Tolerar la injusticia, por Carlos Galdós
Tolerar la injusticia, por Carlos Galdós
Carlos Galdós

Es increíble que en pleno siglo XXI todavía exista la esclavitud. Es increíble que jóvenes llenos de sueños sean explotados miserablemente por un empleador que los hace trabajar 12 horas continuas. Es increíble que trabajen encerrados en un contenedor. Es increíble que tengan que orinar en botellas y sabe Dios dónde más cuando la necesidad es mayor. Es increíble que ganen menos del sueldo mínimo, menos de la mitad. Es increíble que el ministro de Trabajo diga que se trata de una infracción laboral. Es increíble que no tenga los huevos bien puestos para decir sin asco que se trata de un crimen. No es increíble que diga eso si nos ponemos a pensar que el mismo personaje hace poco dijo que 850 soles es adecuado; más increíble aún es que de los 20 soles que estos chiquillos ganaban al día tuvieran que reservar una parte para sus pasajes y alimentación. Es increíble y admirable cómo frente a tamaña humillación y vejamen estos chicos no perdieron nunca la esperanza y esperaban algo mejor. Es increíble que alguien se dedique al negocio de falsificar fluorescentes. Es increíble que la autoridad no sepa lo que ocurre en su jurisdicción. Es increíble que esa autoridad todavía siga en su cargo; más increíble aún es que tenga el cuajo de aparecer sin ninguna vergüenza en televisión y dar declaraciones desde el mismo lugar de la desgracia. Es increíble que estemos en manos de tantos imbéciles. Es increíble que los bomberos no tengan permiso para dejar sus trabajos e ir a auxiliar voluntariamente al lugar de los hechos, pues sus empleadores de sientan en la ley. Es increíble que 466 muertos en el incendio de Mesa Redonda en el año 2001 no nos hayan servido de lección para que nunca más se cometa el mismo error.

“Me parece increíble todo lo que está pasando”, dijo la hermana de un amigo durante la comida que organizó por su cumpleaños. Lo dijo en tono indignado a las 10:30 de la noche mientras todos –mi amigo, su esposa, sus padres, su hermana, mi esposa y yo– saboreábamos una deliciosa lasaña de verduras. Al costadito nomás una niña de 10 años jugaba con el sobrino de mi amigo; es decir, el hijo de la indignada comensal. Todo iba perfectamente hasta que ingenuamente pregunté : “Oye ¿mañana no tiene colegio tu hija?”. Yo vi dos niños jugando, una mujercita de 10 y un bebito de 3 años respectivamente, y obviamente supuse que eran hermanos. “Noooo, no son hermanos, ella es la hijita de mi empleada y me cuida al bebe; la traje de su pueblito para que trabaje en la casa”. “¿Me estás tomando el pelo? Te quejas toda la noche de la porquería de país en que vivimos y cómo esos jóvenes han sido esclavizados trabajando ¿y tú haces eso con esa niña?”. Acto seguido, la comida se fue literalmente al mismo lugar donde deberían irse los empleadores de esos jóvenes muertos: a la mierda. La mamá de mi amigo tomó partido; el papá me dijo que le estaban haciendo un favor a la niña porque en provincia no iba a poder progresar; la esposa de mi amigo me invitó a retirarme de la casa y yo sentí que somos una sociedad de porquería. No vamos a cambiar nunca, producimos injusticia por todos lados, la toleramos y, lo que es peor, la justificamos disfrazándola de ayuda a los más pobres.

Miguel, flaco querido, es increíble que tú seas tan buena persona y que juntos hayamos trabajado más de una vez por causas que involucraran niños en estado de abandono y tengas una familia así. No tienes que disculparte conmigo, yo sé quién eres y no necesitas decirme que por eso nunca te llevaste bien con tu familia; se nota a leguas que eres de otro costal. Es increíble cómo los miserables de los que tanto nos quejamos día a día muchas veces están más cerca de lo que uno piensa. A veces sentados en nuestra misma mesa.

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