Myrna Dolores Valencia Banda tiene bien marcado en la memoria el día que pudo ver, por primera vez, a bordo de un carro alquilado por su familia, la inmensidad del río Mayo, uno de los principales afluentes de Sonora, en el noroeste de México, y que recorre desde la sierra hasta desembocar en el Golfo de California. Era 1986 y ella tenía nueve años. Para una niña indígena que poco salía de su comunidad —el Ejido Buaysiacobe—, no podía caber mayor asombro en sus ojos.
A través de la ventana se colaba el color verde de aquel afluente que serpenteaba las tierras al lado de la carretera. Sus aguas, en esa época, eran el centro de la vida de las comunidades que integran el territorio del pueblo indígena Yoreme-Mayo. “Yo me sentía parte de ese espacio, parte de ese territorio, parte de esa tierra. ‘Esto es mío’ —decía yo—, porque para mí, era así. El río, lo sentía mío. Son recuerdos que tengo sobre lo más similar al paraíso que he visto”, narra Valencia.
En aquellos años, la creciente del Mayo permitía a las vacas pastar y, a las familias yoreme, hacer quesos y recolectar los quelites, hierbas comestibles que brotaban silvestres a la orilla del agua. Hoy el paisaje se ha transformado.
“Ha cambiado de una forma muy acelerada. No sólo los caminos que quedaron cerrados por la creciente del río —en los tiempos en que había más agua—, hoy son espacios secos, sino que hay contaminación por basura y ya no se ve el río como un espacio vivo, como a mí me tocó vivirlo”, se lamenta Valencia, ahora convertida en profesora de telesecundaria y cuyos alumnos no conocen el Mayo como ella lo hizo.
Valencia Banda también es defensora del río, del territorio y de los derechos de los pueblos indígenas. Además es integrante del Concejo Indígena de Gobierno (CIG) —organización que agrupa a representantes de los pueblos indígenas a nivel nacional—, y una de los fundadores de la Alianza Yoreme, agrupación que se gestó en su territorio para luchar contra el despojo de tierras y agua.
Mongabay Latam conversó con ella sobre las problemáticas que, a lo largo de la historia, han puesto en riesgo la supervivencia del río Mayo, los planes gubernamentales por recuperarlo que no se han cumplido, y el intento comunitario para rescatarlo del olvido y el abandono.
—¿En qué momento se comenzó a perder el río Mayo?
—Cuando inició el trazo agrícola de lo que fue el valle —con algunas compañías agrícolas y las haciendas, en tiempos de la Revolución— empezó el despojo, la pérdida de identidad y el cambio de uso de suelo. Llegó el despojo de las formas de vida originarias para cambiar las costumbres de las personas e implantar un nuevo modelo de vida.
Aquellos primeros trazos agrícolas fueron a finales del siglo XIX. Continuó el despojo del río a mediados del siglo XX con la construcción de la presa Adolfo Ruiz Cortinez “Mocuzarit” que, dicho sea de paso, desplazó al pueblo originario Yoreme de Konikarit, inundándolo en su totalidad. La desecación del río se agudizó hacia 1994, después de la reforma del Artículo 27 constitucional, con el pretexto de tener una mejor distribución del agua, en respuesta a la demanda de los nuevos empresarios agricultores que antes fueron funcionarios de gobierno.
Con la creación de la Secretaría de Recursos Hidráulicos para administrar como zona federal el territorio hídrico Yoreme, se empezó a asignar el río en forma de concesiones a extraños. El gobierno federal hizo de la agricultura una promesa grande. Era una oportunidad de desarrollo, pero también de despojo a la cultura yoreme. La tierra se concentra en muy pocas manos y, por ende, el agua. Eso ha provocado que el río Mayo esté prácticamente desaparecido, aniquilado. Ahora hay empresas muy cercanas a los márgenes del río, donde nadie puede tener acceso a algo que debiera ser como fue ancestralmente, algo que es parte del ser mismo del indígena yoreme.
La construcción reciente de la presa “Los Pilares”, en el 2020, fue el último atentado contra el Mayo e inundó muchos sitios sagrados de otro pueblo indígena: el Makurawe.
—¿Por qué el río Mayo es tan importante para los indígenas yoreme?
El río Mayo es el elemento natural identitario más característico de nuestro pueblo. Aunque nosotros, en Buaysiacobe, no estamos tan próximos a la margen del río, sí teníamos parte de esa humedad, del beneficio de los afluentes naturales, como arroyuelos y partes bajas del mismo territorio por los que nos llegaba el agua. El río dejaba tierras fértiles en donde podía crecer el alimento, incluso para la ganadería que mucha gente practicaba como medio de subsistencia. Actualmente son contadas las personas que, con mucho sacrificio, mantienen a sus pequeños rebaños.
Todo ha ido en detrimento de la comunidad, la alimentación y la salud. Ya no tenemos acceso a eso. La naturaleza que nos daba vida, ya no existe. Si nosotros llevamos a un niño pequeño, que todavía no tiene la información y que no conoce suficientemente su entorno, al pasar por estos espacios, no sabrá que se trata de un río, no se va a dar cuenta de que es algo que ancestralmente sostenía la vida de los yoreme, de nuestros antepasados. Eso es triste.
—El gobierno de Andrés Manuel López Obrador propuso e impulsó una serie de “Planes de Justicia” para algunos pueblos indígenas del país. Para el caso Yoreme-Mayo, su plan incluye temas como la construcción de infraestructura vial y hospitalaria, la solución de conflictos agrarios, e incluso la recuperación del río Mayo y el acceso al agua. ¿Qué sucedió con este último tema?
—Nunca se mencionó, ni siquiera como una promesa, el regresarle la vida al río. Aunque se les decía, porque era un sentir común de toda la tribu, no nos escucharon. Hubo quien incluso gritó el tema en los encuentros con las autoridades federales —en el caso de nuestro gobierno y de nuestra Alianza—, y se estuvo mencionando reunión tras reunión. Pero se le dio prioridad a los problemas sociales, a proyectos productivos y de vivienda. Son necesidades que sí son básicas, pero no son parte del alma del territorio ni del yoreme. Desde que nos dimos cuenta de todo esto, vimos que el Plan sería una farsa.
Se habló incluso de proyectos culturales para dar vida a las tradiciones y para conservar y desarrollar la lengua, pero no se habló de que no puede haber lengua sin territorio. Lo que realmente sería justicia es regresarle la vida al río, es darle la cuota ecológica reglamentaria para que el río tenga vida.
—Usted ha dicho en medios que los llamados “Planes de justicia” son perjudiciales para los pueblos indígenas de México, ¿a qué se refiere?
—Todo parte del despojo de la identidad. Un ejemplo: el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), en el municipio de Etchojoa, tenía una lona en la puerta que decía que había que registrarse y reconocerse como indígena. Llenabas un formulario para decir “soy indígena y vivo en tal parte”. Con este tipo de registros para programas [de apoyos sociales], las instituciones abrieron las puertas para que las otras identidades —principalmente los yoris, como llamamos a la gente no indígena— se autoadscribieran como indígenas. Sabemos que nadie puede negarle a otra persona lo que reclama, pero fue algo muy descarado.
No tenemos por qué ser avalados por el gobierno ni por las instituciones para ser lo que somos. Nosotros desconocimos eso y empezamos a hacer nuestros propios talleres e informaciones, y vimos que la cuestión del recurso económico empezó a dividir a las comunidades. Empezaron a surgir y surgir “gobernadores [indígenas]”, que se dejaban dirigir por yoris, para llevar a la gente a donde les convenía.
Ahora es mucho más evidente con las candidaturas para la Presidencia del país. Algunos yoremes ya se pronuncian a favor de uno u otro candidato. El “tiro de gracia” a los pueblos indígenas se basa en la división. La situación del pueblo yoreme, desgraciadamente, es que los programas asistenciales han creado una cultura del hambre, porque no hay medios para trabajar. Cómo es que el yoreme va a sembrar su tierra si está enajenada, si es despojado del agua, o del río, que era lo que de manera más inmediata proporcionaba los medios de subsistencia a la gente. El río ya no tiene agua.
En cambio, viene el programa asistencial con los apoyos bimestrales, que hacen que la gente esté en espera, nada más con la mano extendida. Pero eso no lo hemos provocado nosotros; es una manera de condicionamiento a la que se nos ha sometido.
—¿Qué es la Alianza Yoreme y cuáles son sus objetivos?
—Nacimos en noviembre del 2022 y lo hicimos para respaldar la necesidad de nuestras comunidades. Somos cuatro pueblos y tres de nosotros somos comunidades a las que no se nos reconoce como tal. La Alianza Yoreme somos Bachoco El Alto, que es un nuevo centro de población ejidal; Buaysiacobe, que política y geográficamente es parte del municipio de Etchojoa; la comunidad indígena de Masiaca, que tiene mucha historia tradicional y ancestral dentro del pueblo; y estamos aliados con el pueblo de Cohuirimpo Río Mayo, uno de los ocho pueblos de la Tribu Mayo.
Nos identificamos como pueblos de un mismo dolor, que no hemos sido escuchados en nuestras principales demandas, en las más sentidas, porque no se nos da el reconocimiento. Históricamente se han hecho acuerdos, pactos y alianzas entre las primeras congregaciones de nuestros ancestros. Iniciativas para permanecer unos en defensa de otros, y así lo hemos hecho ahora.
Conociendo la historia de nuestros orígenes, sabemos que no hemos sido defendidos o representados por quienes se dicen gobernadores de este pueblo, entonces tenemos que buscar con quién identificarnos, quién entienda nuestros dolores, quién entienda nuestro problema, en este caso, el despojo de la tierra y del agua. Si no nos están dando ese respeto, nosotros vamos a buscar quién nos represente, quién lleve nuestra voz y sentir como hermanos yoremes. Así fue como nació la Alianza Yoreme.
Juntos estuvimos haciendo comunicados y pronunciamientos para ser escuchados. Compartimos nuestros saberes, intercambiando experiencias del día a día en los procesos de las asambleas, en recuperar nuestra historia y fortalecer nuestra identidad.
—¿Cómo se han organizado? ¿Qué acciones han realizado hasta ahora y qué otras están planeando?
—Las acciones han sido los pronunciamientos que, en el marco del Plan de Justicia, hemos hecho. Otras acciones han tenido que ver con la preparación, en el sentido de adquirir mayor conocimiento, información, más investigación de nuestro pasado y tratar de proyectarlo acá, en el presente.
También somos parte del Congreso Nacional Indígena (CNI). Esta organización, que nació en los noventa, ha sido representante de la mayoría de los pueblos indígenas del país y sabe que nos hemos hermanado, porque los abusos por parte del gobierno han sido los mismos. Es un paso que hemos dado. También hemos estado proyectando algunas acciones para revivir nuestro pueblo. Hemos buscado apoyos de investigadores e instituciones. Estamos tratando de recuperar mitos, leyendas y traducciones, y tener nuestras escuelitas dentro de las asambleas, pero también hemos colaborado en distintas publicaciones académicas que están por salir.
De igual forma hemos participado en diferentes convocatorias y diplomados en derecho, para capacitarnos y así poder compartir estos saberes con nuestro pueblo, por la necesidad que tenemos de caminar todos, tomados de la mano, y que el acceso a los medios de información, de conocimiento y educación estén al alcance de todos.
—¿Cuáles son las principales demandas de la Alianza Yoreme para su pueblo?
—Los objetivos de la Alianza Yoreme inician con el respeto a nuestro territorio y todos sus recursos. Es decir, hemos visto cómo los recursos son capitalizados por empresarios y, los yoremes —en su propia necesidad—, terminan siendo esclavos de su propio espacio, asalariados de su propia tierra. Queremos que eso termine.
Queremos el respeto al territorio como parte importante de nosotros mismos, puesto que nosotros también somos un territorio. Nuestro cuerpo es el primer territorio que no está siendo respetado. También queremos el respeto a nuestras autoridades, de la forma en que sean reconocidas por nuestras asambleas, no por organizaciones externas, no por un nombramiento o el reconocimiento de extraños. Eso es lo que buscamos: el respeto a nuestras instituciones.
Queremos ejercer nuestra autonomía y libre determinación para darle vida a nuestro gobierno indígena y sus instituciones, ya que existe recurso suficiente en la Ley de Egresos bajo el nombre de “presupuesto participativo” y hasta hoy lo manejan manos ajenas a nosotros. Tenemos la capacidad de ejecutar esos recursos de mejor manera, porque estamos aquí, desde abajo.
—Como integrantes de la Alianza Yoreme, ¿han sufrido alguna represalia por oponerse al despojo territorial y de recursos naturales?
—En estos últimos meses, ha sucedido lo que considero una forma de ataque hacia la Alianza: han incendiado las ramadas tradicionales de Masiaca y Cohuirimpo, a pesar de estar geográficamente separadas. Son más de dos horas entre ambas comunidades.
En Cohuirimpo sucedió en agosto y, en Masiaca, fue en diciembre [de 2023]. Hay carpetas de investigación abiertas, pero no ha habido justicia. Considero que esto es parte del ‘divisionismo’ que se ha implementado por parte de las autoridades blancas, cuando crean líderes y gobernadores indígenas duales al servicio de ellos, hechos a la palabra del yori. Quemar los centros ceremoniales son agravios muy fuertes.
Considero que en Buaysiacobe no lo han hecho porque la ramada tradicional ya no está hecha de materiales naturales, sino de concreto y lámina. Quizás en Bachoco El Alto tampoco, porque es una comunidad más pequeña y más escondida. Creo que eso las ha puesto a salvo. La quema de las ramadas es la mejor forma de amedrentar. El gobierno actúa sembrando terrorismo en el territorio.
—¿Para usted qué significa el río y cómo lo ve en el futuro?
—Yo veo al río como un elemento integrador, un elemento identitario, para tener la claridad de lo que somos. El río es como la sangre que corre por nuestras venas. El río irriga la vida del territorio yoreme. Los mitos dicen que el agua del territorio fue guardada por nuestros padres ancestrales: los surem, quienes lo hicieron para entregárnosla en un futuro. Yo creo en esa promesa.
Creo que si nos mantenemos en la lucha, visibilizando sin cansarnos, proyectaremos ese sentir a nuestros descendientes, y les daremos esas herramientas de lo que es la palabra hablada como base de nuestra razón de ser. Creo que en un futuro veremos que nuestro pueblo sigue vivo, vigente. No es posible que esto se acabe, nada más por el ansia de poder de unos cuantos.
Si nos mantenemos de pie, tenemos la persistencia garantizada. Yo creo que el río va a volver a vivir. Creo que el río está vivo y que, mientras exista un yoreme convencido de lo que es y lo que puede hacer, ahí estará la Madre Tierra. Ahí estará ese afluente como parte de la vida que va a llegar al territorio.
Sequías e inundaciones son lo común en la historia de nuestro territorio yoreme, aunque han sido provocadas y aprovechadas por quienes están en el poder. Yo creo que no hay mayores dueños de la tierra que quienes fuimos puestos aquí: los yoreme.
Esta lucha y esta resistencia cansa. A veces nos hace doblar las manos y nos deja caer los pies, pero sabemos en dónde estamos y sabemos hacia dónde vamos.
*Imagen principal: Myrna Valencia, defensora del territorio yoreme-mayo, camina por las tierras infértiles del valle, explotadas por los monocultivos de trigo. Foto: Luis Jorge Gallegos / Flores en el Desierto – Desinformémonos
El artículo original fue publicado por Astrid Arellano en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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