Desde hace varios años Germán Jiménez se ha dedicado al estudio de las invasiones biológicas en Colombia. Ese interés poco a poco lo fue llevando a investigar más sobre una de las especies exóticas más “populares” y polémicas que tiene el país: los hipopótamos que el fallecido capo de la mafia, Pablo Escobar, trajo a su finca Nápoles hace más de 30 años, en la vereda Doradal del municipio de Puerto Triunfo, en el departamento de Antioquia.
Cada cierto tiempo, el tema atrae la atención de cientos de curiosos, fascinados por una historia que reúne fauna silvestre salvaje, drogas, delitos y cientos de mitos alrededor de Escobar. Sin embargo, investigadores como Jiménez, PhD en Biología y profesor de la Pontificia Universidad Javeriana, insisten en que más allá de lo llamativo que resulta que uno de los hombres más buscados del mundo haya creado su propio zoológico en el país, la reproducción de los hipopótamos pone en peligro a los ecosistemas y fauna nativa de la cuenca media del río Magdalena, el más importante del país. Y esto ocurre frente a “la indolencia del gobierno nacional a lo largo de décadas”, dice Jiménez.
Su interés por los “hipopótamos de Escobar” —como son conocidos estos grandes animales en Colombia— siguió aumentando cuando, en 2016, empezó a trabajar con investigadoras de la Universidad Internacional de Florida que estudian poblaciones de hipopótamos en África y que lo buscaron para conocer cómo viven estos animales en el país.
A finales del 2019 participó en la publicación de un artículo científico que analiza los efectos ecológicos y socioeconómicos de la introducción de los hipopótamos en Colombia. También ha trabajado con investigadores del Instituto Humboldt, la Universidad de Antioquia y la Corporación Autónoma Regional Cornare —autoridad ambiental en la zona donde se han reproducido estos gigantescos herbívoros—.
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¿Por qué los hipopótamos han tenido tanto éxito en establecerse y reproducirse en la cuenca media del río Magdalena?
Germán Jiménez (G.J.): Los ecosistemas donde se ubican son muy parecidos a los ecosistemas africanos pero tienen unas diferencias que los favorecen. Una de las más grandes es que los ríos africanos donde ellos habitan funcionan por pulsos, es decir, tienen períodos de sequía muy prolongados que afectan a todos los cuerpos de agua cercanos y esto los obliga a moverse. Aquí no. Nuestros ríos no tienen esos periodos de sequía tan largos, así que los hipopótamos tienen a sus anchas muchos más recursos. Biológicamente sabemos que esa abundancia de recursos facilita su tendencia a reproducirse: eso es lo que han hecho.
Tampoco tienen competidores naturales, el único competidor potencial es el humano. Adicionalmente, en Doradal y sus alrededores toda la gente los quiere; no solo se han establecido relaciones de cariño sino también económicas. Toda esta zona depende de una economía de turismo y parte de esa economía está basada en la curiosidad que tienen los visitantes por ver a estos animales enmarcados en una serie de leyendas relacionadas, entre otras cosas, con el narcotráfico. El hipopótamo en Colombia se ha convertido en objeto de admiración. Cuando uno llega a Doradal, todo el pueblo gira alrededor de los hipopótamos y Pablo Escobar.
¿Cuándo y cómo se salió de control la situación?
G.J.: La situación se salió de control desde el momento en que estos animales llegaron a Colombia. Una de las premisas más importantes de la conservación de la biodiversidad es que no debemos traer especies invasoras. Cuando lo hacemos, generamos intervenciones importantes en los sistemas biológicos que pueden ser peligrosas y empiezan a competir fuertemente con nuestras especies nativas.
En los ochenta se trajeron tres hembras y un macho a la hacienda Nápoles, que luego se convirtió en un parque temático. No se tomó la decisión de donar los animales a zoológicos o, incluso, pensar en la eutanasia si la situación era muy difícil. Los hipopótamos quedaron abandonados y el problema fue creciendo. Cerca de Doradal los quieren mucho, pero en nuestras investigaciones, conforme nos fuimos moviendo hacia el municipio de Puerto Berrío, constatamos cómo los pescadores viven aterrorizados porque estos animales son tremendamente territoriales, pueden atacarlos, tumbar sus botes y corren un peligro gigante en sus jornadas de pesca en ríos y caños.
¿Qué ha hecho el gobierno para atender este problema?
G.J.: El primer obstáculo es que los niveles nacionales no hacen nada. El Ministerio de Ambiente, en ninguna de sus administraciones, se ha ocupado de esto como un problema. Le trasladan toda la responsabilidad a la Corporación Autónoma Regional (Cornare) y son ellos los que tienen que ver cómo hacerle frente a la situación pero, llega un punto en que ellos no tienen la capacidad para darle solución definitiva. Hay una total indolencia por parte de nuestros gobiernos, le dan la espalda al tema. Nuestro interés es visibilizar lo que sucede a nivel nacional para que el Ministerio de Ambiente y el gobierno tomen cartas en este asunto. Lo que ocurre con estos animales puede poner en riesgo a la gente a medida que el animal se va multiplicando y trae impactos ecológicos a nuestras especies y ecosistemas nativos.
La gente de la zona nos ha reportado que los hipopótamos no solo habitan en caños sino que ya entraron al río Magdalena. Si miramos el mapa de Colombia, de sur a norte, los hipopótamos siempre han estado en la margen occidental del Magdalena, si ellos son capaces de moverse en el río y hay un período de sequía donde se forman islotes, podrían pasar a la margen oriental. La invasión de esta especie se puede complejizar muchísimo más si dejamos que sigan deambulando por ahí.
En un estudio en el que usted participó se prevé que los hipopótamos se expandan hacia el norte del país, ¿porque el riesgo está en la región Caribe y no hacia el sur?
G.J.: Si miras la conformación geográfica de la cuenca del río Magdalena, cuando avanzas hacia el sur las montañas se cierran más, se encañonan. Los hipopótamos necesitan áreas abiertas y esas están hacia el norte de Colombia. También son zonas más cenagosas y ese sería el ambiente súper ideal para los hipopótamos. En la medida que estos mamíferos van desgastando recursos —porque son unas máquinas de comer increíbles— van moviéndose.
¿Cómo alteran estos animales los ecosistemas colombianos?
G.J.: La mayor parte del tiempo habitan en charcas: comen, duermen, orinan y defecan ahí. Se empieza a generar una mayor cantidad de materia orgánica en esos cuerpos de agua, se van quedando sin oxígeno y terminan afectando a todas las formas de vida que habitan allí y que dependen de ese oxígeno. Empiezan a morir los peces y lo mismo ocurre con las plantas. Hacia Puerto Berrío nos han dicho que en las zonas donde se reportan hipopótamos también hay manatí del Caribe, especie En Peligro de extinción, que podría estar quedando sin oxígeno.
Cuando el hipopótamo sale del agua, tiene mucho pasto alrededor y empieza a consumirlo. Un solo animal adulto puede comer alrededor de 70 kilos diarios. En un mes estamos hablando de 2,1 toneladas, si multiplicamos por 70 hipopótamos estamos hablando de 147 toneladas al mes y 1764 toneladas al año. A medida que ellos comen pasto también lo arrancan, él se regenera pero llegará un momento en que los animales comerán tanto que el pasto no será capaz de recuperarse con la misma velocidad y esto lleva a que las áreas empiecen a quedar desnudas, afectando a nuestros ecosistemas nativos. Otra afectación es el pisoteo pues un animal adulto puede pesar alrededor de 3 toneladas, o un poco más, afectando el suelo y otras especies que intentan crecer en los ecosistemas del Magdalena medio.
Ahora que se habla de enfermedades zoonóticas, ¿deberíamos preocuparnos por patógenos que puedan estar presentes en hipopótamos?
G.J.: Yo diría que sí. En 30 años estos animales han ido recogiendo una carga parasitaria que contiene patógenos de todo tipo que potencialmente podrían pasar a otras especies, incluidos nosotros. Lo que sabemos es que cuando modificamos ambientes drásticamente se genera una presión a la fauna silvestre que puede alterar su salud. Esas alteraciones pueden hacer que ciertos patógenos, con los que ellos conviven naturalmente, sean mucho más resistentes y puedan saltar de una especie a otra. El problema no solo es que la fauna pueda transmitirnos nuevos patógenos, también funciona en el sentido opuesto.
¿Cuál es el mejor manejo que el país puede darle a los hipopótamos en este momento?
G.J.: La primera línea de choque que teníamos era la eutanasia. En este momento eso no es posible porque existe una orden judicial de 2012 que prohíbe la cacería de control de hipopótamos, algo bastante curioso cuando en este país matan jaguares, pumas y otros animales nativos todos los días, pero ellos no tienen esa misma protección. El manejo de los hipopótamos en Colombia debe ser con la razón y no con el corazón.
La segunda alternativa que nos queda es contenerlos. Hay que reducir y limitar su dispersión. Hoy ya es costoso hacerlo porque una medida de contención implica enviar un equipo de personas a campo, generar un cerco, capturarlos y disponerlos en algún sitio. ¿Quién va a pagar todo eso? También se puede recurrir a la esterilización pero muchos médicos veterinarios expertos en fauna silvestre ya han dicho que es muy costosa, puede costar entre 11 y 40 millones de pesos (entre 3000 y 11 000 dólares) por animal y vuelve la misma pregunta: ¿quién va a pagar por eso? Si no pagamos por la conservación de nuestras propias especies, de dónde vamos a sacar plata para pagar por la conservación de una especie que es invasora; eso plantea un dilema.
Urgen medidas de choque. Necesitamos una contención definitiva, pero eso implica grandes retos: hay que localizar a los hipopótamos, identificarlos y contarlos, porque lo que tenemos hoy son estimados. Esto es lo que deberíamos hacer en un escenario ideal donde tenemos los fondos para seguir ese camino.
Usted mencionó que la primera medida de choque fue la eutanasia, ¿por qué dejó de ser una opción?
G.J.: Eso se dio a raíz de la cacería del hipopótamo Pepe en 2009. Era un animal reincidente, cada vez que lo capturaban, huía de nuevo y terminaba en las fincas cercanas amenazando a la gente. El ministro de Ambiente de esa época ordenó la cacería de control y contrataron a un equipo de especialistas, coordinados por un veterinario. Al parecer la operación no se hizo de la manera adecuada. El coordinador dejó que el Ejército colombiano se tomara fotos con el hipopótamo, eso se filtró en redes sociales y muchos descontextualizaron el tema. Pensaron que fue el Ejército el que lo cazó cuando su papel fue el de crear un cordón de seguridad para evitar que la gente entrara y que alguien resultara herido. Se generó una fuerte presión política y eso llevó a que la justicia prohibiera la cacería de control de los hipopótamos.
¿Si no existiera esa restricción, la eutanasia aún sería una alternativa para controlar la población de hipopótamos en el país?
G.J.: En teoría sí porque es una medida que frena el número de individuos. No se trata de cazarlos hasta exterminarlos. Sin embargo, antes de hacerlo habría que identificar cuántos animales son y entre esos individuos empezar a limitar gradualmente el tamaño de la población para evitar que sigan creciendo de manera desproporcionada.
Hablar de la eutanasia para los hipopótamos genera bastante polémica en el país. Muchas personas se preguntan cómo es que no se puede capturar fácilmente a un animal que es gigantesco…
G.J.: Lo primero es que son animales tremendamente territoriales. Además, cualquier especie no está esperando que el investigador la encuentre, siempre se esconde. El hipopótamo permanece mucho tiempo en el agua y no es fácil ubicarlo. A los pescadores les ha pasado que van tranquilos en su bote y de repente se asoman un par de ojos. A pesar de su gran tamaño, se camuflan muy bien en el ecosistema. Son animales muy agresivos y no es fácil capturarlos y manipularlos, el riesgo de muerte es altísimo.
También se habla de capturarlos y llevarlos a África, ¿eso es viable?
G.J.: Estos animales ingresaron al país hace más de 30 años. Se supone que al llegar debían tener una especie de pasaporte de entrada para saber quiénes son, de dónde vienen, cuál es su linaje. Lo que se ha dicho de estos animales es que ni siquiera venían de África sino de zoológicos en los Estados Unidos, es decir, ya estaban confinados. Al no conocer su procedencia, en África no permitirían que los dejemos ahí, los devolverían porque sería introducir un riesgo biológico para ese continente. Son animales que vienen con una carga parasitaria de otra región tropical y eso no solo podría afectar a otros hipopótamos sino a otras especies. En África van a tratar de proteger su fauna, si hubiera sido tan fácil hacerlo, hace muchos años se hubieran llevado varios individuos para allá.
¿Es posible trasladarlos a centros de atención de fauna y zoológicos?
G.J.: En este momento no hay zoológicos que estén en capacidad de hacerse cargo de un hipopótamo porque son muy costosos de mantener, por otra parte, los centros de atención y rehabilitación de fauna silvestre no cumplen esa función.
En los últimos meses ha habido rumores sobre venta de crías de hipopótamos, ¿sabe algo de esto?
G.J.: No se ha comprobado, pero al parecer las crías de los hipopótamos son muy atractivas como mascotas. No sería raro que en esta zona del país [Doradal] hubiera un negocio dedicado a esto. El otro problema es cuando el animal crece y las personas lo liberan. Tenemos que aprender a establecer unas reglas de respeto y admiración por los espacios naturales y la libertad de la fauna silvestre. Lo que vivimos ahora con las cuarentenas por la pandemia es el ejemplo más grande de lo que sienten los animales cuando los encerramos.
Hace pocos meses se conoció un video donde varias personas provocan a un hipopótamo y también se reportó el ataque de un animal hacia un campesino. ¿Este tipo de episodios serán cada vez más frecuentes?
G.J.: Lo que nos parecía raro era que no se hubieran reportado antes. En la medida que aumentan los asentamientos humanos en la cuenca del Magdalena y aumenta el número de hipopótamos, la probabilidad de que haya encuentros también crece. En nuestro trabajo de campo hemos visto cómo la gente los busca, los reta y los amenaza en sus charcas. Como ellos son territoriales, salen a tratar de defender su espacio. Nos gustaría estudiar el comportamiento de estos hipopótamos y compararlo con el comportamiento de los africanos. A pesar de que los que habitan en Colombia son territoriales, parece que son más tranquilos. Eso es algo que todavía está por descubrirse.
El artículo original de Antonio José Paz Cardona fue publicado en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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