Pocos espacios en Lima generan tan hipnótico efecto de contemplación boquiabierta como el edificio de El Comercio. Bello por fuera, un sueño por dentro. Una cúpula y una escalera de mármol abierta en dos brazos gemelos bajo un techo de vitrales dan la bienvenida a este laberinto de frisos decorados y muebles señoriales que acoge desde hace 95 años a los periodistas del decano.
Su historia empieza un 10 de setiembre de 1919. El Comercio se ubicaba en la misma esquina donde está el edificio actual, pero era una modesta casona de un solo piso cuyo único signo distintivo había sido un ya extinto pino de 20 metros enclavado en el patio. Esa tarde, una turba instigada por el recién estrenado presidente Augusto B. Leguía se congregó en la Plaza Zela para un “mitin patriótico” que devino en un salvaje ataque a los locales de La Prensa y El Comercio. Al primero lo incendiaron. En el segundo encontraron resistencia.
Los periodistas de esta casa se defendieron a balazos frente a la horda de vándalos quienes, por segundo día consecutivo, atacaban la redacción. Los asaltantes tumbaron la puerta principal de El Comercio y se precipitaron por el zaguán de la imprenta disparando hacia el interior mientras arrojaban bombas incendiarias. Al mismo tiempo, otro grupo prendió fuego a las oficinas administrativas. Luego de media hora de tiroteo se dirigieron a la residencia del entonces director Antonio Miró Quesada, quien estaba de viaje. Sus hijos de entre 6 y 12 años salvaron de morir escapando por los techos de una casa que quedó reducida a cenizas.
Don José Antonio Miró Quesada sintió que era necesario darle una respuesta a Leguía y le encargó a su hijo Aurelio, ingeniero y gerente del periódico, buscar financiación para erigir un nuevo edificio en la misma locación. Un edificio que debía lucir imponente como una fortaleza.
La tarea fue ardua. Los bancos no querían enemistarse con un gobierno que acababa de inaugurar la “Patria Nueva” y pusieron todo tipo de dificultades para otorgar créditos. Pero Aurelio, hombre de números, encontró la fórmula y en marzo de 1921 empezó la construcción.
UNA FORTALEZA EN LIMALos arquitectos Felipe González del Riego y Enrique Rivero Tremouille diseñaron los planos. La obra duró tres años y en ningún momento el Diario dejó de publicarse ni se mudó a una sede temporal. Aurelio era ayudado por su hermano Miguel, quien diseñó la farola de cristales del hall principal, así como las gruesas rejas de fierro y bronce con las iniciales del Diario en letras góticas y el caduceo (símbolo de Mercurio, el dios del comercio), que fueron importados de Bélgica. De Italia vinieron los pisos y la escalera de mármol.
Gracias al archivo personal de Aurelio Miró Quesada Sosa, que hoy está en manos de su hija Lucero, podemos rescatar del anonimato los nombres de quienes hicieron posible esta joya. José Falco fue el albañil que terminó de colocar el piso de mármol de la escalera principal con la ayuda de Zúñiga, el encargado de la baranda. Rostagno instaló los soportes para la farola, Díaz Alva preparó los anaqueles del archivo y una cuadrilla de obreros japoneses se encargó de los zócalos y los marcos de las ventanas del hall principal.
Curiosamente, el edificio nunca tuvo una inauguración oficial porque por inevitables razones de protocolo se hubiera tenido que invitar a Leguía. “Así que se ingeniaron otra salida”, cuenta el historiador Héctor López Martínez. “Para las celebraciones del Centenario de la Batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1924), llegaron a Lima distinguidos periodistas de los medios más importantes del mundo para cubrir casi 10 días de festejos. José Antonio Miró Quesada y sus hijos organizaron un gran almuerzo en honor de los periodistas visitantes y nacionales, en el flamante local de El Comercio. Así, de manera inteligente y sutil, se logró que renombrados diarios de Nueva York, París, Roma o Buenos Aires, a propósito del suntuoso banquete, se refirieran también con términos elogiosos a la nueva sede”.
EL HOGAR DE LA NOTICIAEn los primeros años, la sala de redacción fue también un salón de actos con un altillo para músicos. Pero ese mismo salón también sirvió de capilla ardiente cuando se velaron los restos de Antonio Miró Quesada y su esposa María Laos, asesinados por un fanático aprista el 15 de mayo de 1935.
En esa década llegaron las primeras máquinas de escribir y al tecleo constante se sumó el ruido de los teletipos y la vibración de la rotativa, que retumbaba las paredes como si un tren atravesara el edificio. Hasta los años 40 se utilizó una sirena en la cúpula para comunicar noticias importantes. Los periodistas también salían con una pizarra en la puerta para compartir los cables que llegaban a la redacción.
Hoy, en lo que antiguamente fue el patio que servía de respiradero para la sala de máquinas, funciona la nueva sala de redacción, rodeada de pantallas y métricas digitales. En ese mismo espacio, al lado del set de tranmisiones en vivo, está la puerta de la hemeroteca, una sala donde descansan empastadas en anaqueles de cedro todas las ediciones de El Comercio desde la primera del 4 de mayo de 1839. Toda la historia del Perú republicano. Y en el primer piso está el mayor archivo fotográfico del país, con más de 4 millones de negativos en blanco y negro, otros 5 millones a color y más de 800 mil slides.
En los pasadizos constantemente aparecen periodistas que dejaron de trabajar hace años y regresan al edificio porque simplemente esta es su casa. Se sientan a conversar con colegas que alguna vez fueron sus practicantes y comparten la emoción del descubrimiento con los recién llegados. Esa mística es única y contagia. Y es que hay algo de mágico en estas paredes; en esta redacción que no será la más antigua, pero sí la más linda del mundo. //