Así era la vida antes del Metropolitano. Antes de la pandemia. Antes de la tarjetas multiuso que debitan el pasaje en un lector electrónico. Antes de los paraderos con ascensor. Antes de las cámaras que lo vigilan todo. Ikarus, la 21, el Enatru y los Tranvías: así viajaron nuestros abuelos (e incluso, algunos de nosotros). Subirse a uno de ellos era un safari.
Algunos ómnibus parecían viejos ya desde el día en que se ofrecían como nuevos.
Los Ikarus
Vistos desde el aire se movían como ciempiés, lentos en cada curva, alargados como chicle. Y aunque la articulación que los unía podría parecerse a un acordión, esa era la última melodía que dejaban: sonaban a fábrica, a taller de mecánica, a inagotable grupo electrógeno. Los Ikarus -llamados así por la marca húngara de los fabricaba- fueron durante los 70 y 80 el gran bus para transporte masivo que cruzaba la ciudad por la Vía Expresa, en la misma ruta por donde pasaba el ferrocarril de Lima-Chorrillos. Una versión moderna de los Enatru, la Empres Nacional de Transporte Urbano de Lima que le prestaba sus siglas a esos buses, los abuelos del Metropolitano.
Martha Hildebrandt definió así a los Ikarus en su página El Habla Culta en El Comercio: “Durante algunos años designó en nuestro castellano a un autobús de dos módulos articulados, para el transporte público urbano, con paraderos fijos y parte de recorrido en vía rápida. Estos vehículos pertenecían a Enatru y circularon por nuestras calles desde los años 70”. Los llamábamos también Ícaros, sin ninguna razón aparente más que la naturalidad con que peruanizamos todo. Según el Archivo Histórico de El Comercio, en 1974 llegaron los primeros 50 Ikarus desde Hungría marca Volvo -el nombre se lucía en el frontis de cada bus amarillo- cuya máscara delantera parecía la de un Autobot. Las tres rutas que cubrían distritos apenas fundados como Villa El Salvador o San de Miraflores se completaban al cabo de 2 horas (o más) por lo que esos asientos ergonómicos de fibra de vidrio eran castigo para la columna. Y más abajo.
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La 21
Aunque parecía andar de milagro, las piezas exteriores víctimas del hollín y el (mon)óxido, un tubo de escape que subía hasta el techo humeando su clásico humo negro de pollería, la 21 -o La Breña- era un ómnibus que cruzaba el Centro de Lima y llegaba hasta el hotel Sheraton, muy lento siempre, con su inconfundible color negro y su raya naranja dándole vuelta a sus paredes. El 15 de febrero pasado, la página en FB Tradiciones Limeñas, un espacio nostálgico donde está la Lima en la que crecieron nuestros abuelos, publicó una foto con la siguiente leyenda: “1977, ómnibus de la línea 21 en ruta por el Jr. Huancavelica”.
El milagroso bus de la marca norteamericana Coach y mecánica GMC despertó 476 me gusta y 197 compartidos en distintos muros de la red social, como una prueba increíble de que, para los limeños, las carcachas no se borran de los recuerdos. Por eso nos gusta tanto husmear en una Cachina. La 21 dejó de cirular a finales de los 90 pero sus chimeneas forman parte del álbum histórico de Lima. De hecho, una tarde de Copa Libertadores, la 'U' de Sergio Markarián tuvo un problema con la movilidad y los dirigentes alquilaron una 21 -llamados también, el Submarino o la Veintifumo- para llegar hasta el Estadio Nacional. Existe una foto viral del técnico urguayo subiendo a la 21, chupetín en la mano, con esa cara de dónde-me-he-metido que con los años se le iría borrando. Así ganaba Universitario entonces.
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El Tranvía de Lima
Una tarde, mientras obreros de la Municipalidad de Lima rompían por millonésima vez los adoquines ocre de la vereda que viene por Lampa y dobla en Miró Quesada, en el Centro, dos rieles aparecieron, mitad por el peso de las máquinas instaladas en la pista, mitad porque en Lima todo se parcha.
Esos rieles pertenecían nada menos que al viejo Tranvía de Lima, ese que aparece en las novelas de Vargas Llosa y Alfredo Bryce, que vivió en la capital desde 1878 hasta 1965 y cuyos huesos reposan en varias avenidas, ocultas por pistas con combis y colectiveros.
Físicamente, los Tranvías (Empresa del Tranvía de Lima, Tramways) era enormes vagones de fierro y madera que, controlados por locomotoras a vapor y luego electricidad, unieron Lima con los distritos más al sur, cercanos a la Costa Verde o el puerto del Callao. Emocionalmente, son las postales de una Lima menos caótica, más elegante; nueva.
Muchos de sus vagones forman parte hoy de los circuitos turísticos limeños. El que está en la avenida Pedro de Osma en Barranco, por ejemplo. Otros, solo fueron abandonados. “No volverán a circular más los tranvías en Lima”, anunciaba El Comercio en 1965, en una nota que rescata el Archivo Histórico. La huelga de operarios terminó por liquidar a la antigua Compañía Nacional de Tranvías. Las máquinas terminaron en los talleres como chatarra, enmohecidas y silenciosas. Algunas como la de esta postal de 1968 tuvieron la suerte de terminar sus días frente al mar.
Hasta parece poesía.