La pandemia provocada por el COVID-19 podría poner en riesgo la seguridad alimentaria mundial, señala un reciente estudio llevado a cabo por investigadores del International Food Policy Reserch Institute (IFPRI), que fue publicado en la revista Science.
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Si bien hasta el momento no se ha producido un gran desabastecimiento de alimentos, los mercados agrícolas enfrentan interrupciones debido a la escasez de mano de obra a causa de las restricciones de movimiento impuestas por los gobiernos y los cambios en la demanda de productos como resultado del cierre de restaurantes y escuelas, así como por la pérdida de ingresos.
En ese sentido, para los investigadores del IFPRI, la pandemia está afectando cuatro pilares de la seguridad alimentaria: el acceso a los alimentos, su disponibilidad, su uso y su estabilidad.
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“Cuanto más tiempo dure la crisis, más se complicará la situación. La pregunta es: ¿cuánto más podrá aguantar el sistema?”, se cuestiona Rob Vos, director de Mercados, Comercio e Instituciones del IFPRI y uno de los autores del artículo.
Acceso limitado y cambio de hábitos
A medida que el COIVD-19 avanza, el acceso a los alimentos se ve amenazado principalmente por la pérdida de ingresos y activos que perjudican la capacidad de compra. “Los hogares más pobres gastan alrededor del 70% de sus ingresos en alimentos y tienen un acceso limitado a los mercados financieros, lo que hace que su seguridad alimentaria sea particularmente vulnerable a las perturbaciones de ingresos”, señala la publicación.
De acuerdo al artículo, más de 90 millones de personas podrían caer en la pobreza extrema. “La gente en extrema pobreza no tiene suficientes recursos para comprar los alimentos que se necesitan para evitar el hambre y la desnutrición”.
En ese sentido, el cambio de los hábitos alimentarios provocados por la falta de ingresos y de poder adquisitivo es uno de los puntos que más preocupa a los investigadores del IFPRI.
Según un análisis efectuado por este instituto en 300.000 hogares, las personas pobres invierten más de una cuarta parte de sus ingresos totales en alimentos básicos, mientras que los hogares no pobres solo gastan el 14 %. Evidentemente los alimentos básicos son más fáciles de conseguir, pero no aportan los nutrientes necesarios.
“Hemos visto que alimentos como frutas, verduras y carnes se han encarecido, lo que ha llevado a la gente con menos recursos a decantarse por alimentos más básicos, como el trigo, el maíz o la soja, que proveen de calorías, pero de menos nutrientes”, cuenta a la agencia de noticias SINC Rob Vos. “Si las personas solo consumen este tipo de alimentos, aumenta el riesgo de sufrir consecuencias adversas para la salud, así como el de contraer el COVID-”, añade.
Cadena de abastecimiento
Por otro lado, las consecuencias económicas en los epicentros iniciales de la pandemia (China, Europa y los Estados Unidos) están perjudicando a los países con ingresos más bajos mediante la disminución del comercio, la exportación de petróleo y otros productos básicos.
El cierre de las fronteras comerciales también ha desestabilizado el precio de los alimentos. En los mercados internacionales productos como el arroz aumentaron su costo alrededor de un 20% durante los cuatro primeros meses del año.
Este efecto, aunque en ocasiones puede beneficiar a los agricultores, “tiende a perjudicar a todos, porque induce a la incertidumbre en el suministro, eliminando las inversiones que puedan mejorar la productividad o la calidad de los alimentos”, explica el informe.
Para paliar estos problemas, los investigadores del IFPRI coinciden en que las soluciones pasan por asegurar la producción y distribución de alimentos garantizando la seguridad de los trabajadores. El cumplimiento de estas medidas depende de recursos económicos. “Será importante que los países de altos ingresos y las organizaciones internacionales contribuyan tanto como puedan para apoyar a los países pobres con necesidades financieras”, aseguran.
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