Para que Alondra García Miró esté hoy en una sala de las instalaciones de este Diario, en el Centro de Lima, bebiendo café a temperatura ambiente luego de una intensa sesión de fotos que ha durado más de tres horas (entre flashes, retoques de maquillaje y cambios de vestuario), ha tenido que pasar por varios altibajos. Por ejemplo, empezar en el modelaje cuando aún estaba en el colegio, afrontar el luto en el segundo año de su carrera universitaria, emprender un (primer) negocio propio a los 19 años, entrar a la televisión, dejar su hogar para iniciar una vida en Brasil, abrir un restaurante en 2019 y embarcarse en relaciones amorosas que han estado bajo la atenta lupa mediática.
Esos pasajes de su vida, dice la muchacha de 28 años, han sido parte del aprendizaje. “Hoy en día no me arrepiento de nada de lo que he hecho. Me puedo haber equivocado, sí, pero es parte de crecer. Si estoy donde estoy, es por todo lo que he pasado. Estoy segura de que todo ha encajado para que hoy esté aquí, sentada contigo, dando esta entrevista. Así tenía que ser”, comenta con convincente certeza. La figura pública es bastante afable delante y detrás de cámaras. Explica que esa buena predisposición viene del amor a su trabajo. “Lo hago con el corazón feliz. Me he dado cuenta de que realmente soy afortunada”. Esta última frase la repite constantemente en nuestra plática, y pronto entenderíamos el motivo.
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María Alondra García Miró Santillana viene de una estirpe artística. Su padre, Rafael, es un reconocido pintor y artista plástico. Su madre, Maricarmen, fue modelo y diseñadora de interiores. “Mis padres me han enseñado que si voy a hacer algo, que lo haga bien”. Frase que realmente entendió cuando, allá por el 2005, inició en el modelaje con una reconocida tienda por departamento (de la que hoy es imagen). Se graduó del colegio Villa María y supo que quería ser diseñadora de modas. “Desde chiquita estuve metida en ese mundo. Aparte que era una carrera que mi mamá siempre quiso y nunca pudo hacerla. Fue como un sueño compartido entre ambas”. Ingresó a la escuela Mod’Art International, pero su vida dio un giro de 180 grados.
“Cuando mi mami falleció [hace una pausa] estaba en el segundo año de carrera. Todavía faltaba un año, pero me dije ‘he empezado esta carrera con ella, casi como un sueño juntas, tengo que terminarla’”. Dice que la ayudó aferrarse a Dios. En los momentos que quería paz, escuchaba el evangelio. “Soy supercreyente. Todas las noches, antes de dormir, rezo”.
Como una especie de señal divina, una amiga le propuso emprender un negocio: una marca de zapatos. El recibimiento fue tal, que decidieron expandir el negocio a la venta de ropa. A los 19 años, Alondra inauguró Soirée (‘noche’, en francés) en la avenida Caminos del Inca, en Surco. El siguiente paso era tener un taller propio. “En ese ínterin, se presentó la oportunidad de trabajar en la tele: entrar al mundo de los reality. Me metí contra viento y marea […]. En esos dos años me entretuve un montón. El sueldo me daba para poder vivir e inyectar dinero a mi marca. Hice caja chica y cuando estaba por salir [de las pantallas] para meterme de nuevo al tema de la moda, me fui a vivir a Brasil. Esa ya es otra historia”.
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