Como no nacerá otro Pelé ni se repetirán nuevos Beatles, nunca habrá tampoco dos Marilyn Monroe. Ellos resumen una época -el fútbol, la música, el arte- y se apropian de ella con tanta seguridad, tanta vanidad, que los diccionarios podrían usar su nombre para abreviar conceptos. Se podría reemplazar pelota, magia, engaño, sutileza por el apodo del brasileño Edson. Se podría decir belleza, fama, talento o glamour, más fácil, si se dijera Marilyn.
Esta es la historia del día en que ella, hasta 1946 llamada Norma Jeane Mortenson, el nombre con el que entró a trabajar a una fábrica de municiones, unió el fútbol con el cine de una patada.
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Vestida con un traje de seda azul ceñido, dos margaritas sirviendo de puente para el escote, y rodeada de los capitanes de la selección de Estados Unidos y Happoel de Tel Aviv, Marilyn Monroe protagoniza el play de honor más fotografiado de la historia. Ocurrió el 12 de mayo de 1957, en el Ebbets Field de Nueva York, la capital del mundo hoy azotada por el coronavirus, esa pandemia. Entonces la vida era más serena: a la cancha se iba de traje y sombrero, los futbolistas -sobre todo si eran arqueros- usaban rodilleras de cuero y no habían barras bravas. Marilyn ya era entonces todo lo que había soñado ser: nominada a los Globos de Oro como Mejor Actriz de Comedia musical por el filme Bus Stop, estudiante de clases nocturnas de arte y literatura de la Universidad de California, intérprete de la canción Diamonds Are a Girl’s Best Friend, en la película Los caballeros las prefieren rubias (1953), inscrita en clases de teatro por recomendación de Truman Capote, portada de la primera edición de la revista Playboy.
Se casó, se divorció, se volvió a enamorar, se casó de nuevo. Pero ya era un huracán con nombre propio que no necesita de ponerse otro apellido.
Marilyn Monroe acompañó ese mayo de 1957 a su entonces esposo, el judío Arthur Miller. Miller, pese a ser una figura reconocida del teatro norteamericano, no fue más importante que Marilyn, que bajó a la cancha para dar el puntapié.
La nombraron madrina de las celebraciones del noveno aniversario del nacimiento del Estado de Israel, según Cinemanía, el blog español del sitio web 20 minutos. “Ocurrió antes de un partido de exhibición entre el Happoel de Tel Aviv, que estaba de gira por EE UU, y un equipo de estrellas de la ASL, por aquel entonces incipiente, y en crisis perpetua, liga de fútbol (sí, ellos insisten en llamarle soccer) estadounidense. ¿El resultado? 4-6 para los hebreos”.
Pero quien se robó el show fue Marilyn. Como siempre. Las cientos de fotos desde todos los ángulos, zoom al lunar ícono que está por encima del labio, a la izquierda, primer plano a la sonrisa rojo carmín que luego -aunque hayan querido- no ha podido diseñar ningún odontólogo, y el tuit de Fútbol Trotters que ha motivado a bucear en archivos para escribir una nota sobre una patada sin puntería; todo eso es la prueba.
El show, el charm, la trayectoria, el cine, su neurosis y esa misteriosa alegría. Demasiadas ideas que podrían resumirse en su nombre, Marilyn, e igual entenderíamos.