(Foto: Ana Lía Orézzoli)
Penal de Lurigancho

El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú.

Bastan unos segundos, detenido ante los portones metálicos e inconmovibles del Penal de Lurigancho, para pensar en cuánta razón pudo tener César Vallejo al escribir esa línea en uno de sus más recordados poemas, aunque se haya tratado de otra prisión y hayan pasado más de 80 años desde entonces: los barrotes siguen siendo los mismos. Y basta entrar a esa prisión, sentir la energía pesada de sus muros, caminar por sus largas calles, observar de lejos sus hacinados pasadizos, conversar con los presos y acercarse a sus miradas, para presentir que, para algunos de ellos, el momento más grave de sus vidas no ha llegado todavía.

Y es que, quizás, la cárcel puede no haber sido lo peor que les pasó. Para muchos será, aunque suene irónico, lo mejor. Gracias a un programa fomentado por el Ministerio de Cultura, en convenio con el Instituto Nacional Penitenciario (INPE), grupos de internos de varios penales del país tienen la oportunidad de trasladar su imaginación y su creatividad más allá de los altos muros de su prisión.

“La libertad de la palabra” no solo los acerca a una gran cantidad de lecturas, sino que los relaciona directamente con los autores de los libros y los invita a participar en talleres de escritura creativa. Solo durante el 2017, más de mil internos de Lima, Huancayo, Ayacucho o Iquitos se han visto beneficiados con este programa, valorando la literatura como una nueva oportunidad.

“Desde el comienzo siempre fue pensado como un programa de fomento de lectura, con la idea de generar contacto directo entre el lector y el autor –nos dice Ezio Neyra, responsable del programa y titular de la Dirección del Libro y la Cultura del Mincul–. Esto tiene un efecto positivo al generar hábitos de lectura, ampliar su cultura y su vocabulario, otorgándoles mayores posibilidades de expresión y de entendimiento. Este hábito puede facilitar su reinserción a la sociedad”.

Pero para que esto funcione, es necesario elegir con criterio quiénes serán los beneficiados con este tipo de programas. Por ejemplo, en el Penal de Lurigancho –donde se llevó a cabo por primera vez este proyecto, en el 2015– hay cerca de 10 mil internos, entre ellos un gran porcentaje de sentenciados por delitos de todo tipo: secuestros, extorsión, homicidio; hay también hombres sin sentenciar y no necesariamente culpables; hay otros que están presos por delitos leves, si los comparamos con los antes mencionados. En este penal limeño fueron seleccionados los internos del Centro Educativo Básico Alternativo (CEBA) y los del programa TAS (Tratamiento de la Agresión Sexual), cuya finalidad es generar mejores conductas en quienes han cometido otro tipo de faltas o delitos contra la moral. 

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