(Foto: Elías Alfageme)
Reguetoneras
Oscar García

Al machismo y la cultura misógina no les ha bastado con quemar mujeres toda la vida, como volvimos a recordar con horror esta semana: desde el comienzo han buscado también silenciar su voz. Una mujer que empuña un micrófono resulta, dejando el facilismo freudiano de lado, una imagen poderosa, por lo mismo que subvierte una historia de exclusión que se remonta hasta la Grecia antigua, cuando las mujeres no podían hablar en público. Tiempos en que actividades como la oratoria, como anota la autora Mary Beard, eran “prácticas y habilidades que definían la masculinidad”.

Desde que el reggaetón, ese género caribeño que tomó prestado el beat del dancehall jamaiquino y le sumó letras rapeadas, empezó a llamar la atención de los medios, hace 15 años, causó revuelo el carácter achorado y misógino de sus letras. La mujer animalizada, si no era gata, era perra. El extremo citable es el de Micky Santana, ese que cantaba sobre ellas con la sutileza de un carnicero del mercado en su opus magnum, llamado Toma chuculún:  

Rómpele la molleja, toma/
Destrózale el higado, toma/
reviéntale el buche, toma.

El trap latino, variante todavía más barriobajera del hip hop americano, que algunos confunden con reggaetón a pesar de la ausencia del tupá-tupá típico en su ritmo, está en el ojo de la tormenta desde hace algunos años por la visión de la mujer que presenta –algunos dicen estereotipada–, pero que en definitiva no ensalza ninguna narrativa femenina. Maluma, J Balvin, Bad Bunny acumulan denuncias por misoginia en sus letras y se diría que casi las exhiben como galones ante su público.  

Ellas tienen la palabra
Un cambio positivo en esta estructura templada a fuego por los hombres podría venir de adentro. Ahí está el caso de Karol G, la colombiana que, según confesión propia, tuvo que luchar con el machismo del género durante más de cinco años, hasta que su voz pudiera ser escuchada sin prejuicios ni complejos. Tan popular como Shakira, para que se entienda, Karol G y otras secuaces como Becky G, Leslie Grace y demás han supuesto un recambio inspirador para las que gustan de este género y quieren entrar en él.

La avanzada de peruanas llegadas al reggaetón tiene algunos años, pero todo parece mucho más consolidado desde el 2017. Leslie Shaw, que se volcó al género luego de toparse con una pared de indiferencia de las radios cuando era rockera, ha encontrado un éxito importante que no deja de asombrarle. Solo en YouTube sus canciones suman casi 50 millones de reproducciones. Asegura que Decide, su primer single, habla de una mujer fuerte, que no se somete, que es independiente y no tiene miedo. “Me acuerdo mucho de un show en Piura, al inicio. Era en el patio de una casa y había un montón de chicas en una baranda y todas cantaban mi canción. Desde ese día me di cuenta de que mi público es muy femenino. Me sentí muy bien esa vez, cómoda, feliz. Se siente bien gustarle a alguien después de tantos encontronazos”, confiesa. 

Un caso similar es el de Mia Mont, conocida por sus primeras incursiones en el pop y en la balada, y reconvertida al género urbano en los últimos años, cuando la cerrazón en las radios a cualquier cosa que no sea ese ritmo se hizo más patente. “Soy muy respetuosa de lo que escucha la gente y siempre digo que la gente decida qué oír, pero como mujer las letras del trap me parecen muy fuertes. Las pistas sí me gustan mucho, pero les cambiaría esas letras”, anota Mont, cuya más reciente canción, Solita, ha conseguido más de 200 mil reproducciones en un par de meses. El video en YouTube de dicha canción tiene un millón y medio de reproducciones.  

Mostrar piel, no me hace menos feminista
Con 116 mil seguidores en Instagram, Malu Ledesma, conocida también con el nombre artístico de Malu Vuitton, es uno de los últimos ingresos en este campo y lo ha hecho causando sensación con un video tan fuerte y asertivo como su propia personalidad, con escenas de ostentación y de mujeres haciendo twerking (como se le denomina al acto de agitar los glúteos de modo acompasado, muy propio de los videos de rap).

Malu, que ha trabajado como go-go dancer en nightclubs de Estados Unidos, ha asegurado que lo suyo no es el reggaetón romántico, que muchas escogen por defecto para iniciarse en esta carrera. Lo de ella es trap en español, a secas, con letras audaces que harían sonrojar a la censura. Su remake de Po’ encima, originalmente de Arcangel y Bryant Myers, pero con una nueva letra compuesta por ella, fue un hit en las discotecas del sur el verano pasado. Y esta semana anuncia que editará su primer EP, de cuatro canciones escritas por ella. Y un dato extra, no poco importante: Malú se considera feminista.  

Hay quienes creen incompatible el hecho de mostrar la dermis en un video y levantar una bandera feminista, olvidando quizá que, desde las épocas de la quema de sostenes, la liberación del cuerpo es una de las mayores luchas del movimiento. “Feminismo para mí es mostrarme como me dé la gana sin que un hombre o una mujer me diga tápate o por qué te vistes así. El feminismo es tener la misma libertad que ellos para salir sin polo, por ejemplo. ¿Por qué no? La misma libertad para hablar, opinar y vestir como nos sintamos más cómodas”. La que habla es Marisabel Muñoz, o simplemente Marié, una cantante de pop que pronto incursionará en terrenos de fusión trap, y que ha conocido comentarios descalificatorios en redes sociales por su forma desinhibida de presentarse. Su nueva canción, Sugar Daddy, podría ser malinterpretada como un manifiesto, pero es sarcasmo dirigido a sus haters y a quienes creen que una mujer necesita de un amante que le pague los videoclips.“Pienso que sí hay mucho machismo en la música urbana. También en otros géneros, pero la manera de equilibrar todo esto es que sigan saliendo más chicas a cantar sus puntos de vista en la industria, demostrando que esas mujeres de las que nos hablan las canciones de reggaetón no representan a las que lo cantan ni a todas en general”.  

Quien también está comprometida con esta causa es Anaís Quispe, conocida en el mundo del rap como La Torita. Desde que debutó como rapera a los 13 años en El Ranchito, San Juan de Miraflores, ha tenido que combatir contra ese pensamiento de excluir a las mujeres y de callarlas, diciéndoles que el rap es cosa de hombres. “Encima, como soy bajita, más tenía que luchar”, agrega. Pelearse el micro con los raperos varones que exigían credenciales de género se volvió habitual, pero se impuso. Ahora cuenta que las letras de su próximo disco, Lo bueno viene en frasco chico, a publicarse en julio, hablan de la igualdad y del respeto, dos condiciones que considera necesarias para que más mujeres como ella se sientan tratadas con dignidad. Sin eso, no hay nada. 

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