Usemos un ejemplo famoso para explicarlo. Hace 20 años, Pablo Escobar, el conocido narcotraficante colombiano, decidió importar 30 hipopótamos de África para criarlos dentro de su Hacienda Nápoles, situada en la cuenca media del río Magdalena. Años más tarde, cuando la justicia intervino sus bienes, estos cuatro animales gigantescos fueron abandonados a su suerte y se dispersaron por el área. Así los hipopótamos africanos se convirtieron en especies invasoras o exóticas en Colombia. Hoy se calcula que entre 90 y 100 hipopótamos recorren en total libertad un área aproximada de 2000 km2.
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¿Y cuál es el problema? En África, la población de hipopótamos se controla gracias a otros animales como los cocodrilos y las hienas que atacan a los individuos más jóvenes y las crías, o los leones que se las arreglan para atacar en dupla o grupo a hipopótamos solitarios. En Colombia, los hipopótamos no tienen esos controles, y al reproducirse se convierten en una seria amenaza para la especies nativas como los manatíes, nutrias y peces, pues están ocupando sus hábitats naturales y obligándolos a desplazarse.
A esto se suma que las autoridades no han encontrado aún la salida adecuada para frenar su crecimiento. Y el panorama se ve cada vez más complicado, considerando que un estudio estima que si la tasa de reproducción continúa así, para el 2039 habría cerca de 1500 hipopótamos.
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¿Hay más especies invasoras ganando terreno en la región?
Sí, las hay. Y el avance de estas especies es visto por los científicos como un problema cada vez más difícil de controlar. De hecho, de acuerdo a los científicos de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), las poblaciones de especies invasoras es una de las principales causas de la pérdida de biodiversidad en todo el mundo.
Ahora mismo hay especies invasoras en plena expansión y otras que son consideradas bombas de tiempo. En el primer grupo está el pez león, que es uno de los enemigos acérrimos de varias especies marinas nativas del Caribe. Entre ellas hay peces y crustáceos como juveniles de langosta, larvas de corales o camarones que ante el menor descuido terminan en el estómago de este voraz invitado.
El pez león llegó del océano Indo-Pacífico con un enorme apetito. Es capaz de comer diariamente hasta el 6 % de su peso corporal. Se presume que llegó al continente americano por algún coleccionista de peces, maravillado por las vistosas aletas que rodean el cuerpo de este pequeño león acuático.
En poco tiempo, el pez león se convirtió en el rey del arrecife colombiano. Las hembras pusieron hasta 30 000 huevos cada cuatro días. Entre 1 y 2 millones cada año. Así el pez León es considerado hoy una plaga en las aguas del Caribe.
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Otro ejemplo de una bomba de tiempo invasora es el coyote. El coyote llegó a Colombia desde el sur de Costa Rica, siguiendo por la costa Pacífica de Panamá hasta llegar al Darién. Y cuando se pensaba que el mar lo detendría, fue capaz de cruzar el canal de Panamá. “Es probable que hayan cruzado nadando, porque hay otras zonas dentro de su distribución que tienen ese tipo de barreras, como en el sur de México donde hay varios ríos de gran tamaño, e incluso el río Bravo entre México y Estados Unidos”, comenta José Fernando González-Maya, director del Proyecto de Conservación de Aguas y Tierras (Procat). Omnívoro y dispuesto a comer todo lo que pueda y encuentre a su paso, los científicos resaltan la capacidad de adaptación del Canis latrans y por lo tanto su amenaza para la fauna nativa. Puede poner en riesgo a zorros y perros, además de roedores y herbívoros pequeños.
¿Qué hacer con las especies invasoras para proteger a las nativas?
Controlar la expansión de estas especies exóticas siempre despierta controversias. El debate entre autoridades, científicos, organizaciones ambientalistas y la sociedad civil en el caso de los hipopótamos de Escobar, por ejemplo, se ha movido entre tres argumentos: erradicar a una parte de la población para controlar la reproducción y la dispersión de los individuos; esterilizarlos a través de la inmunocastración, es decir, una vacuna y no un tratamiento hormonal, o simplemente dejarlos en paz como sugieren algunos movimientos animalistas.
Las autoridades, por su parte, aún no anuncian cómo pretenden desactivar esta bomba de tiempo que cada día impacta el ecosistema que ocupa y a las especies nativas que ahí habitan.
En el caso del pez león, si bien la salida más simple sería promover su consumo, los científicos tienen que luchar contra una idea errónea que indica que se trata de una especie venenosa. Otra opción que podría sumarse es aprovechar, como hacen muchos artesanos, las aletas pectorales del pez y la cola para crear joyas.
En el caso del coyote, los científicos sostienen que la solución está en conservar a los grandes carnívoros que comparten el mismo territorio, como el puma y el jaguar, y que podrían jugar un papel clave para controlar al invitado inesperado.
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El artículo original fue publicado por Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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