Ellos son Lima. Por lo menos, esa Lima que solo existe en la memoria.
EL LECHERO
Vestía delantal blanco, a veces gorrita y, alineados en la carretilla como si fuera un ejército, varios peroles altos de aluminio (1) en el que viajaban litros de leche fresca, recién ordeñada, por los barrios de la clase media de la capital que besa el mar y a la vez, le da la espalda. Era el lechero que, como esa Lima, también ha ido desapareciendo. Hasta finales de los ochenta, antes de la avalancha de leches en polvo y otros sustitutos, el lechero era el personaje más esperado de las mañanas: nadie se iba al colegio sin probar un vaso lleno de leche Plusa, Vigor, Upa o Maranga (2). Pasteurizada o fresca. Pero sin duda leche. Grabados de 1800 recuerdan que la lechera -montada a caballo, con sus peroles amarrados a los lados y anunciando a gritos su llegada- era un personaje clásico de la Lima que se fue. Si los adultos del nuevo siglo se entregaron a la comida como gran tema de discusión, para los niños de antes todo se resumía en un vaso de leche: salía en la TV con el Tío Johnny, se invitaba en la alcaldía de Alfonso Barrantes o se usaba para el lonche (3) antes que cualquier drinky milky. Lo traía este señor de ropa blanca y sonrisa de abuelo, pero en realidad, los lecheros fuimos nosotros.
(1) Se venden en OLX o en Mercado Libre desde los 75 soles.
(2) Benditos quienes tuvimos la suerte de probar los helados de La Vaca Jacinta, en Maranga, donde hoy se levanta el moderno edificio de la UPC.
(3) Del inglés lunch, en el Perú es sinónimo de merienda ‘comida ligera tomada en horas de la tarde’. Ver 1000 palabras y frases peruanas de Martha Hildebrandt.
MIRA: Las postales del ayer y hoy que ilustran cómo Lima se transformó de una urbe tranquila y segura a una moderna y caótica
El vendedor de Sanguito
Pocas cosas representan tan bien a Lima como su comida: el arroz chaufa es nuestra mezcla, el cebiche un símbolo y el sanguito, delicioso manjar de maíz, chancaca y canela, el pasado. Visto desde lejos, un cerro San Cristóbal de puro dulce. Tiene los ingredientes sencillos y su venta solo para acróbatas: harina de maíz, aceite, vainilla, clavo de olor, anís, canela y azúcar, con adornos de pasas y grageas coloridas en una bandeja blanca sobre la cabeza del “señor del sanguito”. Postre famoso por las Tradiciones de Ricardo Palma (4) y parte del decorado de mercados, grandes unidades escolares y plazas céntricas, el sanguito también pertenece a una etapa de Lima que terminó. Los pocos que quedan y pueden conseguirlo, retroceden 50 años y reciben un dado de sanguito por un real y se van felices, como si acabaran de hacer una travesura.
(4) Sobre este postre Palma explica que proviene del quechua Sango (“manjar de los dioses”) y es “hecho de harina de maíz; es una especie de mazamorra con azúcar y pasas”.
El Fotógrafo de la Plaza
Hasta el 2014, 40 artistas formaban parte de la Asociación de Fotógrafos de Lima, uniformados, bien distribuidos, remasterizados con sus impresores portátiles. Lunes a viernes, feriados, domingo. Plazas, malecones o cualquier sitio concurrido. Pentax, Nikon o Canon. “Todavía ser pueden ver en Lima algunas cámaras minuteras -parecidas a esas que salen en algunos los capítulos del Chavo del Ocho-, que incluían un sistema especial con químicos y papel que entregaba la foto impresa”, dice Ana Lía Orézzoli, editora y autora de Kind of Longing (5). Hasta hace unos años, el fotógrafo de plaza buscaba el mejor ángulo y luego corría hasta una casa de revelado cercana para entregar la placa. Antes de eso, incluso, el trámite incluía pedir la dirección del cliente y luego tomar un bus hasta su casa. Ya no: una máquina impresora adquirida en Compuplaza facilita la venta (7 soles en la Plaza Mayor en mate o brillo) y evita innecesarios sudores. Había algo de romántico en posar para un gráfico de la calle: la foto iba a un cuadro y no a la carpeta .jpg que luego nadie mira. La era selfie los superó: cualquiera puede hacer fotos si tiene un par de GB.
(5) Orézzoli recomienda leer “La Recuperación de la memoria. El primer siglo de la fotografía. Perú 1842-1942”, editado por el MALI y Fundación Telefónica.
El Afilador de cuchillos
Se necesita fuerza (para pedalear la rueda), precisión (para no cortarse con el filo) y ritmo (para caminar y anunciarse con su silbato por todo Lima). Como el heladero o el panadero, la gastronomía peruana no hubiera sido nada sin ellos: cada mercado de Surquillo, cada paradita de Comas o San Juan tenía su señor afilador de cuchillos. Un hombre discreto que convertía cualquier navajita en un sable samurái. Homenajeado en un Nogueira de Ramuín, España, con un monumento e inspiración de Goya para “El afilador” (Museo de Bellas Artes de Budapest), este noble oficio se multiplicó en Lima hacia inicios de los 70, con la aparición de los mercados de barrio y sus necesidades. El periodista y amigo Alberto Villar entrevistó hace unos años a don Juan Quispe, afilador huancaíno radicado en Lima que trabaja desde 1971 en este rubro. “Con este trabajo -le contó- sacó adelante a sus dos hijos: uno de ellos incluso fue a la universidad”. Todavía se pueden ver algunos en el mercado de Surquillo o en Magdalena, casi siempre al lado de ese hombre sin rostro que paseaba la ciudad gritando “gasssssssssfiterooooouuuu”. Los tiempos han cambiado: hoy a solo 19.90 se encuentra un afilador por Internet que cabe en una palma.
El Mecanógrafo
Era lingüista, notario y Google. En los 80, cuando alguien necesitaba escribir un documento oficial para presentarlo en alguna entidad del Estado, necesitaba recurrir al mecanógrafo -también llamado escribano-, un oficio limeño cuya vigencia acabó con la PC y los tutoriales de YouTube. Frente a una municipalidad, a la vuelta de Palacio de Justicia, el sonido de una Olivetti, más allá una Olympia, o alguna Remington sobreviviente, resolvía el problema legal en cuestión. Su variante casera era el tipeador, a veces instalado en una librería de barrio (6), y luego con mayor sofisticación en lugares símbolo como las Galerías Brasil, edificio en la cuadra 12 de ese corredor en Jesús María, que aún hoy respira. Quienes alguna vez soñaron con publicar un libro no olvidan el sonido de esas máquinas de teclear, soundtrack que anunciaba la presencia de un futuro escritor. Eso que para algunos es ruido, para nosotros es música.
Como el vendedor de ranfañote, la señora de los marcianos, el canchero del Nacional, el panadero, el heladero, y el vidriero; el señor de Quilca que vendía libros viejos o el flaco que grababa casetes en la Villarreal: ellos también hicieron Lima. Esta Lima de 486 años de la que no queremos irnos.
TAMBIÉN PUEDES LEER:
COMPARTE: ¿Quién conserva como un tesoro la camiseta de Los Potrillos de Alianza Lima 1987?
MIRA: Puma Carranza: “Oblitas me salvó la vida, amo a Leo Rojas y gracias a Marcos sé jugar hasta en Marte”
Contenido Sugerido
Contenido GEC