Uno de las zonas con mayor biodiversidad marina del mundo se concentra en Piura, frente a la costa de Cabo Blanco. Un lugar donde los acantilados, las rocas, la brisa y el océano se alinean para componer una apacible caleta que desde hace más de medio siglo atrae a numerosos aficionados a la pesca deportiva. Aquí la naturaleza reina, sobre todo en sus aguas, con especímenes de enormes dimensiones como el pez espada, el atún ojo grande y el mítico merlín negro, cuya fama hizo que el escritor Ernest Hemingway tome un avión hacia el aeropuerto de Talara, en abril de 1956, para él mismo descubrirlo.
Pero hay una especie que empieza brillar de forma silenciosa en las profundidades de este cálido mar norteño. No es un pez, tampoco un cetáceo. Se trata más bien de una ostra, de color negro y superficie rugosa, que produce perlas en su interior. Su nombre científico es Pteria sterna, pero se le conoce mejor como concha perlera.
El biólogo marino Fernando Fernandini vive en esta parte del país desde hace quince años y dirige un proyecto que se encarga de captar, criar y cultivar este preciado molusco en un espacio geográfico inmejorable. La iniciativa, cofinanciada por el Programa Nacional de Innovación en Pesca y Acuicultura (PNIPA), tiene como objetivo cosechar perlas que luego serán convertidas en dijes, aretes y collares por mujeres artesanas del lugar para su posterior venta. Con esto, además, se busca impulsar el ecoturismo en la zona, mostrando a los visitantes cuál es la dinámica para su producción.
“El mar de Cabo Blanco es único en el mundo. Justo en este lugar- dice Fernando, mientras caminamos por el muelle- confluyen dos grandes corrientes marinas que generan el ecosistema ideal para la multiplicación de distintas especies”. En en el caso de las conchas perleras, cuenta el especialista, el ciclo hasta obtener la primera cosecha puede tardar tres años. “Durante el proceso, cuando ya son adultas, las extraemos del mar y aplicamos una técnica de inoculación que consiste en colocar una esfera artificial de tres milímetros en el interior de la concha viva y esta, mediante su sistema de defensa, segrega nácar originándose así la perla”, explica.
Para este trabajo, Fernando se apoya en un equipo multidisciplinario compuesto de biólogos, investigadores y pescadores. Por estos días se ocupan del cultivo de 2500 perlas, de las cuales espera que la mitad categorice para su trasformación y darle otro valor. En sus primeras experiencias, la tasa de mortalidad era de 80%, pero esta ha ido mejorando gracias a la aplicación de nuevas técnicas traídas de México, país que posee toda una industria en torno a la perlicultura. Por ejemplo, han implementado un sistema de cultivo “tipo linterna”, con una estructura circular de fierro y mallas que le permite a las conchas abrirse dentro del mar para poder alimentarse.
“Tenemos el firme propósito de apoyar las iniciativas con un enfoque territorial, con un enfoque de cadenas de valor o con un enfoque por especies; lo que nos permitirá identificar los primeros clusters productivos y reducir la brecha tecnológica en las actividades pesqueras y acuícolas”, comenta Rosmary Cornejo, directora ejecutiva del PNIPA. “Este proyecto, entre otras cosas, busca apoyar a los pescadores y acuicultores para llevar su trabajo y sus ideas a otro nivel de la productividad y competitividad con ayuda de la innovación”, añade.
JOYAS DEL MAR
Pocas playas del Perú lucen una bahía tan bella como la de Cabo Blanco. Su acompasado oleaje resulta espléndido para la práctica de surf y otros deportes acuáticos. A lo largo del año hay “un verano grande y un verano chico”, uno más intenso que el otro, dice Carlos Herrera (27), un joven pescador nacido en esta localidad y que ha encontrado en el cultivo de conchas perleras la oportunidad de ampliar sus conocimientos sobre el mar. “Gracias a este trabajo no solamente nos tenemos otra fuente de ingresos, sino también aprendemos a cuidar nuestro entorno. La pesca no es la única forma de generar recursos”, reflexiona.
Como parte del plan integral de producción, se organizó el segundo “Taller de capacitación en perlicultura y elaboración de joyería con perlas y nácar”, donde aproximadamente quince mujeres pudieron aprender el proceso de manufactura de esta especie. Primero, como si estuvieran en una sala de operaciones, conocieron cómo se aplica la técnica de inoculación. Luego, con la joyera Carolina Yagi, pusieron manos a la obra para elaborar distintas piezas de joyería.
“Las conchas perleras en sí no son difícil de trabajarlas, pero requieren de mucho cuidado. Desde que sale del mar ya son unas joyas. Entonces hay que mantener su brillo y protegerlas. Acá les enseñamos cuáles son las técnicas básicas de joyería para hacer calados y tejidos. La idea es diseñar siete modelos distintos y hacer una colección de cada uno”, explica Carolina desde las instalaciones del colegio Cabo Blanco. Una de las participantes del taller es Pierina Chávez (29), quien destaca cómo esta iniciativa fortalece las capacidades de los pobladores. “Es interesante saber el proceso de trasformación de esta materia prima. Y además, nos motiva a preservar y querer aún más el lugar donde vivimos”, comenta Pierina, con su típico acento norteño.
De acuerdo con el oceanólogo mexicano Mario Monteforte, Cabo Blanco se asienta sobre una “mina de perlas”. La abundancia y facilidad con la que las conchas perleras se reproducen en esta parte del país, no se ha visto en ninguna otra zona de distribución de esta especie, que va desde el Pacífico sur hasta el golfo de California. “Las conchas perleras siempre han estado aquí, solo que antes nadie les había dado bola”, concluye Fernando Fernandini. Pero ahora, gracias a su iniciativa, asoman con luz propia en medio de nuestro abundante mar. //
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