Escribe Cristina VallarinoInés Huaylas, hermana de Atahualpa, fue la primera mujer de Francisco Pizarro, uno de los primeros españoles que llegó al Perú. En algún momento del virreinato, sus compatriotas trajeron las vides que con el tiempo sirvieron para destilar la que hoy es nuestra bebida de bandera. Pisco, ciudad cuyo nombre es de origen quechua, se convirtió en un importante puerto de intercambio con el viejo mundo a la vez de ser el lugar que hasta hoy ampara nuestra propiedad de la Denominación de Origen Pisco en relación a otros destilados, tanto de Chile como de Bolivia, entre otros.
Caraz es la capital de la provincia de Huaylas. Su nombre tiene origen quechua: Qaara, “lugar de agaves”. La explicación etimológica se sustenta en el libro de Gramática quechua de Anchash y Huailas de Gary J. Parker (1976, Ministerio de Educación Peruano), donde refiere que penca, en quechua es qaara. Las pencas, en términos botánicos son las hojas del agave y así se les conoce hasta en México, país de los destilados de agave tequila, mezcal, sotol, raicilla y bacanora, entre los que cuentan con Denominación de Origen fuertemente protegidas por normas oficiales y órganos como el poderoso CRT Consejo Regulador del Tequila.
Volviendo al Perú, vemos que Pisco, que proviene del quechua Pishku, podría no ser el único legado de los Quechuas, cultura que floreció mucho antes que los Incas y cuyos vestigios podemos ver hoy cerca de Lima, en Pachacámac. El Lugar de Agaves puede ser otra herencia milenaria quechua.
Recientemente se ha empezado a producir en las alturas de Áncash, Caraz, un destilado de agave, hecho con pencas silvestres –agaves americana y salmiana– y con agua originaria de los cercanos glaciares de la Cordillera Blanca. En este destilado, Aqará, los olores verdes afloran naturalmente y destaca su limpieza en el sabor, libre de aristas que perturben el placer de beberlo. El agave, penca o cabuya –como es conocido en otras regiones–, es una planta endémica de los Andes (incluso Venezuela, Ecuador y Bolivia), que crece libre y abundantemente entre los 1500 y 3300 metros s.n.m. de los Andes.
Así como hoy existen plantas artesanales destiladoras de caña, cañazo, mañana podríamos tener muchas destiladoras artesanales de agave que florezcan en los Andes hasta que la agroindustria preste atención a este importante sector de consumo del que México, no solo con el tequila sino con el mezcal, genera ingresos de alrededor de dos mil millones de dólares anuales. El tequila se consume en más de 120 países y genera empleo a más de 70 mil personas. De hecho, del agave azul, única materia prima aceptada por el CRT, México hoy usa más de una cincuentena de variedades de agave y ha extendido la Denominación de Origen a muchos territorios allende Tequila, ampliando significativamente su capacidad de producción exportadora. Venezuela y Ecuador tienen sus propios destilados de agave, mishky y cocuy.
México tiene una región geográfica llamada Tequila (“lugar de trabajo” en náhuatl), Perú tiene un pueblo llamado Pisco. Y tal vez tiene algo igual de poderoso o más: el “lugar de agaves”, como lo bautizaron los quechuas hace casi mil años. Dejando los estudios más prolijos y los datos acuciosos a los expertos, estaríamos ante el único lugar en el mundo llamado, desde su origen, lugar de agaves. Imaginen el potencial de este hecho de facto, valga el pleonasmo.
El agave de los Andes puede ser el embajador peruano dormido que despierte de un sueño milenario para volver a presentarnos al mundo y ayudarnos a escribir una nueva página en el desarrollo del país. El legado de Francisco Pizarro e Inés Huaylas.
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