Desde que era niño, Javier Vallejos veía la caza de animales como una actividad normal en su natal Cajamarca. Creció en el caserío de Platanar, en Santa Cruz, al norte de Perú, donde las familias viven principalmente de la agricultura. Sin embargo, cuando se mudó a Chongoyape, en Chiclayo, en la costa peruana, se dio cuenta de la importancia y la urgencia de conservar la fauna con la que había convivido.
Así fue como se unió al equipo de Conservación del Oso de Anteojos (Spectacled Bear Conservation – SBC), una organización dedicada a la protección de esta especie emblemática. Y fue en este espacio de trabajo que descubrió la fotografía.
Desde entonces, hace más de 20 años, recorre los bosques secos del norte del Perú cargando un pesado equipo fotográfico con el único fin de capturar osos, venados, pumas y aves a través de las imágenes. Esta es su historia.
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¿Cuéntenos cómo empezó a cazar animales?
Mi papá era cazador y cuando yo tenía 9 años comencé a seguirlo al campo. Él no quería llevarme, entonces yo me quedaba llorando en casa. Sin embargo, entre 10 y 15 minutos después, yo salía para seguirlo. Él iba adelante y yo miraba detrás, escondido, escondido. Luego de una hora de caminata, no tenía otra opción que llevarme al campo, a la cacería. Entonces era un poco chistoso. Lloraba cuando no me llevaba, pero para regresar, también, regresaba llorando porque me cansaba.
Si su padre no le enseñó a cazar, ¿cómo aprendió?
En la sierra, los domingos, los papás van al pueblo para comprar víveres. Entonces él se iba a las cuatro de la mañana al pueblo y regresaba cinco o seis de la tarde. Se iba todo el día. Una de esas veces, la primera vez que agarré el arma, mi papá y mi mamá habían ido a la ciudad. Un día antes le había dicho a un primo que me acompañe al campo mañana. “¿Para qué?”, me preguntó. “Para ver los venados” —le dije— “ya sé dónde están, acompáñame allá mañana”. Salimos cuatro de la mañana, porque había que caminar seis o siete horas, era lejos. Yo sabía cómo, allá en la sierra, se sigue la huella del venado. Empecé a seguir las huellas, lo encontré y lo maté. Estaba alegre. Para quedar bien con mi papá y mi mamá, coloqué el venado en la puerta, colgado, para que lo vea mi papá. Él lo vio y no dijo que estaba bien o estaba mal. Me sentí un poco triste, porque a veces, hay papás que te dicen que bien que hiciste esto. Él no me dijo nada.
¿Usted esperaba un reconocimiento?
Por supuesto, pero seguí cazando con él. Habré cazado hasta 1997, ya en 1998 salgo de mi pueblo a la costa.
¿Hasta qué edad ha sido cazador?
Hasta los 40 años más o menos he sido cazador. Luego empiezo con la conservación en 1999. Lo malo del cazador es que usted está en el campo y a cualquier animal que aparece le dispara. Yo veía un puma y lo mataba, un cóndor venía a 15 metros, sobrevolando, abriendo sus alas y…¡Pum! bala. El cazador, así es.
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El camino a la fotografía
¿Cuándo dejó de ser cazador y se involucró con el mundo de la conservación?
Llegué a la comunidad de Chongoyape [Lambayeque], a visitar a mi papá que se había mudado antes. En Chongoyape todavía me llevó a cazar, porque él lo seguía haciendo. Como un año después de mi llegada, conocí algunos amigos que me comenzaron a hablar de la conservación. Yo no sabía nada del tema y ellos siempre hacían comparaciones. Me decían, “mira Javier, si matas un oso o un venado, solo te sirve a ti; pero un venado o un oso vivo, en un proyecto de turismo, sirve para mucha gente que viene a verlo”. Eso fue entrando en mi cabeza. Así, trabajé ocho años en el Área de Conservación Privada Chaparrí, y conocí amigas y amigos biólogos de las universidades de Lima, que venían aquí para hacer trabajo de campo y para ver a los osos. Y yo sabía dónde estaban. Algunos de ellos veían osos por primera vez.
Estaba en una zona de osos…
Era un lugar donde había osos y venados. Incluso se publicaban algunas de osos de 20 o 30 años atrás. En esa época aún no era fotógrafo, ni conocía esas cámaras. La afición por las fotos viene después. Cuando estaba ahí, llegó una bióloga de Canadá y me dice que quería empezar un proyecto. Le digo que es difícil hacer otro proyecto, además, yo tenía hijos y vivía de la mensualidad de mi trabajo. Pero Robyn [Appleton], la bióloga, me convenció para dejar mi trabajo y venir a Batán Grande. Vinimos sin conocer y al principio no encontrábamos nada. Pero yo sabía cómo buscar osos, porque hay que saber en qué momento, el tiempo, saber dónde están en verano y en invierno. Para eso tienes que pasar el 85 % del tiempo en campo. Hasta que llegó el día que encontramos heces de oso y luego encontramos una osa con dos crías y después vimos otra osa. Así hicimos el proyecto aquí en Batán Grande. Entonces vinieron varias personas a hacer películas y reportajes.
¿Cómo descubre su afición por la fotografía?
Cuando estaba en Chongoyape, una amiga de Alemania me trajo una cámara chiquita, de rollo. Entonces, una vez encontré un oso subido en un tronco y tomé la foto. Y cuando ya hacíamos el proyecto con Robyn, ella trajo una cámara Nikon de rollo, pero ella me enseñó a manejar la cámara, como se enfoca. Con esa cámara estuve un año o dos. Luego trajo otra cámara con un lente de 400, pero sin estabilizador, y es difícil tomar fotos a los osos, a veces salen movidas, pero ella me decía que estaban bien. Con esa cámara he trabajado hasta el 2018. Mis fotos las publicaban, pero no eran tan buenas. Hasta que llegó una persona de Estados Unidos y ella trajo una cámara Canon con lente de 400 y el esposo de Robyn me entrega un adaptador de 200. Así ya tenía un lente de 600. La cámara y todos los lentes pesa como 12 kilos. El año pasado contrataron un fotógrafo para tomar fotos, pero solo logró captar tres fotos de oso. Fue entonces que yo me intereso más en aprender de él y lo acompañé en todo su recorrido. Ahora creo que mis fotos son mejores. Y en una de mis salidas de campo, logré tomar fotos a un puma. Fue increíble, porque cuando la envié, pasaron apenas 30 segundos y me llamaron de Canadá impresionados, preguntando cómo la tomé. Era una locura. Nunca antes había pasado eso. Siempre, cuando enviaba mis fotos, pasaban varios días hasta que me respondían, pero por esa foto me llamaron al instante.
Entonces ahora les gustan sus fotos
Sí, me dicen que mis fotos son buenas, que están claras. Como les digo a todos, no soy fotógrafo, soy aficionado y me gusta.
¿Cómo aprendió a tomar fotos?
Robyn me enseñó a usar la Nikon y, sobre todo, me dio confianza. Me dijo que use las cámaras cuando quiera y cómo quiera. Y conversando con el fotógrafo que vino el año pasado me dijo: Javier, cuando el animal se presenta tómale las fotos que quieras y después lo revisas. Puedes tomar 100, 200, 300. He aprendido prácticamente solo. Cuando aparece el puma, le tomé y con los nervios no quería ver las fotos. Pensaba que podía estar mal. Y debo decir que a mí me gusta estar solo cuando tomo fotografías. Cuando estoy con otras personas, a veces mis compañeros me dicen toma la foto. En cambio, cuando estoy solo hago lo que quiero, tomo la foto y si no me gustan, las borro. O si no la tomé, me dicen “¿por qué no la tomaste?”. La foto del puma no quería chequearla, porque estaba cerca y con el lente de 600 es difícil, pero si se da cuenta en la foto, arriba no sobra ni medio centímetro, abajo tampoco. Pero luego la chequee y estaba ahí el puma. A veces la gente dice, bueno, ya tomó la foto, pero para esa foto he estado 20 años en el campo. Pero no me gusta vender las fotos. Las puedo dar para un proyecto, pero no venderlas.
Cuándo usted empezó utilizaba cámaras con rollo, ¿era fácil su trabajo en el campo?
Ni quiero recordar, porque eran 37 fotos en un rollo, que se iban rápido, y luego ir hasta Chiclayo, revelar las fotos y darse cuenta que el 90 % eran malas. En cambio, ahora no, con las tarjetas las reviso, elimino las que están mal y sigo trabajando. Pero antes era un problema con los rollos.
¿Cómo toma las fotos de los osos?
Cuando estamos en el campo entre 4:00 y 4:30 de la mañana nos levantamos y preparamos el desayuno. Cinco y treinta vamos al campo y regresamos 6 a 7 de la noche al campamento. En el día no comemos para no hacer bulla y recién cuando regresamos cenamos. Pero las experiencias de campo, había biólogos más antiguos que decían “si entras al agua ya no se acerca el oso, si llevas tu mochila, ya no llega”. Nosotros hemos hecho un montón de pruebas, pero mi costumbre es usar la misma ropa, y dejamos las cosas donde toman agua para ver cómo se porta. Algunos biólogos más antiguos decían que si nos acercamos ya no llega el oso, pero hemos hecho la prueba y si hoy dejamos una cámara trampa en el agua, en la tarde hay osos, apenas nos fuimos el oso entró, y eso lo vimos en la cámara trampa que tiene fecha y hora.
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Pasión por los osos
¿Qué animales fotografió primero y cuales le gustan más?
Los osos. Yo siempre digo, después de mi familia están los osos. Primero mi familia después los osos. Pero me encanta tomar fotos a los felinos. Le he tomado al puma, al gato montés y me falta al tigrillo. Solo eso me falta, porque tengo de cóndor, de pava aliblanca, de puma, de osos. Mi favorito es el oso, le sigue el puma, el tigrillo y el cóndor andino. Cuando aparece el oso o el puma, el corazón se me sale, me pongo nervioso, pero como mi cámara ahora tiene estabilizador ya no tengo problemas, salen bien las fotos.
¿Cuál de las fotos que ha tomado le gustó más?
La que tomé del puma y otra de un osito que está mordiendo una roca y una tercera en la que se ve un oso descansando con sus patas colgando de un árbol. Me gustan por la pose que tienen los animales. He andado tanto tiempo para ver estas imágenes. Nunca más en mi vida he andado para ver estas imágenes y quizá nunca más en mi vida se repitan. Ahora tengo como una adicción a las fotos, salgo con mi mochila, solo y me quedo varios días en campo. A veces mi familia se preocupa. Aunque a veces me acompaña mi hijo José.
¿Se puede tomar fotos de osos en cualquier temporada?
En realidad, me dedico a la fotografía de osos desde noviembre o diciembre hasta abril. Ahí paro un tiempo porque después de esos meses el oso ya no camina mucho, al agua va cada 8 días y ahí están las cámaras trampa tomando fotos. Ellos no gastan energía porque no tienen qué comer, bajan hasta el 50 % de su peso. Ya en noviembre, cuando nacen los frutos del sapote, el oso comienza a bajar. Por eso yo comienzo a tomar las fotos a fines de noviembre.
Usted me ha dicho que tiene siete hijos ¿ellos también se dedican a la conservación?
Con mi hijo José trabajamos juntos directamente en la conservación. También mi hijo Jonathan que es biólogo y vive en Canadá. En cambio, mi hijo Javier estudia arqueología. También tengo una hija chef y mi hijo menor que juega fútbol. No todos se dedican a la conservación.
¿Piensa dejar algún día la fotografía?
No lo creo. A veces me preguntan quién va a seguir mis pasos, pero creo que a quienes conozco no les gusta tanto la fotografía. Mi hijo José hace fotos y video, también mi sobrino Isaías, pero a veces ven los osos y si no los captan ya los dejan ir. En cambio, yo puedo estar 12 horas pendiente, desde las 5 de la mañana hasta las 6 de la tarde o 7 de la noche, eso demuestra que me gusta. Veo un oso y si no logro fotografiarlo voy hacia otra zona donde sé que irá el oso. Pero no sabes cómo te va a tratar el campo cada día, a veces puedes encontrar un puma, un sajino. Me encanta el campo y el bosque seco porque puedes ver al oso a uno o dos kilómetros de distancia.
El artículo original fue publicado por Yvette Sierra Praeli en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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