Una cría de lobo fino en acción. La gestación de esta especie dura aproximadamente un año y es de un cachorro por cada vez. Foto: Andre Baertschi – PSJ.
Una cría de lobo fino en acción. La gestación de esta especie dura aproximadamente un año y es de un cachorro por cada vez. Foto: Andre Baertschi – PSJ.
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Desde abajo, desde una playa donde se avistan unas deliciosas pozas de agua de mar clavadas entre formaciones rocosas, llega el dulce y persistente sonido que emiten varios ejemplares juveniles de lobo de mar fino (Arctocephalus australis). En una de ellas cinco nadan raudos, juguetones, imparables; chapotean por sobre las olas que van  y vienen del mar abierto, se sumergen bajo la espuma, y vuelven a salir.

Casi nunca paran, como un grupo de niños que, al fin, ha descubierto la forma del agua. Uno de ellos, en la poza más grande, se dispara por sobre los otros, parece más rápido, salta, se sumerge; los demás lo persiguen buceando, pero él se despunta y salta otra vez. Esta es una playa de Punta San Juan, una reserva donde esta especie ha sobrevivido. Y este es también el resultado de años de trabajo, paciencia, inteligencia, desplegado por científicos, estudiantes, guardaparques y algunas instituciones privadas y públicas.

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Una tragedia pasada
“Los lobos juegan, interactúan entre ellos, tienen un espacio de socialización en estas pozas, que son también parte de su vida”, comenta Susana Cárdenas, bióloga marina que dirige el Programa Punta San Juan (PSJ), promovido por el Centro de Sostenibilidad Ambiental  (CSA) de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH). Abajo, las decenas de lobos siguen jugando en el mar con ternura y sin descanso.

No siempre todo fue felicidad en estos deslumbrantes parajes marino-costeros, ubicados precisamente en Punta San Juan, un ecosistema que queda a más de 500 kilómetros al sur de Lima. Entre 1997 y 1998 llegó a la costa peruana un Fenómeno El Niño muy intenso, que provocó entre los humanos al menos 350 víctimas fatales y unos 1000 heridos, fuera de los ingentes daños materiales. Y acá produjo una hecatombe biológica.

Las poblaciones de lobo marino fino y de lobo marino chusco (Otaria byronia), ambos pinnípedos emblemáticos, descendieron dramáticamente en este lugar, que a la vez es parte de la Reserva Nacional Sistema de Islas, Islotes y Puntas Guaneras (RNSIIPG), un área protegida por el Estado peruano desde el 2009. A nivel nacional, la cantidad de lobos finos cayó en 74,44 %, y la de chuscos en 80,08 %. En Punta San Juan prácticamente desaparecieron.

Los animales murieron por falta de alimento, o migraron hacia otras zonas. “Fue terrible –apunta Patricia Majluf, doctora  en biología y vicepresidenta de la ONG Oceana en Perú-. Cuando el evento llegó a su pico, en diciembre de 1997, todos los días encontrábamos cientos de ejemplares de lobo fino muertos en la playa”. Un mes antes, en noviembre, las hembras de lobo marino chusco abortaron en masa en las costas.

¿Qué ocasionó la tragedia? El Niño hizo entrar una enorme columna de agua cálida que provocó efectos desastrosos. Según el Servicio Nacional de Hidrología y Meteorología (SENAHMI), el aumento de la temperatura en aguas superficiales fue de hasta cinco grados centígrados por encima de lo normal. Frente al litoral de Sudamérica, de acuerdo al organismo, la masa caliente descendía desde  la superficie hasta 200 metros de profundidad.

Una familia de lobos finos en Punta San Juan. La población de esta especie, casi territorial, bajó durante el Niño 1997-98, pero luego subió. Sigue allí. Foto: Andrés Baertschi - Programa PSJ
Una familia de lobos finos en Punta San Juan. La población de esta especie, casi territorial, bajó durante el Niño 1997-98, pero luego subió. Sigue allí. Foto: Andrés Baertschi - Programa PSJ

Esas condiciones para estos hermosos animales fueron de espanto. El lobo marino fino tiene la peculiaridad de alimentarse sobre todo de anchoveta (Engraulins ringens), y eventualmente de algunos crustáceos. No es un gran buceador, a diferencia del lobo marino chusco, por lo que la entrada de la masa caliente hizo que el pececillo de marras, disputado también por la flota pesquera peruana, desapareciera o se fondeara.

El Niño, como recuerda Majluf, había comenzado inusualmente en abril de 1997. Eso afectó el ciclo de reproducción de los lobos marinos, que suele ocurrir entre octubre y diciembre, hizo que escaseara el alimento, debilitó tanto a los adultos como a los juveniles y a las crías. Las pozas de agua de mar, tan festivas ahora, por esos tiempos lucían desoladas. No había bulla, jolgorio, y las aves marinas también se esfumaron.

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Del dolor a la esperanza
Pero la vida volvió cuando el Niño se fue dejando algunos ecosistemas regenerados (los desérticos, por ejemplo) y otros visiblemente vulnerados. Poco a poco el mar se tornó frío de nuevo, como corresponde al ecosistema marino-costero de Humboldt; y con ello regresó la anchoveta, en cardúmenes suficientes para alimentar  a aves guaneras (el guanay, el pelícano), a pingüinos de Humboldt y a los angustiados lobos marinos.

Es poniendo el foco en este trance que se puede entender la llave maestra detrás de los esfuerzos conservacionistas del Programa Punta San Juan: esperar, vigilar y, sobre todo, mantener las circunstancias adecuadas para que las especies se queden o retornen. “En realidad- —explica Majluf—-, si tú mantienes el lugar en buenas condiciones, no necesitas grandes intervenciones”. Si la presencia humana no se torna perturbadora, la esperanza vuelve.

Majluf lo sabía desde 1979, cuando llegó a este generoso escenario costero con el Dr. Fritz Trillmich, de nacionalidad alemana, quien venía estudiando a los mamíferos marinos especialmente en las islas Galápagos. Ambos se encontraron con una inmensa colonia de las dos especies de lobos, en un lugar accesible, no aislado ni lejano, donde era viable cuidarlos, estudiarlos. Donde era posible mitigar  los posibles impactos.

“Punta San Juan es como un gran megazoológico, donde los animales viven en su hábitat natural —afirma la científica al recordar esa primera incursión—-, pero protegidos de depredadores naturales, como perros y zorros, o de cazadores furtivos”. A lo largo de 54 hectáreas en tierra y tres kilómetros en el mar, se fue trabajando para mantener a los animales tranquilos, fuera de una excesiva presencia humana y de otras amenazas.

La estrategia desplegada consistió en marcar a los lobos con etiquetas que se les colocaba en las aletas, con un código determinado, y diferenciando machos con el color rojo y hembras con el color amarillo. A partir de eso se les monitoreaba 12 horas, a partir de las seis de la mañana, para constatar su presencia o ausencia en la playa. De ese modo, se podía registrar su supervivencia, el período de lactancia, la duración de sus viajes en busca de alimento. Aún hoy se continúa con el monitoreo, que es esencial.

El sitio, además, era sumamente apropiado para la investigación del lobo marino fino, que es más territorial, y que estaba allí porque existía lo que le encanta: aguas frías y mucho afloramiento marino desde el fondo, el cual permite la abundancia de plancton y zooplancton, lo que a su vez atrae a la anchoveta, el ingrediente central de su menú. Listo, para qué irse lejos, si habían encontrado un paraíso marino.

Un lobo marino chusco desplazándose en una playa de Punta San Juan. Esta especie puede pesar hasta 300 kilos, en machos, y tiene dieta variada. Foto: Mark Wanner - Programa PSJ.
Un lobo marino chusco desplazándose en una playa de Punta San Juan. Esta especie puede pesar hasta 300 kilos, en machos, y tiene dieta variada. Foto: Mark Wanner - Programa PSJ.

De hecho, en Punta San Juan está la colonia de lobos finos más grande del Perú, que actualmente llega a más de 3000 individuos, pero que en los desgraciados tiempos del Niño 1997-98, y antes en el de 1982-83, casi se disolvió. Conscientes de las facilidades que este ecosistema brindaba, los científicos y todo el personal del programa se dedicaron durante años a hacer conteos semanales de la cantidad de individuos, por categoría y sexo. Con eso se puede saber cuál es la dinámica de la población.

Además de marcarlos en las aletas, les pusieron pequeños aparatos de GPS encima, como explica Marco Cardeña, Coordinador de Campo del PSJ: “Los GPS se colocan en la cabeza de los individuos, con pegamento epóxico (resistente al frío). Son transmisores satelitales que emiten la señal a una central y se recopila la información, lo cual permite monitorearlos un promedio de 3 a 6 meses”. Con eso se podía observar por dónde se movían y cuando mudaban de pelaje.

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Chuscos, finos, números
Cuando hacia el 2003 los animales volvieron en una cantidad importante, Susana Cárdenas recuerda haber presenciado una escena conmovedora: “Encontré animales que habían sido marcados en los años 90, como cachorros, y que habían vuelto para parir a 2,5 metros de donde habían nacido”. La estrategia de monitoreo había resultado y los lobos, de ambas especies, comenzaban el retorno, contra toda contingencia climática y vital.

Los lobos finos, jóvenes y briosos siguen chapoteando en la poza mágica de la playa rotulada como S3 (Sector 3) de Punta San Juan. Pero más allá, en otra playa que tiene al frente algunos farallones, cientos de lobos chuscos están tirados sobre la arena y las piedras, como si veranearan. Algunos de ellos se desperezan, gritan, se dan vueltas.

Los machos son voluminosos, tienen un cuello ancho, enorme, y pueden pesar hasta 300 kilogramos; las hembras, por su parte, solo llegan hasta los 150. Al contrario de los finos, los chuscos son animales oportunistas y pueden comer, aparte de anchovetas, jureles, pejerreyes y pulpos. Alcanzan a estos moluscos porque son eximios buceadores y llegan a las profundidades, lo que les ayuda si la comida no está en la superficie.

Vista panóramica de un sector de Punta San Juan, en Marcona. Foto: Susana Cárdenas – Programa Punta San Juan.
Vista panóramica de un sector de Punta San Juan, en Marcona. Foto: Susana Cárdenas – Programa Punta San Juan.

De allí que se les encuentre no sólo donde hay más agua fría, como en Punta San Juan, sino también en zonas de aguas cálidas. Son más adaptables, se desplazan por grandes distancias. Con todo, sufrieron los estragos de los eventos climáticos intensos, al punto que su población decreció de manera alarmante. Según un informe del Programa Punta San Juan emitido el 2016, la especie fue catalogada como Vulnerable en el Perú luego del Niño 1997-98.

Sus  parientes, los Arctocephalus australis, casi no se tocan entre ellos cuando están en tierra, tienen un pelaje de calidad y, por eso, reciben el privilegiado nombre de ‘finos’.  Poseen una doble capa de pelo, uno más pequeño y otro más largo, lo que como precisa Cárdenas, le da ‘insulación’, es decir protección térmica frente al frío. En nuestro país, es considerado En Peligro de extinción, debido a los sucesivos impactos que ha sufrido.

Lobos chuscos socializando. A diferencia de los finos, se tocan más, no mantienen tanta distancia. Foto: Susana Cárdenas-Programa PSJ.
Lobos chuscos socializando. A diferencia de los finos, se tocan más, no mantienen tanta distancia. Foto: Susana Cárdenas-Programa PSJ.

En la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna Silvestre (CITES) se encuentra en el Apéndice II, lo que significa que no está “necesariamente” en peligro de extinción, pero “su comercio debe controlarse a fin de evitar una utilización incompatible con su supervivencia”. Por donde se le mire, la situación de los lobos marinos, chuscos o finos, no es precisamente afortunada.

Por eso la labor del programa ha sido señera y altamente útil. En el caso del lobo fino, cuya cantidad siempre es menor, se pasó de menos de 500 individuos hacia el 2001 a 5553 en el 2014, con variaciones en ese lapso. En el caso del chusco, el número se disparó desde niveles igualmente bajos dejados por El Niño a 12 338 en el mismo año. La recuperación fue notable y la clave, como es visible, consistió en ‘NO’ molestar.

Ejemplar hembra de lobo fino marcada en la aleta. Con este método el personal del PSJ los monitorea por meses, para saber cuál es su desplazamiento. Foto: Patricia Majluf – Programa PSJ.
Ejemplar hembra de lobo fino marcada en la aleta. Con este método el personal del PSJ los monitorea por meses, para saber cuál es su desplazamiento. Foto: Patricia Majluf – Programa PSJ.

En todo el recorrido, esta entidad hizo alianzas estratégicas. Afuera con la Chicago Zoological Society, el Saint Louis Zoo, el Woodland Park Zoo y el Kansas Zoo; y adentro con el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP) y con AGRO RURAL, el organismo estatal encargado de la extracción del guano de las islas. Esto último fue central, porque tal actividad puede ser riesgosa si se hace sin previsión.

Oscar García, jefe la Reserva de Islas, Islotes y Puntas Guaneras señala que “mediante la investigaciones realizadas por el Programa Punta San Juan se ha podido conocer mejor la ecología de las especies y poblaciones presentes; tal información ha ayudado a elaborar estrategias de conservación en este polígono de esta área natural protegida”.

Agrega que eso ha hecho que las especies se mantengan en buen estado de conservación, pues los estudios que realizan y la vigilancia, que cuenta con el apoyo de los guardaislas de AGRO RURAL, “contribuyen a las estrategias de gestión efectiva para preservar la diversidad biológica”. La adecuada coordinación arroja resultados.

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La lucha marino-costera continúa
A pesar de estos logros, la batalla por la conservación en Punta San Juan no fue fácil, ni lo será. Majluf observa que, a medida que el cambio climático se acentúa, “la distribución de los peces, de las presas de los lobos, está cambiando y hay una tendencia a migrar hacia el sur, a sitios donde hay menor protección”. Eso puede alterar todo el ecosistema, de modo que no se necesitará un Niño para que haya grandes riesgos.

“Punta San Juan siempre será un lugar más frío, un pequeño refugio, donde la temperatura estará unos grados por debajo”, agrega, aunque de todas maneras las previsiones son preocupantes y la labor tiene que continuar sin descanso. Sobre todo teniendo en cuenta que las amenazas se multiplican: si no son el Niño, o las alteraciones climáticas globales, son la caza furtiva, la extracción de algas, los desechos.

La caza  y comercialización de lobos marinos, de ambas especies, está prohibida por el Estado peruano gracias a la Resolución Ministerial No.103-76-PE, pero aún se suele encontrar en algunas mesas o eventos culinarios. Por añadidura, hay grupos de pescadores que los ven como una competencia nociva, y no en pocas ocasiones los han matado de diversas formas. En septiembre del 2017, por ejemplo, el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR) reportó la muerte de 31 lobos chuscos en Piura.

Un ejemplar macho de lobo fino. Puede llegar a pesar hasta 160 kilogramos, 3 veces más que la hembra, que es la que mayormente se ocupa de pescar. Foto: María José Ganoza - Programa PSJ.
Un ejemplar macho de lobo fino. Puede llegar a pesar hasta 160 kilogramos, 3 veces más que la hembra, que es la que mayormente se ocupa de pescar. Foto: María José Ganoza - Programa PSJ.

Uno de los funcionarios de la entidad, Juan Otivo, declaró que una de las razones podría ser “el envenenamiento por parte de malos pescadores”.  No hay forma de cuantificar esto en Punta San Juan, y los alrededores, pero según García en esta zona “muchos lobos han terminado enmallados (en las redes de pescar) o arponeados”. Los desechos sólidos también los afectan y, como en otros lugares pueden ingerir plásticos.

Cardeña cuenta que actualmente tienen registrados 372 cráneos de lobos marinos, pero en algún momento hubo más de 600, la mayoría producto de la peor resaca dejada por el Niño 1997-98, que provocó numerosas muertes de las dos especies de lobos por inanición. Pocos años antes, tras el Niño 1982-83, hubo un auge de la pesca con dinamita, y  después invasiones a la reserva para extracción ilegal de algas.

Si se pudo resistir, es porque el PSJ no desmayó en sus afanes y  contó con la valiosa colaboración de las entidades estatales ya citadas.. La colaboración con AGRO RURAL hizo que, en el 2012, se pusiera una barrera visual que separara el área donde estaban los animales (no sólo los lobos, sino también las aves marinas), de modo que no se les perturbara al momento de proceder a la extracción del guano.

Lobo chusco nadando en el mar. Es un gran nadador y buceador, lo que le permite capturar especies marinas diversas, incluyendo pulpos. Foto: Mark Wanner – PSJ.
Lobo chusco nadando en el mar. Es un gran nadador y buceador, lo que le permite capturar especies marinas diversas, incluyendo pulpos. Foto: Mark Wanner – PSJ.

No hay mucha conciencia de qué significaría perder un lobo marino fino dentro de este precioso ecosistema. De primera impresión, se podría pensar que “nada”, o al menos nada en especial, ya que su lugar sería ocupado inmediatamente por el lobo chusco y, en fin siempre habría un gran depredador que se insertaría en la cadena trófica. No es tan simple bajo el foco de la ciencia y el sentido común.

Susana Cárdenas alerta que, si eso pasara, “se estaría haciendo cambios en una comunidad que ni siquiera está bien entendida”, que está por estudiar aún. Probablemente, incluso, los lobos marinos chuscos crecerían en un gran número y el conflicto con los pescadores —ya existente— se agravaría, y entonces se produciría un tremendo desajuste que terminaría afectando a los peces, a las aves, a otros mamíferos, al mar en su conjunto.

El Dr. Andrew W. Trites, de la University of British Columbia (Vancouver, Canadá), ha explorado este tema y sus conclusiones son sugerentes. No obstante ser prudente en ellas, a lo largo de su ensayo El Rol de los Pinnípedos en el Ecosistema, sostiene que estos “son capaces de alterar la estructura y dinámica de sus sistemas”  y su rol “es más notable en las cadenas alimentarias”, que llegan hasta la propia especie humana.

La versión completa de este reportaje de fue publicada en Mongabay Latam.

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