“Queda terminantemente prohibido memorizar los textos que se publican en esta revista. Los mismos pueden ser archivados, copiados, fotocopiados, manipulados y distribuidos por cualquiera, sin citar la fuente, en el soporte que fuere, con la única excepción de la memoria…”. Así comenzaba el posdata de la primera edición de Orsai, impresa a inicios del 2011. Esa revista literaria sin publicidad, de medio kilo de peso, vendida sin intermediarios y entregada solo a aquellos que pagaron la preventa, tuvo 10.080 ejemplares en su primera edición. Es un objeto pesado y hermoso donde hay historias que se pueden leer, tan simple como suena.
Hace poco más de una década, Hernán Casciari, director de Orsai, se demostraba a sí mismo -y a la industria- que se podía vender literatura de un modo directo entre el que la escribe y el que la lee. Luego colgó en la web los contenidos en PDF, como para reírse de sí mismo y del copyright. Sus principales seguidores, a quienes antes había conocido cuando escribía en el blog Orsai, fueron los primeros lectores de esa revista, y después conocieron sus libros, y después escucharon la voz de Casciari en la radio, y después han visto su rostro y su cuerpo en los escenarios donde hace teatro o lee cuentos, o en el bar Orsai, en San Telmo.
Lo nuevo de Hernán Casciari
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En los últimos años, siempre abusando de la confianza de la “comunidad Orsai”, como la llama él, comenzó a experimentar también en el mundo audiovisual. Pero no de un modo tradicional, en el que un productor busca una casa realizadora y luego gorrea a los inversionistas y luego ruega por más presupuesto. No. Casciari lo hizo a su manera: convocó a la comunidad, pidió que donaran lo que quisieran para auspiciar una película, y ya. La cinta se titula “La uruguaya”. Como con la primera revista Orsai: la idea del micromecenazgo funcionó. Y eso, en vez de permitirle estacionarse y contemplar lo logrado, lo estimula a hacer cosas nuevas. Es difícil seguirle el ritmo a Casciari.
—Exactamente, ¿qué está haciendo ahora Hernán Casciari?
“La uruguaya” ya está terminada, se hizo con 1.972 socios. Lugo hicimos la miniserie “Canelones”, con mucho más presupuesto, y con 5.470 socios. Y ahora viene el documental, un proyecto más austero, con solamente 900 socios. En total se consiguieron dos millones y pico de dólares para estos proyectos. Solo con gente que confía, por un recorrido del tiempo, en que vamos a hacer algo divertido. Lo mismo que pasó cuando empezamos a pedir dinero para hacer una revista de literatura y de crónicas sin publicidad. No tenían la menor idea de qué tipo de revista se iba a hacer, nadie sabía nada, pero luego descubrieron el producto. Ahora con la parte audiovisual trabajamos del mismo modo, con una única diferencia: ya hay mucha gente que confía, que sabe se va a estar bien lo que hagamos, que se van a divertir en el camino, y que si algo sale mal no va a ser por malversación de fondos.
—La idea era tener una buena película y depender de ustedes mismos.
Ese es el objetivo principal.
—¿Ese no es también el camino más difícil?
A mí me resultaría muy difícil que me dijeran qué es lo que hay que hacer. Es decir, viene una plataforma y dice ‘tienes este dinero para hacer esto’, y luego se empiezan a meter: ‘No, no podés mostrar un pezón’, o ‘No, esto es demasiado de izquierda’, o ‘No, lo que sucede es que quien pone el dinero es el dueño de un banco, y no podés hablar de eso’. Eso es lo difícil en el trabajo de creación: que se metan. Me parece que el sistema nuestro es el más simple y sencillo de todos. Es el método natural. En el otro se puso todo muy enrevesado para que termine un banquero diciéndote cómo hay que escribir el poema. Es raro que venga un tipo que dirige un banco y te diga: ‘Mirá, en este soneto tenés que rimar la primera con la tercera, la segunda con la cuarta’. Eso es raro. No sé por qué se puso tan de moda en los últimos 120 años, pero es difícil.
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—Colecciono varias Orsai y tengo algunos de tus libros, pero están también en PDF en tu propia web. ¿Hay cierto placer masoquista en esto de sacarle la vuelta al sistema, aún sabiendo que el efecto puede rebotarte?
No al sistema: a un sistema. Este sistema se popularizó demasiado por culpa de la vagancia de los creadores. El banquero no tiene la culpa, él hace negocios, está todo bien. Pero, ¿por qué el banquero es el dueño de la editorial? Eso habla más de la vagancia de los que amamos el arte. Yo no estaba cuando esto empezó a ser así, pero cuando entré, no me gustó. El dueño de esto tengo que ser yo. No es tan raro, es normal.
—En una pared del bar Orsai hay un letrero curioso y honesto. Dice: “Tenemos la receta del éxito, pero no se entiende la letra”. ¿Ser autosuficiente es tu mayor éxito?
No es un éxito mío, es algo que le sale bien a un montón de gente que se plantea determinados objetivos donde, en un punto, soy yo el que tira la consigna. Lo que hago es proponer: ¿qué les parece que hiciéramos una película donde no intervenga el Estado, ni productoras privadas, sino que fuéramos solamente nosotros? La temperatura de la respuesta indica más o menos si podemos hacerlo o no. Con el tiempo no me cuesta trabajo saber qué dinero se puede conseguir. Yo sé fehacientemente que dentro de la comunidad Orsai hay un número alto de personas a las que les puedo decir: ‘Pongan acá 100 dólares, no les voy a decir para qué’. Y lo ponen.
—¿Cómo es esa comunidad? ¿Cuántas personas son, dónde están, qué edades tienen?
En un momento podía hasta ser explícito en esa respuesta. Ya pasaron muchos años, hay diferentes camadas. Ellos mismos se definen: ‘Yo te sigo desde la época de...’. Y te dicen si empezaron en el blog, en la radio, en determinados hitos de popularidad. Son mayoritariamente de Argentina y de España, porque he vivido en esos dos países, y luego de Uruguay y el resto de Latinoamérica. La revista Orsai se distribuye directamente, sin intermediarios, en 32 países.
—¿Esta idea del micromecenazgo te trajo problemas? Digamos, lidiar con miles de socios no es tan placentero.
No, nunca. Tampoco damos mucha opción. Si alguien se quiere ir, le devolvemos la plata y que se vaya. Pero sí participan. De hecho, en la miniserie que estamos haciendo, los actores y actrices principales, que son de primerísima línea, fueron elegidos por estas personas, con una aplicación en el teléfono donde tienen que votar. Es como una cámara de diputados gigantesca, y discuten entre ellos, pero lo que nosotros recibimos es un resultado. Y después ellos reciben los dividendos, no nos quedamos con ganancia nosotros.
—¿En “La Uruguaya” lograste poner los créditos de todos?
Ah, si entrás a “La Uruguaya” en IMBD (Internet Movie Database) es increíble. No nos querían creen cuando les dijimos que tenían que tipear 1.980 nombres de socios. Y en “Canelones” son 5.400, escroleas y escroleas y no para nunca.
—En una entrevista en “The Clinic”, contabas que ahora te dedicas más a leer en público que a escribir. ¿Cómo te funcionó ese giro?
Me gusta mucho leer en voz alta y, en los últimos tres o cuatro años, aprendí a que estar en un escenario te obliga a utilizar la gestualidad, el cuerpo y ser algo un poco más parecido a un autor que interpreta, y no tanto un autor que lee. Ya casi no leo, sino que se generan ciertos espacios realmente de dramaturgia, antes que de lectura. Y nunca lo intenté. Yo solo me sentaba a leer, nunca ensayé, nunca jamás en la vida fui el día antes a un auditorio a ver cómo salía. Siempre me presenté, desde el día uno, con sala llena, y los primeros que lo vieron tuvieron la peor versión mientras que los que me verán la semana que viene tendrán la mejor versión.
—Antes estabas detrás de un teclado, ahora enfrentas a un público. ¿Eso desgasta?
Encontré que puedo escribir arriba del escenario, es mi nueva manera de hacerlo. Yo presento un cuento la semana uno, y el cuento es cuadrado, el público reacciona, y yo luego reacciono con otro párrafo en la siguiente función. Y llega un momento, en la decimosexta función, que escribí otro cuento. Y nunca agarré un lapicero ni puse los dedos en un teclado, pero tengo un cuento diferente, testeado por un público y que es objetivamente mejor al que escribí inicialmente. Entonces, sí, sigo escribiendo, pero lo hago con los borradores a la vista de miles de personas.
—Alguna vez contaste que después del infarto del 2015, entre otra cosas, dejaste de fumar. Y que con eso en cierta forma se te fueron las ganas de escribir más, de la manera en que lo hacías, donde cada párrafo iba acompañado de un pucho. Luego te mudaste de Barcelona a Buenos Aires, nuevos cambios de ritmo. ¿Volverías a la vida anterior?
No, no hay manera. De hecho, no puedo creer que mi vida haya sido esa. Sé que me sirvió mucho porque tuve una enorme introspección que me sirvió para escribir. En el tiempo que me llevaría hoy escribir un cuento hago una cantidad de cosas que me divierten más... Ni en pedo me pongo a escribir un cuento ahora. Solamente pude escribir en esas circunstancias, sintiendo un gran desprecio del lugar donde vivía, no queriendo salir, no queriendo tener ni amistades ni sociabilidad. Viví muchos años sin ser social, lo único que hice fue escribir y drogarme sin parar y, bueno, crie una hija, pero siempre de puertas hacia adentro. Desde el momento en que me volví a vivir a Argentina, después del infarto, fui el yo verdadero. Y el yo verdadero no es escritor. Por suerte acumulé un gran número de relatos que ahora puedo interpretar y adaptar, llevar al cine o a la tele o a la radio. Me nutro de lo que ese otro, inválido, escribió. La paso mucho mejor ahora.
—”Estoy bien. Más o menos”, escribiste en Twitter días después del infarto. ¿Estás bien ahora, en Argentina, en el mundo audiovisual, en un nuevo rumbo lejos del anterior Casciari?
Ni siquiera sé si esto es un rumbo. Para mí, no para el resto del mundo, vivir afuera durante tanto tiempo fue un gran dolor de huevos. Y persistí porque tenía la necesidad vital de ser un padre presente. Mi hija nació en el 2004, y yo desde el 2005 deseé irme de ese lugar, y estuve 10 años más viviendo allí solamente para estar cerca de Nina. Decidí priorizar eso sin saber que hacía tanto daño a la cabeza, al cuerpo, eso de estar en un lugar que no es el que preferís. Si bien aquel Casciari no estaba cómodo, por suerte esa incomodidad no generó solamente depresión, sino una serie de textos que hoy puedo reinterpretar con mayo madurez y que me sirven un montón. Sin querer, hubo un hombre que escribió durante 10 años para otro.
—Ya nos contaste qué haces ahora. Quisiera saber qué harás después.
Me gusta que Orsai sea una productora audiovisual, y que sea una editorial, del mismo modo que me gusta que sea una revista o un espacio cultural como es desde hace poco tiempo en Buenos Aires. A mí lo que no me gusta es quedarme en ningún lado. El siguiente paso no será editorial ni audiovisual, será lo que me llame la atención en ese momento.
— “El mundo es como una ficción”, dijiste alguna vez cuando te preguntaron qué sentías al ver las noticias. ¿Cuándo fue la última vez que leíste un periódico impreso?
Me parece que no tengo recuerdo de haber leído un periódico en papel desde antes de la pandemia. Hace mucho que no tengo contacto con el periódico del papel y, de hecho, la última vez leí con la contratapa del humor gráfico, nada más. Digitalmente, sí, estoy muy atento a lo que pasa pero de una forma desapasionada, como un extraterrestre viendo cómo funciona un planeta sin abrir juicio. O sea, no me importa mucho que haya un grupo de gente que tira plástico al mar, digo ‘bueh, es un gente que tira plástico, hay otra gente que lo levanta’, qué sé yo, nos vamos a morir todos, me chupa un huevo.
—¿Ni siquiera si son asuntos argentinos?
Muchísimo menos. Le tengo un poco más de apego a un asunto sudafricano que un tema argentino. Nos conozco, sé quiénes somos. Pero, por ejemplo, sí me interesa Perú como fenómeno, porque no creo que haya muchos lugares donde todos los presidentes vayan presos. Hay una mezcla de corrupción y orgullo: ‘Che, el que hace las cosas mal, va preso’. Pero luego eligen a otro que también va a hacer las cosas mal. Es muy divertido para mí lo peruano, sé que es dolorosísimo al mismo tiempo y lo entiendo. Desde el lado de la observación profesional, me divierte mucho.