Hay más provincianos viviendo en Lima que llegando a “la toma de Lima”. Y es que la anunciada marcha de protesta olvida que el 32% de los limeños —según una encuesta de Ipsos del 2016— no nacieron en la capital. Ellos pertenecen a la tercera generación de nuevos vecinos, que sumada a las dos anteriores conforman la inmensa mayoría de habitantes de la ciudad. Además, y contradiciendo las arengas castillistas, casi dos tercios de los presidentes peruanos tuvieron orígenes provincianos.
“Es muy difícil encontrar algún habitante de Lima que no tenga alguna raíz provinciana reciente”, explica el investigador de mercados Rolando Arellano. La paradoja es elocuente. Cada año Lima se vuelve más multicultural, más migrante, más todas las sangres. Pero cada vez se cuestiona más su centralismo, su racismo y su supuesta indiferencia. Lima no es el epicentro geográfico del país, pero sí el de las críticas. Y a pesar de todo, sigue cambiando y creciendo.
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No siempre fue así, claro. “Lima era muy apretada dentro de las murallas”, explica el historiador Guillermo Lohmann. Por esos años la capital no podía crecer más allá de sus límites. Tenía forma de triángulo, aunque sus calles eran cuadradas. Por eso la bautizaron así: ‘Lima cuadrada’. “La única parte que se llamaba Cercado de Lima era en Barrios Altos, donde estaba el cercado de indios que se mandó a construir para poner ahí a los indígenas”, cuenta el autor de Lima. Las calles de la ciudad de los reyes (Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2022). De aquella vieja ciudad esclavista queda solo la catedral, la pileta central, la Casa de la Unión y algunas pocas cosas más. Lima es una sobreviviente y, como tal, se ha reconstruido luego de varios incendios, terremotos, maremotos, una invasión y uno que otro pirata. Más que odiada, Lima era asediada y codiciada.
Era la capital, sí, pero la pieza clave del reino era Cusco: la ciudad imperial que había sido cabeza del Tawantinsuyo. “Lo que estaba en Lima era la burocracia del Virreinato: la corte de apelaciones, la real audiencia y la sede del virrey, aunque también hubo brevemente una audiencia en el Cusco”, explica el historiador Mauricio Novoa. “Este resentimiento hacia la ciudad es un fenómeno del siglo XX”, teoriza Novoa. “Históricamente hablando, había una situación más balanceada durante el Virreinato y hasta el siglo XIX”, precisa el académico. “Si miras las catedrales, por ejemplo, no hay mayores diferencias entre Lima y las otras ciudades en términos de cultura material, al menos hasta el siglo XVIII. Y si observas la organización militar, que fue el factor central del siglo XIX, verás que era un sistema mucho más descentralizado de lo que se cree, porque no había la injerencia de un poder central. El batallón de Arequipa era organizado, comandado e integrado por arequipeños. Lo mismo ocurría con el batallón Ayacucho. Y así. Por eso los caudillos regionales tenían tanto peso: porque tenían milicias. Eran una suerte de partidos políticos armados. La base de Gamarra era el Cusco, la base de Orbegoso era Trujillo, la base de los hermanos Diez Canseco era Arequipa. Y esas guerras civiles eran para controlar el Perú, no para tomar la capital.” Según Novoa, esta rivalidad regional se repite también a nivel local entre pueblos vecinos. “Hay una regionalización que corresponde a una lógica del Antiguo Régimen, con identidades locales muy fuertes, como sucedía con los reinos de España”, dice.
Esta forma de regionalismo persistió durante la Guerra del Pacífico. Porque así como la Independencia se definió en la sierra sur, el conflicto con Chile se definió en la sierra central. La caída de Lima no significó la derrota del Perú. La creación de un ejército nacional realmente empezó tras la primera misión militar francesa que vino en 1896 a modernizar las fuerzas armadas. “El no tener un ejército central reflejaba hasta qué punto no teníamos un Estado central. Parafraseando a Valdelomar, al no haber un Estado central no había centralismo. Y al no haber centralismo no había Lima”.
Las migraciones del siglo XX evidenciaron que algo había cambiado. Y el fracaso de la Reforma Agraria solo despobló la sierra, dejándole el campo libre al terrorismo. Hubo proyectos para crear otros ‘centros’ en el Cusco y en Pasco (Ciudad Constitución), pero el centralismo persistió. Con el nuevo siglo, la descentralización creó otra paradoja: ahora hay mayor presupuesto en las regiones, pero este no se ejecuta en su totalidad.
Hoy, la incapacidad de gestión acompaña el auge de recursos y canon. Y la lucha anticorrupción no ha abordado este sinsentido. “Se penaliza el ejecutar mal, pero no se penaliza el no ejecutar”, plantea Novoa. “Por eso lo más fácil termina siendo culpar a Lima”, sentencia. //