Por: Mariana de Altahus
Todos tenemos miedos: los niños, los adultos, los recién nacidos y hasta los abuelitos. Pueden ser miedos sobrenaturales, como el miedo a los espíritus; o con un correlato más real, como el miedo a los ladrones, a una enfermedad, a la muerte de alguien cercano. El temor es parte de la vida y en su forma más básica puede, incluso, funcionar como instinto protector, pues te vuelve prudente.
Sentir miedo no significa ser débil, expresarlo es valiente porque se pide ayuda, ya que no siempre podemos superarlo solos. Pero cuando nuestro hijo lo siente, a menudo nos impacientamos. Nos desespera seguir acompañándolo en las noches, ir con él al baño o a otro cuarto para recoger su juguete. Y en esa impaciencia vamos diciendo cosas como «los niños fuertes –o los niños grandes– no tienen miedo»,
«Tonterías, los monstruos no existen», o peor aún «no seas maricón». Esos adjetivos e intolerancia solo generan más presión en el niño y al sentirse desprotegido por sus propios padres –los protectores por excelencia– se atemoriza aún más.
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Si pensamos un poco, es natural tener diferentes miedos a lo largo de la vida, pues esta va presentándonos nuevos retos en la medida en que crecemos. Aquí un resumen de momentos que causan temores, para tenerlos en cuenta y no desesperarnos:
Miedo al nacer. Luego de 9 meses en un ambiente protegido y calentito, en donde no se sentía frío, hambre ni incomodidad, viene el nacimiento y con él un ambiente nuevo y desconocido. El bebe es un ser tan indefenso que si tiene frío o hambre (sentimientos inéditos) podría experimentar terror. Por eso llora y pide los brazos de su madre que no solo lo alimenta y abriga, también lo calma.
- Miedo a causa de fantasías.
El niño de 2 años literalmente piensa que el lobo feroz o la bruja pueden entrar en su cuarto y comérselo, pues no diferencian la fantasía de la realidad. Su imaginación desbordante lo hace pensar que todo es posible. Intentar explicarle racionalmente a niños tan pequeños que lo que su imaginación propone no es posible en la realidad, es inútil. Lo que sí podemos hacer es acompañarlo y decirle que no se preocupe porque mamá y papá están para cuidarlo de lo que pueda imaginarse.
- Miedo a la independencia.
A los 4 o 5 años los niños son más autónomos, se quedan horas en el colegio o en casa de amigos. Este paso puede traer un retroceso, pues entienden que están creciendo, que tienen que desenvolverse solos y nace la idea de que los podemos dejar en cualquier momento. No te burles ni minimices su miedo. Lo que tu hijo necesita es confiar en ti para reasegurarse.
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- Miedo a accidentes o desastres naturales.
A los 8 años tu hijo ya entró a la etapa de pensamiento lógico y sabe que no existen los monstruos, pero aparecen miedos más ‘reales’: terremotos, tsunamis o cualquier accidente del que se haya enterado.
Para ayudarlos, hablemos sobre estas posibilidades de manera abierta y sin tabúes. Investiguen juntos probabilidades y discutan cuáles son las mejores maneras de cuidarse. El mensaje es que si bien no podemos controlar todo, sí podemos hacer nuestro mejor esfuerzo para estar a salvo.
Para lograr que cualquier etapa de temor de tu hijo pase más rápido, hay que evitar apurarse. Mientras más acompañado se sienta y sepa que es normal sentir miedo, más seguro se sentirá y superará esta etapa. Hay que saber que los niños no están equipados –no tienen las herramientas necesarias– para enfrentar el miedo solos.
EL DATO
Lo que debes evitar
Nunca asustes a tu hijo para lograr una conducta. Por ejemplo, para que no se escape en el supermercado, decirle que hay personas malas que lo puede robar. Esto podría asustarlo tanto que podría no dormir en las noches y le crearás más inseguridad.