Miguel Villegas

| El sueño es que, conforme pasen los minutos, Bianca y Mateo jueguen con los yaxes, tiren las canicas, con la misma facilidad con que toman el teléfono celular. Que cada vez que los vean, queden hipnotizados, como nosotros.

Con el permiso de sus padres, a quienes les contamos la idea hace unos días, Bianca y Mateo se van a enfrentar en unos minutos a tres juegos que pertenecen a otra época, que resumen la niñez de los periodistas detrás del experimento: los yaxes, las canicas y saltar la liga. Están ansiosos: es más sencillo que conozcan cómo se manipula una consola de Play a cómo se juega levis con palmada.

Queremos verlos y que sus padres encuentren un espacio nuevo para jugar en casa y que eso se multiplique. También queremos vernos en ellos.

En los 70, la calle servía para correr. En los 80, para huir de los cochebombas. En los 90, los jardines, los pasajes, las esquinas fueron enrejados, como cárcel. Ahora, la calle ya no es la calle: es el área común del condominio, las escaleras del edificio, el ascensor hasta el piso 16.

Quienes fuimos niños en el Perú en esos años pudimos conocer la audacia que era ir caminando por otros barrios, cruzar esas fronteras, ir al jugar al fútbol hasta las 7 de la noche con la solitaria compañía de dos o tres postes de luz. Jugar en la calle con los amigos permitía desarrollar una inventiva que se ha reducido a los mandos de la Play: una zanja podía ser una trinchera, cuatro piedras una cancha de fútbol y un solo columpio el Play Land Park.

La sonrisa de Bianca y Mateo, cada uno con sus canicas y sus yaxes en los bolsillos -en sus memorias-, es una prueba generosa.

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