Karina fue ama de casa por varios años y crio feliz a sus dos hijos. Cuando eran adolescentes descubrió que su enorme interés por la Medicina había crecido y decidió ponerse a estudiar.
Entró a la universidad a los 35 y terminó la carrera completa. Luego hizo una especialización y actualmente es médica. Marta empezó a estudiar una segunda carrera a los 52 años. Sus compañeros tenían la mayoría alrededor de 20. Estudió Comunicación para el Desarrollo, la cual aplica en proyectos de responsabilidad social en la empresa en la que trabaja. Hasta ahora frecuenta a sus amigas de la universidad. Javier hizo una destacada carrera académica y fue rector de una prestigiosa universidad por décadas. Al jubilarse –alrededor de los 70 años–, decidió retomar una pasión que siempre había postergado: entró a un taller de teatro y ahora es un feliz actor.
¿Por qué existe la idea de que al salir del colegio elegiremos una única carrera que ejerceremos toda la vida? ¡Tiene casi estatus de matrimonio! Pero no es así. Elegir una profesión es un punto de partida que nos traza una ruta y un objetivo. Y es genial tenerlo porque nos sirve como brújula y motor. Pero no tiene que ser un destino rígido. Puede ser un punto de llegada en medio de nuestra ruta, para luego continuar andando, tal vez en una nueva dirección.
A los 20 años te puede apasionar mucho algo. Y 10, 20 o 40 años después te puede apasionar otra cosa. ¿Por qué no? La vida ha dejado su rastro en ti. Has conocido tu mundo profesional, su esencia y su gente, y tus experiencias han influido tu mirada de la vida. Quizá tus prioridades han cambiado y sin darte cuenta se han activado otros aspectos de ti. Ahora te importan cosas que antes no y puedes necesitar pasar a algo nuevo. No quiere decir que te equivocaste. Quiere decir que tu recorrido te ha ido llevando a este cambio y -si te lo permites- quizá es lo que ahora te toca vivir.
Quizá quieras ser escritor después de 20 años de ejercer como ingeniero. O tal vez desees abrir tu propia empresa luego de 25 años de ser pintor, o planees ser abogada después de años de ser maestra de colegio, o aspires a dedicarte a la cocina después de una exitosa carrera en la bolsa. No es una locura. Lo puedes realizar. Has recorrido profundamente un aspecto de tu vida y de pronto otra parte de ti despierta y necesita que la escuches. ¡Una parte de ti que de repente se viene con todo! Que puede rescatar facetas que habías dejado de lado y que sumadas a lo vivido, el carácter forjado, tu propio estilo, tus gustos, tu personalidad y tus capacidades, se combinan para producir una nueva vocación y un nuevo rumbo profesional.
No significa que tires la toalla a la loca y renuncies a todo quedándote con una mano adelante y otra atrás. No es necesario. Pero puedes encontrar una fórmula que te funcione. Quizá empezar ahorrando para financiarte nuevos estudios, o ir combinando tu actual trabajo con actividades en tus tiempos libres. Investigar por tu cuenta, llevar cursos en línea, inscribirte en talleres en las noches o durante las vacaciones, y así ir acercándote y dándole forma a tu nueva vocación.
Si es posible, consigue un trabajo de horario flexible que te permita estudiar en algún lugar. Y si no, puedes ir desarrollando un proyecto personal con algún amigo o posible socio. En algunos casos se pueden conjugar tu antiguo trabajo y tu nueva vocación. En otros, puedes ver la manera de empalmar de forma astuta para no quedarte en el aire.
Nunca es tarde. Nunca es ridículo. No hagas caso a quienes pretendan desmotivarte. Jamás sientas que empiezas de cero. Integra lo aprendido y tu experiencia. Así tu nuevo oficio se enriquece de quien eres tú. Tu trabajo es parte de tu identidad. Déjate ser. Quizás ya le sacaste suficiente jugo a lo sembrado en la etapa temprana de tu vida. Ahora permítete descubrir y desplegar eso nuevo que te hará feliz a partir de hoy.
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