No importa cuánto lo pienses o te esfuerces en recordarlo: a los 17 años, la mayoría de nosotros no había conseguido ni la mitad de cosas que ha logrado Billie Eilish, la sensación pop del 2019 que todavía va al pediatra o la revelación musical que tiene al mundo comiendo de su mano.
A cuatro meses de alcanzar la mayoría de edad, Billie, de párpados perezosos y voz susurrada, tiene ya varios checks en su cartilla. Ha cantado en los principales festivales del mundo, acompañada siempre de su mamá. Su logro más importante ha sido su debut, 'When we all fall asleep, where do we go', convertido desde marzo en un pequeño clásico que disfrutan tanto las adolescentes, su target natural, como sus papás. En ese último grupo etario están los cincuentones Dave Grohl (ex Nirvana) y Thom Yorke (Radiohead), que acompañaron a sus hijas a un concierto y salieron fascinados. Elton John también ha hablado muy bien de ella, y eso no es algo que haga muy a menudo.
Eilish tiene el record de ser la primera persona nacida en este siglo cuyo álbum llegó al puesto 1 del ranking Billboard 200. Más asombroso es que lo haya conseguido bajo sus propios términos, sin un manager tiburón detrás diciéndole qué cantar, cómo comportarse en entrevistas o, más notorio todavía, cómo vestir. En este punto ha conseguido imponer entre sus seguidoras una moda de ropas holgadas que es antítesis de lo que hizo Britney Spears a su edad, hace 20 años. Se viste así, dice, para que nadie sepa cómo es su cuerpo, en una mezcla de dismorfia corporal con crítica a la forma en que la industria musical suele presentar al cuerpo femenino.
En lo estrictamente musical también se ha impuesto con precoz autoridad, arrojando al tacho el manual de cómo se hace una estrella pop en este siglo. Para empezar, ha prescindido de los famosos campamentos de composición, que es como se crean los hits hoy. En ellos, las estrellas se van de retiro con un ejército de productores que elaboran intensos brainstormings musicales. Una frase, un beat, una melodía, todo es arrojado a una moledora de la que con suerte emerge una canción. Si te preguntaste por qué canciones de Drake, Beyoncé o Madonna vienen firmadas por quince personas, pues ese es el motivo.
En cambio, Billie compone y graba sus canciones en su casa, sentada en la cama de su hermano, quien coescribe y produce con sobriedad minimalista. Uno de sus mayores hits, 'Bad Guy', que esta semana ha llegado al número uno del Billboard Hoy 100, debe tener apenas cinco timbres diferenciables: bajo sintetizado, batería programada, un teclado que lanzar el hook, chasquidos y susurros. En 'Bury a Friend', estimulante canción de cuna digna de pesadilla, samples tétricos erigen un esqueleto rítmico inclasificable, con una estructura que recuerda los momentos más quemados de Yeezus, el disco “Death Grips” de Kanye West.
La opción del esbozo musical como expresión estética es otro punto de divorcio con el pop de la corriente principal, más bien marcado por lo opuesto: la sobreproducción a lo Katy Perry o la intensidad vocal tipo Taylor Swift. En entrevistas, Billie Eilish se siente más a gusto hablando de la influencia que han tenido en ella artistas de hip hop preciosista como Tyler, The Creator que de alguna eventual compañera de ruta. La une con el ex Odd Future, además de la admiración mutua, un sentido impresionista a la hora de abordar la creación: en la ensoñadora Xanny, por ejemplo, la estrofa es prístina y económica pero el coro está desfigurado a propósito, con los niveles casi rebotando en rojo, para representar, dice, la sensación de cuando alguien enciende un cigarrillo en un lugar cerrado.
Sus letras merecen un párrafo aparte. Es de notar el fortísimo sentido tanático de sus canciones, algo que ciertamente asusta a muchos padres. Digamos que por letras como las de 'Bury a friend' y su gancho “I wanna end me” (“quiero matarme”) la administración Reagan inventó hace años los stickers de “advertencia paterna: letras explícitas” que acompañaban a los CD, ese formato muerto. No menos problemática resulta, bajo esa dudosa mirada conservadora, una canción como 'Listen before I go', que es hermosa, triste y con una letra suicida que espantaría a la directiva de cualquier apafa. Para redondear (¿o redundar?) en la idea, se oye al final el sonido de un cuerpo que cae y unas sirenas de ambulancia.
Los profesionales de la preocupación discuten acerca de cómo una persona con tan breve bagaje de vida, que “casi nació ayer”, puede cantar sobre temas así de graves y/o reclamar autoridad sobre ellos. Desconocen las nuevas sensibilidades adolescentes de las que series de televisión como The Society o 13 reasons why dan cuenta. Eilish, que fue educada en casa por padres progresistas, podría haber basado toda su retórica adolescente en cantar sobre decepciones amorosas (como lo hace en Wish you were gay o I love you) pero nuevamente fue más allá del manual. A sus críticos, podría contestarles parafraseando al personaje de Cecilia Lisbon en Vírgenes Suicidas: “Obviamente, señores, ustedes nunca han sido una chica de 17 años”. //