Desde su despedida de “Al fondo hay sitio” hace siete años, Sergio Galliani (57) había aprendido a convivir con los constantes pedidos del público para que retomara el papel de Miguel Ignacio de las Casas Diez-Canseco, el carismático villano que todos adoraban odiar, o quizá, odiaban querer. Pero Galliani siempre fue claro con ese tema: su decisión estaba tomada, y no había forma de que lo hicieran regresar a los zapatos de Nachito, como también le decían a su personaje. La vida, sin embargo, tiene maneras de cambiar nuestros planes. O de mandarnos señales. Sergio se había alejado de la TV al cumplir 50 años porque quería dedicarle la segunda mitad de su vida a su familia. “Mi hijo estaba dejando la infancia, y quería estar presente: llevarlo al colegio, recogerlo, y disfrutar tiempo con él”, dice desde las instalaciones del teatro Marsano, lugar que ha tomado como su residencia creativa y desde donde actúa ahora en la premiada obra “La verdad”.
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¿Cómo te convencieron?
Lo que pasó es que mi esposa, Connie Chaparro, llegó a casa a mediados de diciembre y me dijo: “Voy a renunciar a la radio. Necesito descansar”. Ella había estado 12 años ahí, así que entendí lo que implicaba esa decisión. Y ocurrió algo que me pareció una señal. El mismo día que Connie me dice “ya no voy a trabajar”, al ratito, suena mi teléfono, y era el jefe de cásting de “Al fondo hay sitio”. Parecía una señal.
¿Te imaginabas la expectativa por este retorno después de tanto tiempo?
Desde que entré a “Al fondo hay sitio”, dejé de ser Sergio Galliani. A pesar de tener más de 35 años de carrera, la gente me cambió de nombre. Para el 99% de peruanos, soy Nachito. Incluso con Chabelos, la banda de rock que tengo con Giovanni Ciccia, escucho gritos de “¡Nachito!”.
¿Cómo fue grabar ese reencuentro?
Fue increíble. Para esto, ellos armaron una logística. Fue ‘top secret’ la cosa. Me metieron a escondidas, por la puerta de atrás, nadie debía saber que había regresado. Ni Atilia Boschetti sabía que iba a grabar conmigo. Fue una sorpresa para todos.
El revuelo que armó esa escena duró días.
Yo pensé que íbamos a tener impacto, pero no a ese nivel. La verdad, me emocioné mucho porque sentí ese golpe de popularidad que solo ciertos personajes logran. Es como lo que debe haber sentido quizá Adolfo Chuiman en algún momento de su carrera: una conexión tan fuerte con el público.
¿Metiste cosas de tu vida en el personaje de Nachito?
Más bien fue al revés. Empecé a hacer el personaje y, a raíz de lo que aprendí con él, terminé involucrándome en el negocio inmobiliario. Al interpretar a Nachito, comencé a explorar temas relacionados con el mercado de la construcción, simplemente porque el personaje estaba muy ligado a ese mundo. Y sin darme cuenta, terminé metiéndome en ese rubro. Así que sí, fue el personaje quien influyó en mí, no al revés.
Eres emprendedor. Distribuyes café, tienes una empresa de buses eléctricos...
Toda mi vida he emprendido. En el Leoncio Prado tenía una línea de ropa tipo urbana de estilo militar. En 1985, con 19 años, tenía una empresa de panificación, vendíamos lo que ahora se llaman ‘cupcakes’. Eso lo inventamos en esa época. Hacíamos postres al por mayor. Hasta que vino el paquetazo de Alan García y ya no había harina, no había azúcar, todos los insumos básicos que necesitábamos. Tuvimos que cerrar.
¿Así es como entras a la televisión?
Primero empecé a trabajar como modelo publicitario. En 1985 ya estaba en el Club de Teatro y, como hacía deporte, estaba bien parado físicamente. Hice un comercial vestido como Superman, con mi pelo largo. Hasta que llegó la telenovela “Natacha”, que fue mi primer golpe de popularidad, y de ahí “Locademia de TV”.
“Locademia de TV” fue un hito en su época. Un programa hecho por jóvenes y tan espontáneo que parecía improvisado...
Había un guion, que lo hacíamos entre todos, pero era una dinámica muy de amigos. Lo raro era el horario, porque a esa hora había puros noticieros. Lo hicimos con Carlos Alcántara, ‘Cachín’, que estuvo solo una semana porque se fue a hacer “Pataclaun”. Se sumó una amiga del barrio, Marisol Aguirre. El piloto lo hicimos en 1991, y recién lo compraron en 1993, en canal 7, que era un canal que nadie veía. Y al poco tiempo ya le habíamos quitado televidentes al canal 2, al canal 5. Si la productora hubiera invertido en el programa, hubiéramos durado 7 años y no 13 meses.
¿Cómo eras de niño? ¿Eras tranquilo?
No, nada tranquilo. Tenía buenas notas pero tenía el problema de la disciplina. Un día, en el colegio Maristas San Luis, me robé la sotana del cura para una obra y, en pleno show, hice como si me levantara la sotana y me pusiera a orinar. El cura se molestó, y ese incidente se volvió una leyenda en el colegio. Hasta ahora, cuando me encuentro con excompañeros, me lo recuerdan.
¿Fue por eso que te acabaron mandando al colegio militar?
Totalmente, fue un castigo para mí. Es que yo me tiraba la pera para ir a correr tabla. Mi mamá se enojó: “¡Te mando al Leoncio Prado!”. Y yo, sin saber qué era eso, le respondí: “Mándame pues”. Ni idea tenía de lo que me esperaba. Los primeros diez días fueron pésimos. Tanto así que mi mamá me fue a visitar, llorando, y me dijo: “Hijo, yo te saco de acá”. Pero, por pura terquedad, le respondí: “No, tú no me vas a sacar. Yo me quedo. Esto lo tomo como un reto”. Esa decisión, aunque en ese momento no lo sabía, cambió mi vida y mi carácter.
Al final, hiciste las paces con eso. ¿Qué te dio la educación militar?
Disciplina, potencia, mentalidad, supervivencia, independencia. Aprendí a aceptar órdenes y a darlas.
¿Tienes un grado militar?
Sí, soy sargento segundo de infantería, reserva 84.
En el colegio militar fue que te hiciste actor. ¿Qué es lo que te llamaba la atención?
No lo sé con certeza, pero creo que todo empezó con la escritura. Desde los 14 años me encerraba con mi máquina de escribir. Escribía mucho: poemarios, historias... Incluso llegué a postular a varios concursos de poesía nacionales. En esa época leía mucho a poetas como Javier Heraud. Me encantaba ese tipo de lectura, y comencé a escribir, influenciado por autores como César Calvo. Ahí nació mi lado creativo.
Por esa época también fue que te enfermaste de insomnio, ¿cómo lidiabas con eso?
Mira, lo entendí recién hace unos 20 años, pero todo comenzó cuando tenía 16 años. Mi padre murió en esa época, y como estaba en el internado, no logré despedirme de él. Esa falta de despedida me marcó profundamente. Desde entonces, comencé a perder el sueño. Ahora entiendo que, inconscientemente, empecé a cargar con el peso de hacer las cosas que mi padre nunca pudo hacer.
¿A qué te refieres?
Mi papá fue una persona increíblemente talentosa pero dispersa. Estudió de todo: sociología, botánica, contabilidad, administración. Era músico, tocaba la guitarra, componía poemas. Pero nunca logró consolidarse en nada. Era activista de izquierda en los años 70. Con el tiempo, sin embargo, se frustró. No encontró un camino claro y eso terminó consumiéndolo. Yo creo que esa frustración lo aniquiló, y para mí, inconscientemente, eso se tradujo en una misión: hacer todo lo que él no pudo.
Por eso hacías tantas cosas...
Empecé a trabajar obsesivamente, a cumplir metas. Soy músico por él, porque fue él quien me regaló mi primer cajón. Incluso mi primera experiencia teatral fue con él: a los cuatro años. Todo esto, sin darme cuenta, era mi manera de reivindicarlo. Pero no hice un duelo real por su muerte, no hubo catarsis. Estuve más de 20 años cargando con esa ansiedad y ese insomnio.
¿Cómo te curaste finalmente?
Un día, en una sesión de terapia, la doctora me pidió que hablara sobre mi papá. Fue como abrir una compuerta. Entré en catarsis y luego fui a un ensayo de teatro. Justamente estaba interpretando “El enfermo imaginario”, de Molière, y yo era el enfermo imaginario. Imagínate. Todo se confabuló. Esa noche, por primera vez en 20 años, me senté en mi cama sin tomar pastillas, sin nada, y me quedé dormido hasta las 11 de la mañana del día siguiente. Desde entonces, no volví a necesitar medicamentos para dormir. //
La última vez que Galliani fue protagonista de la portada de Somos fue el 28 de abril de 2012. En ese entonces, el actor encabezaba la versión local de la popular obra de Broadway Hairspray, dirigida por Juan Carlos Fisher, donde interpretó a Edna, la madre del protagonista.
Mientras alista su retorno a la nueva temporada de “Al fondo hay sitio”, Galliani se deja ver en la obra “La verdad”, que le valió un premio Luces. Dirigida por Giovanni Ciccia, la obra escrita por Florián Zeller se presenta en el teatro Marsano hasta fines de enero. Las entradas están a la venta en Teleticket.