Dunas de Ica: un retrato al desierto - Francisco Rodríguez
Mirar el amanecer parado en medio del desierto, con cámara en mano, con los pies hundidos en la arena y con los primeros reflejos del sol asomándose entre las montañas de nuestra sierra, te hace descubrir que la palabra ‘distanciamiento’ es demasiado relativa.
Aquella madrugada había caminado varios minutos alejado del campamento cuando el azul del amanecer se difuminó y me dejó apreciar en toda su dimensión las dunas de Ica.
Llegamos el día anterior y pernoctamos en un enorme hoyo que los expertos guías llaman ‘Cenicero’. Es una de las tantas deformaciones que la arena y el viento crean en el desierto, en un eterno y furioso romance, día tras día.
Era el 22 de febrero de este año y nada me hacía presagiar que sería mi último viaje antes de la cuarentena. Recorrí varios metros más y el cielo no se definía para mí. Entonces, decidí calcular la luz y tomarle un retrato al desierto, a esos arenales caprichosos, hermosos y ondulantes que a contraluz parecen pinceladas hechas por el Creador.
No necesito ir a la selva, para estar unido a ella - Iñigo Maneiro Labayen
Tres días antes de la declaratoria de cuarentena me encontraba en Santa María de Nieva, (Condorcanqui, Amazonas), para comenzar un viaje de dos semanas. En este viaje tenía previsto pasar unos días en la comunidad Huampami del río Cenepa, y en Saramiriza, una pequeña localidad loretana ubicada al otro lado del pongo Manseriche y la cordillera Kampagkis. Los apus del Cenepa acordaron cerrar el acceso a la cuenca, y ante el empeoramiento de la situación decidí regresar a Lima. Pocas horas después de llegar a la capital, el presidente Vizcarra declaraba en cuarentena y situación de emergencia al país.
La cuenca media del Marañón, –territorio formado por este río y sus afluentes Chiriaco, Cenepa, Nieva, Domingusa, Santiago y Morona– es mi destino mensual desde hace tres años. En ocasiones voy por cuatro días, y en otras por dos semanas, como cuando recorrí la cuenca media del maravilloso Morona. Formo parte de un organismo internacional público que trabaja por la mejora de las condiciones de vida de la población fronteriza con Ecuador, focalizando esos esfuerzos en la selva awajún y wampis que, con achuares, shapras y shawis del Morona, son los grupos nativos de ese gran territorio, y con los que viví mis primeros ocho años cuando llegué al Perú hace 25.
Durante la cuarentena no necesito estar en la selva para seguir vinculado a ella. Desde el aislamiento social me impliqué con los awajún y wampis que viven en Lima y en muchas ciudades del norte del Perú. Descubrí lo poco que conocía de los “nativos urbanos”, las historias dolorosas de familias con hambre, de caminantes que regresan a sus comunidades, y las muestras de solidaridad de muchas personas, peruanos y extranjeros. Este abandono es el reflejo de lo que ocurre en la selva. Es el olvido interesado y el desconocimiento profundo que vive la Amazonía desde la Conquista.
Cerro Trinidad, Panamá - Alejandro Balaguer
He tenido que evadir al COVID-19 desde el segundo mes de la pandemia internándome en la naturaleza. Es que el Canal de Panamá me encomendó viajar por el istmo panameño para producir durante la cuarentena una serie de ocho historias en ocho cuencas estratégicas para el país, que está sufriendo sequías que ponen en jaque las operaciones del tránsito de barcos por la vía interoceánica.
Es una doble crisis la que vive Panamá: pandemia e inseguridad hídrica. Por ello, para sensibilizar a la población sobre el valor del agua y la relación que guarda con la conservación de bosques y ríos, salí acompañado de mi equipo a producir fotos y videos inspiradores de los ríos del país, viendo una suerte de distopía de tiempos futuros, aunque reales y actuales.
Mientras escribo estas líneas que acompañan mis fotos, vamos avanzando por trochas lodosas de la Cordillera Central del istmo panameño, creando imágenes del origen de varias cuencas y sus fabulosos bosques tropicales lluviosos, que regulan el agua que moviliza la economía global en la vía interoceánica que une el Caribe y el Pacífico, y calman la sed en las ciudades. A pesar del coronavirus, el viaje continúa a través de valles, ríos, cascadas y cerros verdes. Pronto bajaremos para ver cómo la magia de la naturaleza y sus servicios ambientales se van desvaneciendo por la irresponsable huella humana que contamina.
El balcón inca frente al mar de Cerro Azul - Flor Ruiz
Antes de que empezara el encierro estuve varios días a Cerro Azul, Cañete, como parte del taller de fotografía de viajes que dirijo. Traje conmigo nuevos cómplices, más amigos y una diversidad de fotos del pasado: aves dejándose ir con el viento, olas danzando con tablistas, cielos rojo pasión, niños correteando, adolescentes enamorados, juntos tocando guitarra en el muelle, pescadores uno al lado del otro riendo, entrando en sus botes con la puesta del sol.
De este viaje lo que me cautivó cual niña exploradora, luego de una caminata, fue descender unos 50 metros desde la cima de una empinada zona rocosa en forma de escalera angosta y con piedras bien puestas en tramos. Tenía vista al borde del acantilado y nos conducía a una plataforma. Desde allí pude fotografiar un perfecto balcón inca que mira a la inmensidad del mar y del atardecer. Este balcón, roca sobre roca bien definida y calzada a la perfección, forma parte del Complejo Arqueológico “El Huarco” (lugar del ahorcado), una fortaleza inca integrada al gran sistema vial Qhapaq Ñan. Las investigaciones arqueológicas dan cuenta de que hacia 1450 d.C , los incas llegaron y dominaron a los huarco, que eran pescadores y agricultores asentados en la parte baja del valle. En los acantilados del Centinela y El Fraile, los incas construyeron muros de piedra con una preciosista y vistosa técnica. De estos majestuosos y extensos edificios construidos entre los cerros, este balcón ha sobrevivido a la Colonia como legado de la habilidad en la construcción de los antiguos pobladores.
Antes que empiece la pandemia, pude fotografiar un balcón inca de formas perfectas frente al mar, entre pájaros y el sol yendo a dormir. Aun en cuarentena, los arqueólogos del Proyecto Integral El Huarco Cerro Azul, que forman parte del Proyecto Qhapaq Ñan del Ministerio de Cultura, siguen monitoreando y recuperando toda la zona arqueológica monumental.
Tres Cruces: el amanecer más hermoso del planeta - Álvaro Rocha
En la noche helada puntuada de aullidos de zorros invisibles de pronto, la duda. ¿Saldrá? Tres Cruces era una deuda pendiente. Decían que la experiencia en este balcón andino (4.200 m), donde se aprecia al Sol emergiendo de la Amazonía, elástico como una estrella, desdoblado en dos y hasta tres radiantes esferas, era apoteósica, mística. Y decían bien. Sin embargo, es junio y julio la mejor época para avistar este fenómeno que es como nuestra aurora boreal, y ya jugábamos los descuentos de 2019. Además, un guardaparque nos advirtió que la afición pirómana de Bolsonaro en los bosques tropicales propiciaba humaredas que podían velar este espectacular efecto astral. Porque, créanlo o no, Tres Cruces está dentro del Parque Nacional del Manu, y para llegar a sus dominios hay que pasar por el puesto de control Acjanaco, y atravesar un pajonal habitado por venados enanos y osos de anteojos.
Y allí estábamos, tiritando en este telúrico rincón donde se filmaron las escenas decisivas de la película Kukulí (1961), cuando una brasa incandescente incendió el filo del horizonte horadando el colchón de nubes. Nuestros ojos se inundaron con todos los colores del fuego. El Sol parecía danzar sobre montañas azules y el vasto océano amazónico. Ahora me doy cuenta que Tres Cruces es el Olimpo, el Valhala y el Cielo, todos juntos. Ahora que te extraño tanto, Perú.
El río hirviente de Mayantuyacu - Heinz Plenge
Una de mis motivaciones, buscando la luz, siempre fue escudriñar entre las huellas y biocorredores, desde nuestros homínidos orígenes africanos en búsqueda de la Tierra sin Mal.
Este fascinante y largo camino me llevo el día 11 de marzo hasta el centro entomédico ashaninka Mayantuyacu, del maestro Juan Flores. Su paisaje sagrado ancestral es presidido por un río que literalmente hierve a 99° por kilómetros en un bosque primario que hospeda una maloca ceremonial. Habitaciones confortables, comida nutracéutica y tambos escondidos entre árboles y plantas medicinales en la espesura. Encontré visitantes extranjeros que, al igual que yo, optaron por la seguridad de este remoto lugar para defenderse del Covid19; reflexionando que las plantas de Perú y el árbol de la Quina ya salvaron a la humanidad de epidemias y hambrunas.
Regresando a Chiclayo el día 16 empezó el confinamiento. Con la Cátedra Unesco de Génova formamos un equipo virtual y el 15 de abril había nacido el primer plan post Covid de una región: Lambayeque Turismo del Futuro: Naturaleza, Cultura y Salud. //