La dificultad no solo genera evolución, sino que también estimula la imaginación. (Ilustración: Nadia Santos)
La dificultad no solo genera evolución, sino que también estimula la imaginación. (Ilustración: Nadia Santos)
Luciana Olivares

Hoy es el gran día de ese evento que habías preparado por meses y soñado por años. Traerás a Lima no solo a tu ídolo del mundo de las comunicaciones, sino al presidente de la maestría en Berlín que había cambiado tu vida. Todo estaba fríamente calculado, hasta auspiciadores conseguiste para financiar la venida del gurú del marketing desde Suecia, así que tu único estrés podría ser qué vestido usar, ya que te tocaba dar las palabras de bienvenida frente a 600 personas.

Te despiertas muy temprano en la mañana, tarareando en tu mente Mariposa technicolor, que es lo que cantas cuando estás contenta. Pero el beso en la frente de tu novio, en vez del tradicional piquito mañanero con cara de asustado, te advierte que algo no anda bien. ¿Serán los estragos de los langostinos al ajillo de ayer? Piensas en tu mente para no parecer loca. Así que saltas al baño a darte una nueva lavada de dientes, a pesar de que por estresada los lavaste dos veces ayer.

De pronto irrumpe un alarido que tú misma produces en toda tu casa. No es una araña ni un ratón, es un elefante, más bien una trompa de elefante que ahora tienes por boca y acabas de descubrir mirándote al espejo. No exageras, los otros miembros de tu casa no saben si reírse o asustarse. Estás intoxicada y lo cierto es que ya no viene al caso culpar a los langostinos del día anterior. Te vas a la clínica volando. Mientras manejas lloras o lloras mientras manejas, el punto es que no puedes dejar de repetirte: “Por qué hoy y por qué a mí”. Hasta haces un examen de conciencia mientras esperas la luz roja. Cambia a verde y llegas a la conclusión de que no te mereces tremendo castigo. Llegas a la clínica y por primera vez en la historia los enfermos de la sala de emergencia te ceden el paso simulando la separación de las aguas de Los diez mandamientos, mientras ven con asombro la versión femenina del hombre elefante.

Cuentas tu tragedia y logras que los doctores se pongan creativos y solidarios con la causa, pero la trompa sigue firme a pesar del hospitalario cocktail: tres inyecciones contra picadura de abejas y algunos otros brebajes que no puedes pronunciar. Se acerca un doctor, según tú para compadecerte y decirte que todo saldrá bien, pero hace todo lo contrario. Te sincera las cosas, recordándote que cuanto más llores, más hinchada te pondrás y que la trompa permanecerá contigo como mínimo 24 horas. No hay nadie a quien culpar, matarías a ese langostino pero ya está muerto. ¿Te resignas a perder tu gran día y quedarte fuera, triste y trompuda; o enfrentas tu problema, lo capitalizas y sales con la trompa en alto?

Agarras tu cartera y te trepas al carro; notas que sigues siendo un espectáculo para otros carros en el semáforo, que preferirían darle unas monedas a la mujer elefante que al malabarista que tenemos al frente, pero no te importa. Pones a todo volumen Mariposa technicolor mientras repasas en tu mente el discurso de hoy para presentar a tu ídolo. Llegas a tu casa y te pones tu vestido favorito, ese de flores pegadito con un discreto escote que usas para ocasiones especiales. Te echas rímel para resaltar los ojos y dejas tu trompa al natural (está bien que la aceptes pero tampoco estamos para lápiz de labio). Te paras en frente de esas 600 personas y escuchas algunos cuchicheos. No sabes leer labios pero apostarías que más de uno está hablando de tu terrible exceso de bótox. “Si supieran que mi ‘cirujano’ fue un infame langostino”, piensas, pero tratas de no distraerte ni cohibirte. A propósito de que tu evento se llama “Piensa en grande”, aprovechas el título y comienzas con la siguiente frase: “He pensado tanto pero tanto en grande, que la boca se me agrandó y debemos tomarlo como una señal de cuán poderoso y grande es el poder de la comunicación”.

Escuchas risas, algunos aplauden y tu trompa o boca se convierte en un mensaje y no en un estorbo. Ya de noche, en tu casa, te vuelves a mirar al espejo y analizas detenidamente tu trompa: no es que le hayas agarrado cariño pero ya no la ves con desprecio. Esa trompa te había enseñado que cuando tienes limones claro que puedes hacer limonada, pero cuando te toca un limón podrido no debes darte por vencido, puedes hacerle ojos, nariz y boca hacerle un hueco para colocarlo en tu dedo y convertirlo en tu nueva versión de títeres reciclados. La dificultad no solo genera evolución, sino que también estimula la imaginación. //

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