Nirvana, la gata, se posa sobre el brazo del mueble donde está sentada la fotógrafa y la espanta. Detrás de ambas, junto al piano, está estacionado un bastón. La silla de ruedas y el andador, en algún otro lado del departamento que mira al parque Reducto. Por ahora, los artefactos/vehículos no son necesarios. Francesca Brivio está caminando de nuevo. Hablando sin que le falte el aire. Saliendo a la calle sin que las taquicardias le aprieten feo el pecho. Su novio, el ícono del rock nacional Miki González, le ha avisado hace poco que ha conocido en Estados Unidos a un médico especialista en mastocitosis sistémica, la extraña e incurable enfermedad que ella padece desde el 2009. Así que están planeando verlo próximamente, porque en el Perú nadie puede ayudarla. De a pocos, pues, la vida de la actriz y conductora de 38 años parece ir estabilizándose luego de que en marzo sufriera una grave recaída. Esta vez –porque el dolor y el daño con este mal tienen orígenes distintos–, la crisis se concentró en el estómago. A ella el hambre se le desapareció por completo y las consecuencias fueron desgraciadas: 15 kilos menos en tres meses y un agudo cuadro de desnutrición del que todavía no sabe si ha salido.
“La mastocitosis te puede matar de hambre, sí. Durante semanas lo único que pude tomar fue un batido por las mañanas. Nada más. No me entraba otra cosa. No podía ingerir nada. En la mesa de noche tenía frutos secos para no olvidarme de masticar. Si conseguía admitir tres o cinco, me llenaba en el acto. Era y es horrible todavía, pero tengo que decir que estoy mejor. En julio subí kilo y medio y ello me tiene contenta. Ahora bebo el batido pero, además, tengo un tapercito con quinua que cuchareo todo el día. Eso es todo y, para mí, es un montononón”, cuenta Brivio mientras acaricia la cabeza de Nirvana, que se ha pasado a su lado. En ese lapso, agrega, llegó a pesar 52 kilos, realmente poco si se tiene en cuenta que mide 1,71 m.
Este pequeño gran avance, que ha conseguido sacarla de una depresión también reactivada, se debe a varios factores, explica ella. Al amor descomunal que le profesan sus tres hijos: Lucas (19), Franca (14) y Morgana (10); a la complicidad y el apoyo de González; y a los camiones de buenos deseos y aliento que le llegan por las redes y en la calle de parte de gente que la conoce y de la que no. Pero, además, porque desde hace semanas consume, en gotas y también con un vaporizador, como se hace legalmente en otros países, algo sobre lo que solo había leído en las maratones informativas que suele hacer con libros, revistas especializadas y páginas confiables de Internet en busca de alivio para sus numerosos y terribles síntomas: el cannabis.
Historia clínica
En este punto resulta imperioso decir que los problemas gastrointestinales que ha sufrido Francesca Brivio recientemente solo han sido los últimos de una larga lista de síntomas con los que ha tenido que batallar durante ocho años. La mastocitosis sistémica, en principio, es un trastorno de las células llamadas mastocitos, las cuales aumentan anormalmente en varios órganos. Producto de ello es que el paciente puede padecer de alergias, dificultad para respirar, baja presión arterial, ronchas e inflamación en la piel, náuseas, vómitos, diarreas, desmayos, dolores de cabeza, taquicardias, sangrados uterinos, etc. Elija cualquiera. Ella ya lo tuvo. Ya lo soportó. Ya lo sufrió. Ya lo sobrevivió. Al no tener cura, lastimosamente, todo puede volver a ocurrirle.
“Había leído del uso medicinal de la marihuana, pero ni se me ocurría probar con eso porque aquí eso aún era ilegal. Producir aceite requiere más de ocho gramos de la planta, que es la cantidad que sí se permite poseer. Pero hace unos meses llegaron unas amigas de Colombia, donde esto está despenalizado, con dos goteros sellados, de marca. Probé y ayudó en algo, pero la molestia en el estómago continuaba. Seguí instruyéndome y a eso le sumé el vaporizar un cachito de la hoja. Ambos métodos están contemplados por la ley en otros lados. Fue la combinación de los dos lo que en mi caso resultó. Esto ha menguado sustancialmente varios de mis síntomas, incluso el problema del apetito. De eso no tengo duda”, detalla.
La causa
Brivio, como muchos otros peruanos con padecimientos críticos como el cáncer, la epilepsia o la esclerosis, se veía forzada a hacer uso terapéutico de la planta a escondidas y sin el debido asesoramiento de un médico porque en el Congreso no terminaban de decidirse por discutir los proyectos de ley que contemplan la legalización con este fin.
“El que esto no sea legítimo hace que se corran muchos riesgos. La persona que me regala las hojitas, menos de los ocho gramos permitidos para que pueda vaporizarlas, no es la que las cultiva.
Tampoco sabe quién lo hace porque un amigo de un amigo se las dio. Hay que tener mucho cuidado con la marihuana que se usa para preparar los aceites. No puede haber crecido con pesticidas o
tener orina encima (a veces se micciona sobre ella para despistar en los controles policiales). Eso podría terminar por enfermar peor a cualquiera. A esto es a lo que nos exponen las autoridades al no poner celeridad en este tema. A que por la clandestinidad no haya un
control de calidad de lo que estamos ingiriendo”.
Comprometida cada vez más con aquella causa, Francesca estuvo en contacto con asociaciones de pacientes que trabajan por la legalización desde el año pasado. “Creemos que es muy importante, el permitir el autocultivo y no solo la importación de fármacos. La medicina no puede ser elitista y dejar que solo accedan a ella quienes
puedan pagarla. No tendría que haber mayores problemas si todo está debidamente controlado por el Estado, como pasa en otras realidades. La salud es un derecho básico de todos y, aunque no cure los males, el cannabis alivia el dolor y las molestias. Eso, para alguien que tiene años sufriendo, créanme que es bastante”, indica.
Mientras queda atenta a lo que pase con el debate y la toma de decisiones, la artista aprovecha el pequeño gran bono de energía con el que cuenta por estos días para concretar, por lo menos, una actividad diaria. Ir al supermercado, a la actuación de la menor de sus
hijas en el colegio o visitar a los amigos en sus cumpleaños. “La vida es ahora y hay que disfrutarla porque no sé cuándo volveré a usar la silla de ruedas o postrarme en la cama. Agradecer y luchar por la vida, eso es lo que he aprendido. Y eso es lo que siempre buscaré hacer”. Nirvana la mira. Ronronea.
Esta nota fue publicada el 19 de agosto del 2017 en la revista Somos.