Será muy difícil que la bióloga Iliana Fonseca olvide lo que observó esos días de mayo. Eso que llaman felicidad la inundó. Sus ojos no alcanzaban a mirar cuántas había y por eso, el equipo de investigadores decidió auxiliarse de un dron. Las imágenes mostraron que en menos de un kilómetro era posible contar, por lo menos, setenta mantarrayas nadando apacibles en la zona sur de Bahía de Banderas.
Esa escena la miró en 2022. Años antes, también en mayo, pero de 2017, Fonseca presenció algo similar: decenas de mantarrayas (Mobula birostris) nadando muy cerca de la pequeña lancha en donde los investigadores recorren la zona para conocer más sobre estos gigantes marinos. “Había mantas por todos lados. Era una locura”, cuenta Iliana Fonseca vía telefónica desde Puerto Vallarta, ciudad que tiene frente a sí las aguas de la Bahía de Banderas, al occidente de México, en el estado de Jalisco.
Cuando recrea lo que miró esos días de mayo, la bióloga recuerda aquello que le contaban en la pequeña comunidad de Yelapa: “Los pescadores siempre nos decían: ‘Antes todo estaba lleno de mantas. Ahorita, sí hay, pero ya no como hace años’. La primera vez que vi tantas, dije: ¡A esto se referían los pescadores!”.
Iliana Fonseca llegó a Puerto Vallarta cuando era niña. Aldo Zavala, su colega en sus investigaciones, nació en esta región de Jalisco. Ninguno de los dos había nadado antes a lado de una mantarraya, ni siquiera sabían que en esas aguas que miraban todos los días era posible encontrar a los colosos que hoy están catalogados En Peligro de extinción por la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Cuando Fonseca y Zavala estudiaban los últimos semestres de biología en el Tecnológico Nacional de México/IT de Bahía de Banderas, científicos del Scripps Institution of Oceanography, de la Universidad de California, en San Diego, los invitaron a sumarse al Proyecto Manta, iniciativa que tiene entre sus objetivos resolver varias de las interrogantes que aún existen sobre las mantarrayas y, en especial, diseñar estrategias para su conservación.
En agosto de 2014, Fonseca y Zavala se sumergieron en el mundo de las mantarrayas y ese universo los atrapó. Desde hace ocho años, cada semana, los investigadores se reúnen con pescadores de la comunidad costera de Yelapa para embarcarse en una pequeña lancha y encontrarse con estas gigantes del océano. “Son muy curiosas. Cuando uno está admirándolas —describe Fonseca—, ellas también se acercan y se interesan en nosotros… Tienden a verte a los ojos, eso no es común en todos los animales”.
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Conocer a una especie
Las mantarrayas forman parte de la familia Mobulidae. Hasta ahora se han identificado, por lo menos, dos especies de mantas oceánicas: la Mobula alfredi, que alcanza hasta cinco metros de punta a punta de sus aletas, y la Mobula birostris, que llega a medir hasta siete metros.
Estas buceadoras que recuerdan a los papalotes se encuentran presentes, sobre todo, en las aguas cercanas a las islas oceánicas y en los montes submarinos. También se les puede localizar en zonas costeras.
En México se han identificado cuatro sitios de agregación de Mobula birostris: el Golfo de California, las aguas que rodean a las Islas de Revillagigedo, el Mar Caribe (sobre todo en Holbox e Islas Mujeres) y Bahía de Banderas. En este último sitio, los estudios comenzaron en forma más sistemática con el Proyecto Manta.
Desde agosto de 2014, Iliana Fonseca y Aldo Zavala han realizado alrededor de 340 viajes de monitoreo de mantas en la costa sur de Bahía de Banderas. Sus recorridos comienzan a las nueve de la mañana y finalizan alrededor de las cuatro de la tarde, todo depende del clima y las condiciones del mar. Los biólogos no van solos. El equipo de monitoreo también se integra por Javier Lorenzo Fiti, un experimentado pescador, y su hijo Johna.
Fiti ha sido un gran maestro para los científicos que participan en el Proyecto Manta. Él les enseñó cómo distinguir la presencia de una manta y cómo cultivar la paciencia tan necesaria cuando se está en el mar. Hoy los investigadores tienen un ojo entrenado que les permite distinguir que aquella sombra en el océano es una mantarraya. En cuanto identifican a una, alguno de los investigadores se lanza al mar para tomarle una fotografía y obtener una muestra de tejido.
Durante esos recorridos, también han recolectado muestras de zooplancton y han evaluado datos como la temperatura del agua, el rango de las mareas, la velocidad del viento, la concentración de clorofila-a e, incluso, la luz de la luna para conocer cuáles son las condiciones que influyen en el número de avistamientos de mantas.
Gracias a este trabajo minucioso y persistente, los investigadores pueden afirmar que la costa sur de la Bahía de Banderas es un importante sitio de agregación de mantas Mobula birostris.
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La Niña, la luna y las mantas
A principios de agosto de este 2022, Fonseca, Zavala y otros investigadores que participan en el Proyecto Manta publicaron en Marine Ecology Progress Series algunos de los hallazgos obtenidos durante 249 viajes de monitoreo realizados hasta diciembre de 2019.
En el artículo científico, los autores señalan que en el periodo de estudio se observó un promedio de cinco mantarrayas por viaje. La presencia de Mobula birostris es más evidente durante el mes de abril, un momento del año en el que en la zona se encuentran corrientes frías ricas en nutrientes. Fonseca apunta “generalmente registramos muchos avistamientos en abril, sin embargo, hemos tenido eventos raros en mayo y agosto, como los de 2017 y 2022, cuando registramos cantidades anormalmente grandes de mantas en la zona”.
Zavala explica: “Las mantas son una especie súper sensible a los cambios de temperatura y condiciones ambientales. Así que cuando tenemos un año sin influencia de fenómenos oceanográficos, como El Niño o La Niña, lo más común es verlas en abril en grupos de más de 40 individuos”.
En los años con presencia del fenómeno de La Niña, cuando el agua del océano se enfría, los investigadores registraron decenas y decenas de mantas nadando en la costa. Cuando hay El Niño, y hay corrientes oceánicas más calientes, disminuye en forma considerable el número de mantarrayas en la superficie.
Los estudios encontraron que existe una relación entre la presencia de mantas oceánicas y la abundancia de ciertos grupos de zooplancton. Zavala comenta que “cuando se presenta El Niño no hay tantos eufáusidos, el tipo de zooplancton del que más se alimenta la manta”. Las mantarrayas acceden a la bahía, se apunta en el artículo científico, “en busca de oportunidades de alimentación”.
El hecho de que no se miren mantarrayas en la superficie del agua, explica Fonseca, “no significa que no estén ahí. Es probable que estén en zonas de agua más abiertas. Las mantas se rigen por la búsqueda de alimento, siempre están buscándolo porque deben comer todo el tiempo”.
Muchas de las preguntas científicas que se hicieron los biólogos partieron de las conversaciones con los pescadores. “Los mismos pescadores de Yelapa nos decían: ‘Nosotros vemos más mantas cuando está la luna llena y el agua fría’. Así que tratamos de juntar su experiencia empírica con nuestra experiencia basada en el conocimiento académico”, explica Fonseca.
Los datos científicos permitieron corroborar lo que decían los pescadores: en días cercanos a la luna llena es posible mirar un mayor número de mantas. Además, a las mantas les gusta tomar el sol en aguas poco profundas. Y un número mayor de avistamientos se presentó cuando había mareas más altas.
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Álbum de mantarrayas
La investigación continua de las mantarrayas a nivel mundial tiene, relativamente, pocos años. Hasta ahora se conoce que pueden vivir poco más de 40 años, que son ovíparas, pero el huevo se desarrolla dentro de la madre y que sólo tienen una o dos crías por cada ciclo de gestación. Pueden pasar hasta siete años para que las hembras queden preñadas; aunque ese tiempo depende de la región en donde habiten.
Aún no se sabe cuáles son los sitios que eligen para dar a luz, por qué tienen un cerebro tan grande, cómo funciona su visión o su capacidad sensorial o cómo es que son capaces de nadar en la superficie, pero también realizar buceos muy profundos.
En la década de los setenta, los investigadores Karey Kumli y Robert Rubin señalaron que los patrones de las manchas localizadas en la parte ventral (abdomen) de las mantarrayas son diferentes en cada individuo, por lo que pueden utilizarse como una especie de “huella digital”.
Fue a partir de entonces que comenzaron a integrarse álbumes de fotografías para identificar a cada manta. En Bahía de Banderas, las imágenes de identificación que han recopilado en ocho años como parte del Proyecto Manta han permitido tener un registro de 300 Mobula birostris. “Se trata —destaca Fonseca— de la segunda población de mantas más grande en el Pacífico mexicano hasta ahora conocida, después de la que se encuentra en las Islas Revillagigedo”.
Antes se creía que eran una sola población que viajaba entre Bahía de Banderas y Revillagigedo. Las fotografías han permitido conocer que no es así, ya que alrededor de diez mantas han sido identificadas en los dos lugares.
Las imágenes también muestran que solo el 18 % de todas las mantas registradas son residentes de la Bahía de Banderas. “No sabemos a dónde van las otras. En 2014 pusimos marcas satelitales y observamos que algunas se desplazaban hacia la costa de Colima e Islas Marías, pero no a mar abierto. Aún necesitamos investigar más a dónde van”.
El biólogo Santiago Domínguez y los estudiantes Eduardo García y Carlos Campuzano, del Tecnológico Nacional de México/IT de Bahía de Banderas, también participan en el Proyecto Manta; ellos apoyan en el análisis de la información obtenida en los monitoreos como la organización de las foto-identificaciones para conocer las características de las mantas de la bahía.
Domínguez, por ejemplo, identificó que 30 % de las mantas observadas tienen heridas provocadas, sobre todo, por las propelas de las lanchas que circulan todos los días y a todas horas en Bahía de Banderas, así como por redes de pesca conocidas como chinchorros.
Terminar en una red
En México está prohibida la pesca de mantarrayas del género Mobula desde 2007. Esa medida llegó cuando en lugares como el Golfo de California la pesca indiscriminada provocó que decayera en forma importante la población de mantas. Además, en algunas zonas del país, como el Alto Golfo de California, está prohibido el uso de redes agalleras o chinchorros, largas mallas que se colocan en el mar como si fuera un muro. Ahí terminan atrapadas muchas mantarrayas y otras especies que no son el objetivo principal de la pesca.
En Bahía de Banderas se siguen utilizando este tipo de redes. En lo que va del 2022, Fonseca y Zavala han encontrado dos mantas oceánicas muertas a causa de las heridas que les han provocado los chinchorros.
Así como en mayo de 2022, Fonseca se maravilló al ver decenas de mantas nadando despreocupadas, una semana después sintió una enorme tristeza al encontrar a una de esas mantarrayas muerta, enredada en una red de pesca. Era una hembra de unos cuatro metros. “En mayo la vimos —recuerda la bióloga—, nadó con nosotros, era muy curiosa. El 4 de junio, la hallamos muerta. Lo que pensé en ese momento es en todo el trabajo que tenemos que hacer para lograr convencer a la gente, a los pescadores, de que esta especie tan increíble necesita de nuestro cuidado. Esa ha sido la parte más difícil del trabajo de estos ocho años”.
El tener poblaciones de mantarrayas que permanecen en una región, las hace “altamente susceptibles a la pesca y a otros impactos provocados por el hombre, pero también al ser poblaciones locales son más fáciles de proteger”, se señala en ese estudio que publicaron los investigadores en agosto.
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Construir un lugar seguro para las mantas
Yelapa es una de las varias comunidades pesqueras que se encuentran a lo largo de la costa sur de Bahía de Banderas. La única forma de llegar a este poblado es en lancha. Además de las embarcaciones que funcionan como taxis en la zona, en la bahía también transitan las lanchas de los pescadores y los pequeños barcos que llevan turistas a las playas que hay en esa zona.
Desde que comenzó el Proyecto Manta en Bahía de Banderas, los investigadores plantearon entre sus objetivos el involucrar a la comunidad en las labores de investigación e ir sembrando en ellos la importancia de conservar las especies con las que comparten el territorio.
Es por eso que además de realizar los recorridos de monitoreo en la costa, los biólogos también han visitado escuelas de la comunidad para dar pláticas a los alumnos; han organizado pintas de murales que tienen como protagonistas a las mantas y han invitado a niños y jóvenes, a sumarse a los recorridos de monitoreo. Así es como a varios jóvenes les han enseñado a tomar muestras de zooplancton y a registrar los datos científicos que recaban en sus travesías.
En mayo de 2022, cuando Iliana Fonseca miró el mar lleno de mantas se convenció aún más de la importancia de comenzar a trabajar con otros actores de la Bahía de Banderas, para diseñar estrategias que ayuden a reducir los choques de las embarcaciones con las mantarrayas o que queden enredadas en artes de pesca.
“Antes no sabíamos de dónde partir. Con esta investigación ya conocemos más sobre la temporalidad de las mantas en la Bahía de Banderas. Ya podemos identificar en qué meses se miran más. Esta información nos ayudará para trabajar con los pescadores de las comunidades costeras de la Bahía y también con las compañías turísticas y de las lanchas que funcionan como taxis acuáticos en la zona”, explica Fonseca.
Los investigadores tienen entre sus planes colocar sistemas de ubicación satelital en las embarcaciones que transitan por la Bahía, para conocer con más precisión sus rutas y determinar cuáles son las áreas en donde hay más posibilidades de que existan encuentros con mantas.
Aldo Zavala explica que su objetivo es “hacer un mapa de movimientos en la bahía y delimitar los usos a ciertas zonas, para que esas actividades no se traslapen con los lugares en donde hay un mayor avistamiento de mantarrayas”.
Los investigadores saben que aún les falta mucho por navegar para hacer de la Bahía de Banderas un lugar más seguro para las mantarrayas. También saben que aún deben pasar mucho tiempo en el mar para conocer más sobre estas gigantes que no son predecibles, pero sí “muy sensibles, curiosas e inteligentes”.
“Entre más las conocemos —confiesa Iliana Fonseca—, más preguntas tenemos”.
* Imagen principal: Manta gigante rodeada de sardinas. Foto: Cortesía Iliana Fonseca.
El artículo original fue publicado por Thelma Gómez Durán en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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