Habría perdido la cordura. Eso es lo que Eduardo Collazos cree que le hubiese pasado si le prohibían nadar en el mar durante la pandemia. Bracear largas distancias en aguas abiertas, empujado constantemente por mareas u oleajes, concentrado en no tener demasiado frío o calor, eso es para lo que ha nacido. Este odontólogo de casi medio siglo de vida siempre anda queriendo vencer al océano y varias veces ya lo ha conseguido. En el Perú ha concluido nueve veces la icónica travesía Olaya, aquella que empieza en Chorrillos y culmina en La Punta, veintidós kilómetros después. Pero en el extranjero ostenta desafíos conquistados más impresionantes aún: cruzó nadando, por ejemplo, el estrecho de Gibraltar, que conecta Europa y África; y el canal de la Mancha, que une Inglaterra y Francia. Asimismo ya bordeó toda la isla de Manhattan, en Nueva York; además de adentrarse en la bahías de San Francisco y Acapulco e, incluso, en el lago Titicaca. “La natación en aguas abiertas es desde hace unos doce años para mí un bálsamo que me ha servido muchísimo para tolerar los tiempos difíciles. Ni qué decir lo que ha significado poder practicar esta disciplina el último año. Por eso me alegro que cada vez más personas estén refugiándose y llenándose de energía y endorfinas en el Pacífico frente a Lima. Es increíble, pero cuando uno empieza en esto no tiene idea lo lejos que puede llegar”, narra Eduardo de forma literal y metafórica.
Collazos siempre nadó, al principio, en piscina. De chico en la de Ismael Merino, luego en la de Tater Ledgard. Estuvo en la selección nacional con este último entre los 12 y los 22 años. Su etapa de nadador competitivo, no obstante, la culminó con la legendaria entrenadora María Isabel Barragán. Las corrientes de la vida lo fueron llevando lejos del agua durante 16 años, hasta que cumplió los 38. Las circunstancias entonces eran diferentes. Tenía ya una clínica dental, pero pesaba 102 kilos y su salud era un desastre. Es por eso que decide buscar nuevamente a Ledgard para retomar en la categoría master. “Un día él me dice: ‘Guayo, tú tienes condiciones para ser nadador de aguas abiertas. Inténtalo. Y así lo hice. Así fue como conseguí mi primera Olaya”.
Nadar en el mar, pues, se convirtió en un saludable hábito diario en la Costa Verde, la cual conoce como la palma de su mano. Luego, la dinámica se volvió un reto permanente. Es así como el 23 de agosto del 2104 hace su debut en aguas abiertas internacionales cruzando el estrecho de Gibraltar, que une España y Marruecos. “Fui en tándem con una compañera, Melina Vieira. Partimos de Tarifa en España y en teoría son 14 kilómetros de distancia entre ambas costas, pero por las corrientes nadamos como 23. Entonces aún usaba wetsuit. Ya no. Fue con esa experiencia que le tomé gusto a nados más complicados”, cuenta.
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El siguiente reto estuvo en Nueva York. “El 14 de julio del 2018 le di la vuelta a toda la isla. Fueron 46 kilómetros que hice en siete horas y 21 minutos. Empecé en el South Manhattan, luego fui por el East River y luego entré al Hudson”. Un año después, asombrosamente, atravesó a nado el Canal de la Mancha, que conecta Inglaterra con Francia. “Soy el segundo peruano en haberlo logrado, eso pasó 68 años después que lo consiguiera Daniel Carpio. En línea recta son 34 kilómetros, pero eso solo lo hacen los barcos. Las personas nadamos unos 50 o 60 kilómetros. Las corrientes son muy fuertes, te empujan y por eso demoras más. Por algo me preparé tres años para ello”, afirma.
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Eduardo no usó wetsuit en Nueva York ni en el canal de la Mancha. Solo un traje de baño y una gorra. Según explica, los nadadores más experimentados siempre buscan un desafío mayor y tener que tolerar el frío del agua califica como tal. Sucede, pues, que tiene otra meta en la mira: la triple corona.
“Este es un galardón internacional, de los más importantes que existen, que se le da a cualquier nadador que concrete la vuelta a Manhattan, el cruce del canal de la Mancha y el que separa la costa de California con la isla Santa Catalina (unos 35 kilómetros). Esta última ruta es la que me falta, podría ser el primer peruano en conquistarla. Estoy a menos de 80 días de ir a Los Ángeles, para eso me estoy preparando. Son 34 kilómetros de distancia y es un nado nocturno, en promedio unas 11 y 12 horas de duración. Lo característico de este tramo, además, es la presencia de variada fauna y flora marina. Hasta tienes que firmar un documento en el que asumas tu responsabilidad si un tiburón te ataca...”, puntualiza Eduardo. Mientras llega el ansiado 6 de julio, fecha en que tenga que probarse una vez más a sí mismo, él sigue entrenando en el mar de la Costa Verde con dos grupos: los Perú Swimmers y Los Marlines. En este último también nada un ‘delfín’ al que está entrenando: Gustavo Lorens. Está asesorándolo para que sea el tercer peruano que cruce el canal de la Mancha. Cuánta recompensa hay también en compartir lo que se sabe. En el legado.//
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