A todos los prófugos del mundo, a quienes quisieron contemplar
el mundo, a los prófugos y a los físicos puros, a las teorías restringidas y a la generalizada.
Luis Hernández
Dos ventanas inmensas donde se puede ver cómo desaparece la Luna a las 2 de la mañana. Una mesa grande con asientos ergonómicos, computadoras con software especial -diría secrerto- para decidir la bitácora del día: la galaxia de Andrómeda, la nebulosa de Orión, el cúmulo globular Omega Centauri. O Venus, Saturno, Marte y la Luna, como esta noche de setiembre. Trajes herméticos para curarse del frío o del calor. Habitaciones para dormir o, lo que es lo mismo, compartimentos donde descansan telescopios, lentes, estabilizadores, cables; comida especial para sobrevivir la madrugada: los cuerpos celestes viven con mayor intensidad en la noche. Libros de astronomía, física, diccionarios especializados. Luces que nacen en la tierra y apuntan, verde fosforescente, hacia el cielo.
No es una base espacial ni un planetario, aunque uno podría confundirse.
Es la casa con jardines y plantas de hierbaluisa de José Calle, en Santa Eulalia, a dos horas de Lima por el tráfico de la Carretera Central. El búnker de La B.A.S.E., las siglas de Base Astronómica Santa Eulalia, el nombre con el que siete peruanos –el grupo crece cada vez más– se reunieron el último sábado con la intención de mirar el espacio con la curiosidad de un astrónomo, un astronauta, un científico. O de un niño. Y aunque ninguno lo sea, es probable que todos puedan bajar una estrella. O poner la Luna a tus pies.
LA CRÓNICA COMPLETA DE LOS ASTROFOTÓGRAFOS EN SANTA EULALIA ESTE SÁBADO