El empate frente a Colombia generó un desborde de alegría que no se veía en este país desde las Eliminatorias de 1981. Pero esa euforia expresada en sonrisas tiene un lado científico y fisiológico. Nuestro cerebro llevó a cabo una serie de procesos para mantener la emoción a tope.
–Proceso complejo–
¿Dónde está la alegría y felicidad en el cerebro? Para Enrique Galli, psiquiatra de la clínica Ricardo Palma, esta emoción no se encuentra en un solo lugar, se trata de un complejo proceso en el que participan distintas estructuras cerebrales y neurotransmisores.
“La zona de la corteza prefrontal del lado izquierdo, principalmente, se asocia con las emociones de felicidad, de alegría. Sin embargo, también intervienen el hipocampo, que tiene que ver con la memoria, y la zona occipital, vinculada a la vista”, dijo a El Comercio el experto.
Para que la alegría sea expresada necesita un estímulo, que puede ser un recuerdo placentero o algo que se ve en el momento, como el gol de Paolo Guerrero en este último partido.
Del mismo modo, son necesarios los neurotransmisores –moléculas que permiten una conexión entre dos neuronas, como si se tratara de un correo ultrarrápido–. En este caso específico, actúa el neurotransmisor dopamina, asociado a suministrar mensajes de placer.
Cuando hablamos de la tristeza, el área que interviene es la amígdala cerebral, así como el hipocampo y la zona occipital. Además, se produce un bloqueo en el neurotransmisor conocido como serotonina, que regula conductas como el hambre y el sueño.
–Emociones duraderas–
¿Pero qué ocurre cuando la alegría y la tristeza, que como toda emoción es algo momentáneo, se mantienen por mucho tiempo? Según Galli, se transforman en estados de ánimo, lo cual puede ser perjudicial si no se controlan adecuadamente.
Primero, aparece la emoción de la alegría, luego surge un estado de ánimo, que tiene que ver con las zonas orbitofrontales del cerebro y también con la serotonina. “Esto nos asegura un buen carácter, buen sueño, buen apetito y buena voluntad”, explica el especialista.
Cuando la tristeza se vuelve un estado de ánimo, se activa no solo la amígdala cerebral, sino también las zonas del cíngulo. Al ocurrir esto, existe el riesgo de que se vuelva algo crónico, lo que se puede traducir en mal sueño, falta de apetito, decaimiento y desmotivación.
–Genética–
Para que una emoción se convierta en un estado de ánimo, existen varios factores, como biológicos –un correcto funcionamiento de los neurotransmisores–, hereditario –no hay antecedentes de depresión en la familia–, personalidad y ambiente –si uno vive en la pobreza y abandonado, tendrá predisposición a tener un estado de ánimo negativo–. El que una persona haya sufrido anteriormente un caso de depresión también influye.
Lennia Matos, profesora del Departamento de Psicología de la Pontificia Universidad Católica del Perú, comentó al Diario que ciertos “estudios indican que en la felicidad el 50% viene de factores genéticos, el 40% es de la voluntad que uno tiene para hacer cosas y el 10% es la circunstancia de la vida, si me divorcié, por ejemplo”. Agrega que este esquema también puede utilizarse en el caso de la tristeza.
–Para tener en cuenta–
La cocaína hace que se liberen muchos transmisores, lo que provoca que la persona se sobrecargue de señales placenteras artificiales.