Damaris Rubí Romero egresó de la carrera de pintura, en Bellas Artes, con una idea en mente: llenar de colores la vida gris de niños con escasos recursos. Todo inició con un proyecto de segundo ciclo en la universidad llamado arte comunitario, el cual consistía en ayudar a las personas a través del arte. Una de las opciones era ir a orfanatos, pero esa idea iba a ser complicada. La otra opción fue ir al cerro El Montón, lugar donde encontró una gran oportunidad para aportar su grano de arena a la sociedad. Fue ahí donde creó “Montón a colores”.
Cerro El Montón se encuentra ubicado en Cercado de Lima, en la avenida Morales Duarez, considerado uno de los lugares más peligrosos. El terreno fue un botadero de basura, también llamado “El montón de basura”. Esa zona no era habitable, invadida por la delincuencia y, sobre todo, por el peligro constante. Con el tiempo, encima de ello construyeron una loza deportiva. Fue así como estudiantes de la universidad de Bellas Artes y Damaris aprovecharon la oportunidad para limpiar y llevar talleres de arte a los niños.
Damaris tiene 27 años, caracterizada por ser líder, nunca intimidada por su pequeña talla, ya que tiene un corazón enorme para seguir ayudando a los niños que más lo necesiten. Al inicio había muchos voluntarios que cancelaban a última hora, pero ella siempre estuvo coordinando cada taller. Convocó a varios amigos cercanos, de la universidad, de la iglesia y así, poco a poco, empezaron.
“Fui a investigar el lugar junto a unos amigos de la universidad que iban al taller comunitario, entonces aproveché. Supe de ese lugar porque un chico de la universidad vivía ahí y siempre contaba cómo era. Luego investigamos, fuimos y de ahí decidimos acercarnos a la comunidad. Los papás no querían al comienzo, porque había una parte de materiales falsos de cemento donde vivían fumones, muchas veces abusaban de los niños y quemaban basura. Todos los que viven ahí eran recicladores de papel”, señala Damaris.
Muchos de los niños de esa zona tenían familias disfuncionales que no estaban en casa, ni tenían la atención necesaria para poder educarse. Damaris se dio cuenta del poder transformador que tiene el arte y gracias a ello los niños empezaron a cambiar, y el espacio donde vivían también.
“Después cree el proyecto con asesorías y fue tomando forma. Ahora, no es un proyecto donde solo se quiere llevar color a una zona gris y dar talleres. Luego pensé, pintamos y nos vamos, y los niños se quedan solos otra vez. Es poco lo que hacemos. El arte es primordial para la educación de un niño, entonces debe ser un derecho. El arte es comprobado que te proporciona habilidades blandas, pensamiento crítico, mecanismos de crítica de poder evaluar las cosas e incluso filosofar. Es un proyecto que tiene al arte como herramienta fundamental y, sobre todo, para que ningún niño se vea limitado por los antecedentes familiares, económicos y sociales”, comenta.
El proyecto empezó en el 2015 y a fines de ese año pasó de “montón a colores” a “montón de colores” después de ello se sumaron más iniciativas. Por ejemplo, en Ate, Ayacucho y Chancay. En un pequeño pueblo de Ayacucho donde no había luz ni carreteras pintaron las casas con coloridos retablos, lo que hizo que las personas bajaran de sus autos y se tomaran fotos. Gracias a esa idea, los pobladores vendían anticuchos, frutas, entre otras cosas. Damaris comenta que el arte tiene el poder de visibilizar. De igual forma fue en el Cerro Trinidad en Chancay, un pueblo cerca al puerto, donde crearon una biblioteca lúdica donde los mismo niños de la zona ayudaban y pintaban sus propias repisas.
“Les enseño la historia del arte. La metodología es hablarle a los niños como personas y que sean capaces de entender la historia y las técnicas. Les explico de maneras más concreta. En principio tiene que pasar mucho tiempo para que los niños agarren papel y témperas. Ellos pintan con palos, cartones cosas que puedan encontrar, porque no pueden conseguir los materiales cuando yo no esté. No tienen el dinero, entonces lo que hago es enseñarles con cosas recicladas”.
Damaris se organizó de tal manera para que pueda llevar sus clases en la universidad y poder llevar el proyecto. Ella dice: “los viernes por la tarde iba a “Montón de colores”, regresaba los sábado y me quedaba hasta la noche e igual los domingos”. Ahora, son solo tres personas que forman parte del equipo como Jaime, Leslie y Damaris. Desde que estaba en la universidad quería ayudar a los demás y nunca se imaginó que empezaría con los niños. Hubo una frase que marcó su vida. “Un niño me preguntó: ¿Dónde está tu papá? A lo que le respondí en el trabajo. El pequeño me dijo: ¿Con los conejos o los cuyes?, eso me pareció raro. Entonces, él pensó que ese era el único trabajo que existía. Fue por eso que empezamos a ocuparnos de los niños de manera integral y a crear acciones a través del arte”.
El sueño de Damaris es que más personas se sumen a ayudar a los niños. “que Montón de colores pueda tener un colegio refugio o internado para que ellos se puedan quedar. Muchos de ellos sufren maltratos. También poder lograr más voluntarios, tener un plan de capacitación sin que yo esté y que se sostenga por obras de arte”.