(Foto: Pixabay)
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Redacción EC

En las últimas décadas en Estados Unidos, se ha registrado una gran cantidad de casos de absolución o anulación de condenas de personas que habían confesado crímenes en interrogatorios. El motivo principal: su testimonio no era cierto. Habían confesado un delito que no cometieron. Pero ¿qué lleva a las personas inocentes a hacerlo?

Un informe de la recoge varios de estos casos y muestra cómo la psicología social ha logrado explicar los motivos que tuvieron estas personas para autoinculparse.

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En muchos de estos procesos, el elemento común ha sido Saul Kassin, un psicólogo de la Facultad de Justicia Criminal John Jay de Nueva York, uno de los principales expertos mundiales en interrogatorios, quien ha logrado convencer al jurado de que la presión psicológica, el estrés al que están sometidas las personas en estas situaciones, la manera en que se lleva el interrogatorio y los prejuicios de policías y fiscales son las bases de las falsas confesiones.

Uno de los casos en los que la opinión experta de Kassin ha sido clave fue en el de Huwe Burton, un joven de 16 años que confesó haber matado a su madre. Fue interrogado por la policía justo después de haber hallado el cadáver. Durante horas fue amenazado y engañado, lo que hizo que dijera lo que los policías querían escuchar para acabar con el hostigamiento. 

Luego se retractó, pero esto no fue considerado por la policía ni la fiscalía. En 1991 fue declarado culpable de asesinato en segundo grado y recibió una sentencia de 15 años a cadena perpetua.

Tras 20 años, el Proyecto Inocencia, una organización sin fines de lucro, logró llevar el caso de nuevo a juicio y obtuvo libertad condicional gracias al testimonio de Kassin y a que los abogados lograron demostrar que existían pruebas que contradecían la confesión.

¿Por qué no se tomaron en cuenta las demás pruebas? Kassin explica que muchas veces las autoridades dan mucha importancia a las confesiones de delitos, porque finalmente ¿quién admitiría un crimen que no cometió?

Las investigaciones de Kassin y otros expertos de universidades de San Francisco, Chicago, Yale y de la American Psychological Association, señalan que las técnicas de interrogación estándar usadas en EE.UU., en las que se basan las técnicas usadas en muchos otros países, combinan presiones psicológicas y escotillas de escape que pueden hacer que una persona inocente confiese. Los jóvenes son particularmente vulnerables a la confesión falsas, especialmente cuando están estresados, cansados ​​o traumatizados por lo ocurrido, señala el informe de Science.

El investigado afirma que estos casos no son raros, pues más de la cuarta parte de los exoneraciones habían confesado el crimen.

Para que las confesiones falsas sean tomadas en cuenta en procesos judiciales tuvo que pasar mucho tiempo. Gracias a las pruebas de ADN, muchos condenados pudieron pedir la revisión de sus casos y se pudo determinar que las muestras recopiladas en su momento no correspondían al acusado. 

"No hay un tipo de persona que pueda dar una confesión falsa. Le puede pasar a cualquiera", dice Kassin.

En su más reciente trabajo, Kassin ha mostrado cómo una confesión, verdadera o no, puede ejercer un fuerte impulso sobre los testigos e incluso los técnicos forenses, dando forma a todo el juicio.

En su investigación, el psicólogo presenta el caso de un hombre que estuvo a punto de ser sentenciado luego de confesar un asesinado, pero la supuesta víctima fue hallada viviendo en Nueva Jersey.

Otro caso que menciona es el de Barry Laughman, un hombre con la capacidad mental de un niño de 10 años, que en 1987 confesó haber violado y asesinado a un anciano después de que la policía le dijera falsamente que encontraron sus huellas dactilares en la escena.
Tras la confesión, la policía descartó todas las demás pruebas, incluso el tipo de sangre hallado en la escena era del tipo B cuando él era del tipo A. El forense afirmó -de manera anticientífica- que la sangre pudo haber sufrido una degradación bacteriana que podría haber cambiado el tipo de sangre. Finalmente Laughman pudo probar su inocencia a través de pruebas de ADN luego de pasar 16 años en prisión.

​Kassin concluye que el muchos casos la confesión no solo supera a otras pruebas, sino que también puede corromperlas.

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