El Rally Dakar se disputó solo en el Perú. Es la primera vez en la historia que la prueba se hace en un solo país.
El Rally Dakar se disputó solo en el Perú. Es la primera vez en la historia que la prueba se hace en un solo país.
Jaime Bedoya

La oportunidad es intrigante: ir con un grupo de influencers hacia el desierto pisqueño para observar en medio de la soledad del desierto como los últimos sobrevivientes del Dakar intentan llegar a la meta. ¿Se trata de héroes mecanizados del valor veloz? ¿O villanos contaminantes que arrogantemente pulverizan historia bajo sus llantas? Son preguntas que se presentan a las tres y media de la mañana, hora de partir. A bordo se encuentran los dos incivilizados y simpáticos miembros de Los Chabelos - Giovanni Ciccia y Sergio Galianni- y, extraña mezcla, el Zorro Zupe, o Ricardo Zúñiga según la RENIEC. Alguien que calza a cabalidad dentro de la categoría de personaje de Chollywood. El Zorro Zupe, con un hoodie lila, dormita. Falta parar en la playa que cambia intermitentemente de nombre, Señoritas o Caballeros, para recoger a Tilsa Lozano.

La señora Lozano luce despampanante aún a las cuatro de la mañana. Con voz infantil pero de tono desconfiado sube a la van que ha sufrido para lidiar con la carretera antigua, destruida por la negligencia -no inocencia- del ex alcalde de Lima. Han sido cuarenta minutos de trocha y baches con gente que no sabía si dormir o conversar. En fin, Tilsa a bordo, volvamos a la tersura de la Panamericana Sur.

Pero no. A los doce minutos de intentar volver a salir del agreste terreno de Punta Hermosa, vueltas, tranqueras, huecos, la señora Lozano dice paren, regresemos a mi casa.

Tiene claustrofobia. Quiere sacar su carro e ir ella manejando hasta Pisco. ¨Estoy con taquicardia. Disculpen, pero ustedes ¨, dice refiriéndose a sorprendidos Chabelos, ¨entenderán que los artistas tenemos estos temas sicóticos¨(sic). Media hora más para regresar cinco kilómetros. El Zorro Zupe se baja con ella.

Hay algunos comentarios desconcertados dentro de la camioneta pero la buena noticia es que ahora hay más espacio para los que quedan.

El grupo dividido se reencuentra en un grifo de Asia, ya con la primera luz del día. Ahí se dibuja la última imagen de la señora Lozano y el Zorro Zupe: comiendo un copioso desayuno de grifo ante sorpresa de cajera y guachimanes. Dieron media vuelta y se regresaron a Punta Hermosa, pues dijo Tilsa que su hijo había tenido un accidente. Hasta ahí llegó el Dakar para ellos. Cosa de artistas.

LA CIUDAD DE MAD MAX

Antes de las nueve de la mañana llegábamos al campamento del Dakar en Pisco. Era una instalación perfectamente compatible con el imaginario de Mad Max, pero con ambulantes en la puerta. Fritangas y polos bamba, la ley de la oferta y demanda invade el desierto. Vehículos dañados por quince días de maltrato, son asistidos como humanos en una suerte de emergencias para fierros. Pilotos y mecánicos, sucios y agotados, duermen donde sea bajo un calor que promete 34 grados. La tienda oficial de merchandising abre el son de bailanta argentina y precios de Larcomar: cien soles por un peluche. Una población internacional permite cruzarse con por lo menos cinco idiomas en pocos metros cuadrados. Los múltiples lenguajes refieren a distintas formas de la ansiedad. Están a solo doscientos y pico kilómetros de acabar la carrera más difícil, y últimamente, la más cuestionada del mundo.

Transporte mínimo al interior del campamento. Y para dormir, cualquier lugar sirve.
Transporte mínimo al interior del campamento. Y para dormir, cualquier lugar sirve.

Para llegar al punto de observación hay que adentrarse unos cuarenta minutos en el desierto. Una caravana de entusiastas todo terrenos convocados por la organización para este trabajo cruzan la arena y algunas dunas a manera de Uber. Es temprano y ya hay grupos familiares y surrealistas heladeros a pie en medio de la nada. El trayecto es una muestra mínima, de juguete, de lo que puede suponer la carrera real. Marea, sacude e impresiona.

Hay un toldo de esteras en medio del desierto. Una parrilla prendida, sillas, bebidas, limeños y extranjeros ya dispuestos para disfrutar sin culpa del espectáculo. Y un calor que se hace mas calor al refractar sobre la arena. Aún desde la comodidad el sol agrede y la sombra dura poco. Pero sobre el horizonte siguen, inexplicablemente, apareciendo heladeros a pie. Definitivamente la señora Lozano ni el señor Zupe en su hoodie lila tenían nada que hacer acá.

Un rumor poderoso anticipa el primer auto. La gente salta de las sillas con el celular en la mano y con más alboroto que ciencia trata de captar la imagen de un camión ruso Kamaz a 120 kilómetros por hora. El piloto saluda y la adrenalina se activa. El gigante anticipa una sucesión de autos, cuatrimotos, y motos que desfilan ante privilegiados holgazanes con buena vista. Detrás del toldo hay una inmensa duna, y desde ahí empiezan a sonar motores de pilotos perdidos. Por ahí no es. Han perdido un punto de control y su GPS los conduce erróneamente. Se acercan a los espectadores algo desorientados, y Sergio Galliani - motero además de actor y rockero- les indica el camino correcto, la vuelta en u. La situación se repetiría cada vez que un extraviado desciende de la duna. El grupo se convierte en una señal de tráfico humana.

¿Qué es más rápido, el selfie o el Kamaz? Giovanni Ciccia y Sergio Galliani intentando capturar el momento
¿Qué es más rápido, el selfie o el Kamaz? Giovanni Ciccia y Sergio Galliani intentando capturar el momento

FOTO CHABELOS/ leyenda:
¿Qué es más rápido, el selfie o el Kamaz? Giovanni Ciccia y Sergio Galliani intentando capturar el momento

Piloto peruano Lalo Burga, que tuvo que abandonar la carrera, orientando a colega extraviado.
Piloto peruano Lalo Burga, que tuvo que abandonar la carrera, orientando a colega extraviado.


HABLA UNA PILOTA

En el grupo bajo el toldo hay algunos pilotos que tuvieron que abandonar la carrera. No han querido regresar sin saber qué pasa con el último tramo. Entre ellos está la española Sara García, que compitió en la categoría Originals. Ella, con la rusa Anastasiya Nifontova fueron las dos primeras mujeres en competir en esta categoría para valientes: corren sin otra asistencia mecánica que una caja de herramientas y lo que ellos mismos puedan hacer con ellas. Sara, ingeniería mecánica que maneja moto desde los 3 años, es otra que se queja de la ruta peruana; tiene demasiada arena y poca planicie. Eso es una ventaja para quienes dominan la arena, un problema para los que no. Se necesita incorporar otros países con distintos terrenos, o volver al escenario original del Dakar en la medida de lo posible. Su padre, también piloto con tres Dakars en su haber, dice que eso es poco menos que imposible. En Europa ya no existen 400 kilómetros sin urbe, no hay dónde correr. Y en Africa la amenaza del radicalismo musulmán hace inviable la competencia. Con una tormenta de arena a la vista, Sara declara:

Tras horas de observación de bólidos con una hamburguesa a la parrilla entre pecho y espalda se regresa al campamento, bivouac es la palabra francesa que lo designa. Que quede constancia que no hubo residuo alguno, plástico ni papel, que no fuera recogido del desierto con obsesiva diligencia. El propio Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNAMP), ya daba cuenta que durante las etapas 1, 8 y 9 del certamen – aquellas entre Paracas y San Fernando- no se había generado ningún tipo de afectación. El SERNAMP tuvo tres campamentos base a lo largo de la ruta, así como monitoreo 24/7 mediante helicóptero, patrullaje y localización digital GPS. Mediante la tecnología fue posible conocer la ubicación de los competidores en tiempo real y contar con alertas de acercamiento de las áreas protegidas a una distancia de 500 metros. Igual, para todo tipo de indignación siempre estuvieron y estarán las redes.

En el bivouac se testimonia las condiciones de trapo en que los conductores han terminado el trayecto. Los punteros ya están cambiados y duchados, comiendo en la privacidad de sus campers. Los sobrevivientes, felices con tal solo serlo, deambulan en torno a sus autos con la adrenalina a tope. Es el caso del peruano Manuel Ferrand, veterano del evento, 75 años, que va por su noveno Dakar. Sin que nadie se lo pida Ferrand se acerca a un niño que ve su carro Volkswagen con admiración. Lo carga, lo sube al asiento del piloto y le da clase relámpago de manejo. Refleja la satisfacción de haber llegado hasta Pisco. Terminaría la carrera en la muy respetable posición número 30. Solo el 53 % de los que largaron terminaron la carrera.

Piloto peruano Manuel Ferrand, el más veterano de la competencia (75) y gentil gesto con mini fan. Completó la carrera en el puesto 30.
Piloto peruano Manuel Ferrand, el más veterano de la competencia (75) y gentil gesto con mini fan. Completó la carrera en el puesto 30.

Otro que terminó la carrera, aunque no compitiendo en velocidad sino en servicios, fue José Juan Ciccia, gerente comercial de Civa. José Juan es el anfitrión de este grupo de influencers sin Tilsa ni Zorro Zupe, que además de proveer nuevamente a la organización francesa de servicios de logística y transporte (más de tres decenas de buses operan en esta tarea), llevó ahora su mega camper , el Civa Home, al evento.

Se trata de un viejo Volvo con carrocería Marco Polo que tras severo overhauling ha sido convertido en vivienda rodante. El camper puede albergar a once personas (la última de ellas duerme en sofá cama). El Civa Home durante toda la carrera y con apenas dos atolladas, fue base de operaciones tanto del propio Juan José comodel piloto César Pardo, peruano que completo el reto en el puesto 43 a bordo de su KTM. 

José Juan Civa y su casa rodante lejos de casa, el Civa Home. Base de operaciones durante el Dakar
José Juan Civa y su casa rodante lejos de casa, el Civa Home. Base de operaciones durante el Dakar


EL REGRESO

Los visitantes no hemos hecho mucho, salvo tragar arena y observar con privilegiada cercanía el esfuerzo ajeno, pero hemos quedado agotados. Mientras la camioneta pasa por los grifos de Asia es creíble imaginarse a Tilsa y al Zorro Zupe disfrutando de un desayuno sin final, dilatado por un loop infinito de historias inocuas y entrometidas, pero a salvo del debate ético sobre la aceleración en base a motores de combustión.

El sol cae con letanía metafórica sobre un deporte emparentado con la tauromaquia al compartir cierta nobleza anacrónica: valor, rudeza, resiliencia, atributos que como ahora ya está claro, no tienen género. Sobre ello, gracia bajo presión, como decía Hemingway del sangriento arte taurino. En lo que se refiere al tema de la contaminación, nadie, ni cuarenta camiones rusos, le ganan a los pedos de vaca y lo que su CO2 le hace a la capa de ozono. En el fondo jugarse la vida siempre ofende a alguien. Un piloto ruso completa casi último esta etapa, pero la completa, y su director técnico, con pinta y volumen propio de un Tony Soprano balcánico, lo recibe con beso en la boca. Así de intensa es la emoción de sobrevivir a las dunas peruanas en una carrera que nadie sabe con seguridad si volverá a repetirse.









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