Jonathan Paredes of Mexico dives from the 27 metre platform during the first competition day of the seventh and final stop of the Red Bull Cliff Diving World Series in Bilbao, Spain on September 13, 2019. // Romina Amato/Red Bull Content Pool // AP-21JG3VU1H2111 // Usage for editorial use only //
Jonathan Paredes of Mexico dives from the 27 metre platform during the first competition day of the seventh and final stop of the Red Bull Cliff Diving World Series in Bilbao, Spain on September 13, 2019. // Romina Amato/Red Bull Content Pool // AP-21JG3VU1H2111 // Usage for editorial use only //
/ Romina Amato
Jaime Bedoya

UNO

Un hombre de pelo completamente blanco y arrugas correspondientes a las canas, pero de un estado físico que testimonia un pasado atlético, busca algo de sombra sobre el puente Des Sables, en la ciudad de Bilbao. Los últimos rayos de sol del languideciente verano europeo golpean con fuerza. Se pasa la mano sobre la nuca embadurnada de bloqueador para refrescarse y sus dedos revelan un anillo plateado que refleja en un destello un símbolo universal: los cinco anillos olímpicos.

Esa chispa asocia la cara con el recuerdo. Las imágenes de un cuerpo cayendo en perfecto estado de gracia rumbo a una piscina. Las medallas de oro. El golpe en la nuca con el cemento en Seúl 88. Su salida del clóset, su revelación como seropositivo. El boicot. El regreso. Greg Louganis, norteamericano cuatro veces medallista de oro olímpico, está sentado haciendo tiempo al borde de la plataforma desde donde se disputará la final de la Red Bull Cliff Diving de 2019. Ya tiene 60 años y los pulpines que lo rodean no tienen idea de quién es. Clavadistas con la mitad de su edad, y menos, quieren asomarse a la proeza de hacer de una caída una danza. Louganis saltaba desde los 10 metros. Esta tarde serán 27: el impacto es nueve veces más fuerte que la altura olímpica.

DOS

La caída dura tres segundos. Ahora imagínate que vas a 90 kilómetros por hora, dice Louganis. Explica que no tienes tiempo para mucho, salvo correcciones mínimas de una rutina ensayada obsesivamente en busca de los criterios del jurado: el lanzamiento, la posición en el aire, la entrada al agua. El resto, como decía Borges cuando parecía bajar apurado las escaleras, es mérito de sir Isaac Newton.

Franz Linder, CEO de la marca suiza de relojes Mido, tiene una opinión más elogiosa. Serán tres segundos, pero es una fugacidad que supone excelencia en lo que a precisión, exactitud y timing se refiere. Por ello auspicia el evento a través de su reloj submarinista bandera, el Ocean Star. Este se puede sumergir hasta los 600 metros. La profundidad del agua mínima para la competencia de Red Bull es de cinco metros.

TRES

El colombiano Orlando Duque prácticamente fundó esta competencia en el 2009: fue el primer campeón. Hoy se retira con 45 años. Empezó en el clavadismo al tirarse por primera vez de niño a una piscina para recordar al llegar al agua que no sabía nadar. Representantes de la bebida energizante lo “rescataron” de un circo en Austria donde lo hacían lanzarse desde altura a una piscina “del tamaño de un cenicero”, para hacer de su talento un punto de enganche con la búsqueda juvenil de adrenalina. Duque fue 11 veces campeón de Red Bull y tiene dos récords Guinness en su haber. Ha saltado en el Amazonas, en la Antártica y sobre la Estatua de la Libertad en Nueva York. Calificó por Colombia a las olimpiadas de Barcelona 92 pero no fue por falta de fondos.

Duque ha visto accidentes fatales en su oficio. Han muerto amigos suyos. Hay quienes han perdido todos los dientes. Hay de los que se les ha partido la cadera en dos. Para él este deporte tiene un dogma mayor: al llegar al agua, las piernas siempre juntas. Caso contrario, el impacto con el agua podría despedazarlo como se despedaza la pierna de un pollo a la brasa.

Duque hace su último salto. Su amigo y discípulo, el mexicano Jonathan Paredes, llora conmovido. La gente al borde del río Nervión hace un silencio majestuoso. Es un salto limpio, clásico, con el que se hizo conocido, que rasga el agua como una navaja. Y solo dura tres segundos. // (J. Bedoya)

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