarrar el barro, moldearlo y venderlo al mejor postor. //
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