Habían transcurrido 19 minutos de conversación con la periodista Melissa Peschiera, a mediados de esta semana, cuando empezó a sonar insistentemente el teléfono fijo de su departamento. Una y otra y otra vez. Era tal el empecinamiento, que la conductora de televisión ofreció disculpas por la interrupción, se levantó del sillón y cogió el auricular.
“¿Aló? ¿De parte de quién? ¿Quién es Christopher? Pero ¿quién es Christopher? Yo no tengo Facebook... Por favor, no llames a mi casa... ¡Por favor, no tengo Facebook! ¡No llames a mi casa y menos en estas circunstancias! ¡No vuelvas a llamar!”. La preocupación, el miedo, la molestia y la frustración en el tono de sus respuestas estremecieron a todos los que estábamos con ella. Inmediatamente nos explicaría que la persona al otro lado de la línea había dicho ser un fanático suyo que quería averiguar cuál de todos los perfiles con su nombre en esa red social era el verdadero. Pronto coincidiríamos en que aquella versión era demasiado extraña, demasiado improvisada. Lo más más probable es que detrás de esa llamada estuviera él: el hombre que la viene acosando ferozmente desde hace tres años. El que sabe sus movimientos, horarios y rutinas al milímetro. El que se graba fuera de su casa un día cualquiera. En Año Nuevo. El que la atormenta con nefastas cartas escritas a mano, con mensajes de voz y audio en su teléfono, con asquerosos tuits a vista y paciencia de todos. El que, escondido, la sigue. Y lo que es peor, también a sus hijos. José Carlos Andrade Beteta. Él.
Peschiera conoce bien la voz de su torturador. Este no es quien ha marcado a su casa, pero ella cree que ha mandado a un tercero. El sujeto se regocija enfermizamente escuchando la voz de la periodista. Él se lo ha dicho mil veces, de mil asquerosas maneras. Los nervios a ella se le terminaron de resquebrajar el 22 de abril, cuando, en su cumpleaños, le llegó el ramo de rosas que ve en la foto superior. Se las había mandado.
“Inicialmente pensé que el sujeto había llegado a la puerta de mi casa, pero he visto videos y mandó a una persona que definitivamente conoce o ha pagado. Pero ahí está la tarjeta de su puño y letra. Igual él merodea mi edificio todo el tiempo. Me lo dice. Me manda fotos, videos... En este punto me siento vulnerada, indefensa. Totalmente abandonada. A este tipo le falta venir una noche, meterse aquí, echarse a un lado de mi cama. Y ni siquiera eso, estar a menos de diez metros de mí, como las autoridades ya se lo han prohibido, sería suficiente para estas últimas para hacer algo. ¿Qué le pasó a Eivy Ágreda con su acosador? Creo que nunca lo llegó a denunciar. ¿Sabes lo que es denunciar? Yo llevo meses. Meses. Y nada”, explica la periodista (39).
RELATOS DE HORROR
Todo empezó en el 2016, rememora Peschiera, con cartas. Luego pasó a Internet. El sujeto tiene una cuenta suya en Twitter donde escribe hasta el día de hoy. Ella no lo bloquea porque de esa manera se entera de lo que hace. Así supo, por ejemplo, que seguía a sus hijos. Una vez incluso se acercó a hablar con ellos, siempre grabándolos.
“En cada santo de mi hijo, de mi hermana, de mi mamá, está escribiendo. En el de mi segunda hija, este año, estuvo reventando el teléfono porque quería hablar con ‘su hija’. Me reventó también el celular porque ya se averiguó el nuevo número. Ya sabe el nuevo número del fijo. A mi madre la llama de madrugada. Mi vida cotidiana está totalmente trastocada”, comenta.
La primera denuncia que Peschiera hizo fue en abril del 2018. El acoso todavía no era considerado delito en el Código Penal peruano –recién lo fue en setiembre del mismo año–, por lo que la acción legal se dio por marcaje, reglaje e intento de secuestro. Lo que hizo que se decidiera a dar ese paso fue que dos meses antes, finalizando ella una jornada laboral, Andrade se le acercó y la tomó del brazo pidiéndole que se fuera con él. También que, en dicho abril, lo encontrara fuera de su edificio. Entonces hizo que lo detuvieran por hallarlo en estado de flagrancia, pero lo soltaron rápidamente porque el Poder Judicial no trabajaba por esos días, entonces feriados.
“Yo tengo garantías, pero de qué sirven. Él no puede acercarse a mí a menos de 10 metros ni dirigirse a mí de ninguna forma. No lo he vuelto a ver, pero me escribe y llama todos los días, desobedeciendo lo que el Ministerio Público ha ordenado. No sé qué más hacer, estoy desesperada. En marzo lo denuncié por segunda vez, ahora sí por el delito de acoso. He tenido que soportar y recabar todas las pruebas, ya las tiene la Fiscalía. ¡Tienen todo! No sé por qué no piden su detención, su confinamiento en un penal o en un hospital psiquiátrico. ¿Tiene que pasarme algo? El sujeto sabe bien que no puede dirigirse a mí y desodebece a la autoridad. Está delinquiendo y hay pruebas. ¿Qué falta para que me escuchen? ¿Que me pase algo?”, esgrime comprensiblemente alterada.
Peschiera reitera que la justicia tiene la sartén por el mango, pero su pesadilla no acaba. “Materialmente es imposible para una peruana sentar una denuncia y lograr una sentencia. El costo del proceso es muy caro por donde se mire. Yo estoy recibiendo el apoyo del estudio de abogados Azabache; sola no podría. El sistema tiene que cambiar para todas. ¿Cuántas Eivy Ágreda más tienen que haber? ¡Basta ya!”. El grito es de todas. //
-OTRAS PERIODISTAS ACOSADAS-
Patricia del Río ha dado cuenta en más de una ocasión del martirio que vivió en los últimos cuatro años debido al acoso perpetrado por un sujeto llamado Winston Ezequiel Manrique Canales, a quien intentó denunciar varias veces. Este la esperaba fuera de su casa, de su centro laboral y de donde fuera con intención de tener contacto con ella. Juliana Oxenford, por su parte, dio a conocer que padecía similar situación a causa del mismo hombre, quien, a su vez, habría incurrido en ese delito en el pasado con Jessica Tapia. Manrique sufriría de esquizofrenia.