Cuántas veces al día les damos órdenes a nuestros hijos –o los gritamos más bien– esperando que ellos cumplan inmediatamente esos mandatos. O cuántas veces, sin darnos cuenta, los sobreprotegemos y encubrimos sus errores y no les ponemos límites.
La disciplina positiva es una metodología que propone educar con amabilidad y firmeza, sin caer en el autoritarismo o en la permisividad. Se basa en el respeto mutuo y en la cooperación. Con la práctica de este método podemos enseñarles a nuestros hijos habilidades sociales, como respeto, responsabilidad, preocupación por los demás, solución de problemas y cooperación; así como habilidades para ayudar en el hogar, en la escuela o en la comunidad. Además, estimula a los niños a descubrir sus capacidades: alienta el uso constructivo del poder personal y la autonomía.
En esa línea, Mariella Vega Swayne, psicóloga psicoterapeuta de familia y pareja, del Centro Peruano de Audición, Lenguaje y Aprendizaje (CPAL), sugiere erradicar de nuestro repertorio frases irrespetuosas para nosotros y para nuestros hijos y recomienda reemplazarlas por otras:
- En lugar de decir: ¡Haz tu tarea ahora!, podemos decir: «¿Qué pasa con tu tarea? ¿Podemos hacer juntos una lluvia de ideas para encontrar posibles soluciones?»
- Recoge tus juguetes o ya vas a ver. «¿Qué juguetes quieres recoger primero: los carritos o los trenes?»
- Te doy un caramelo si te vistes rápido. «¿Qué tienes que hacer para estar listo para ir al colegio?».
- Esta vez yo lo haré por ti. «Confío en que vas a poder hacerlo por ti mismo».
- ¡No corras! «Detente».
- No hables con la boca llena. «Comemos con la boquita cerrada».
- Tiende tu cama. «¿Qué tienes que hacer para que tu cama esté ordenada?».
- Haz tu tarea. «¿Cómo vas a hacer para que tu tarea esté lista al final de la tarde?».
- Claro, como aquí tienen a su ‘empleada’ que les hace todo... «Vamos a conversar y definir las responsabilidades en casa».
- ¡Ese cuarto parece un chiquero! Ordena tus cosas. «¿Qué es lo que tienes que hacer para que tu cuarto se vea ordenado?».
- Cuando tengan sus hijos se van a acordar de mí. «Me siento muy alterada para hablar de esto ahora, necesito un tiempo para calmarme y luego seguir hablando del tema».
- Mientras vivan en esta casa, ¡se hace lo que yo diga! «¿Qué ideas tienen para solucionar este problema?».
- ¡¿Por qué no me contestas el celular?! «Cuando te llamo y no me respondes, me preocupo porque creo que te podría haber pasado algo».
- ¡Te lo dije! «Todos cometemos errores, ¿qué puedes aprender de esto?».
- Porque soy tu mamá ¡y punto! «Te escucho».
- Mira la hora que es. ¡Ya levántate! «¡Buenos días! Empezamos estirándonos y levantándonos de la cama».
- Ahora no. «Te quiero y me importas».
- ¡Cállate!, ¿qué no ves que estoy hablando-ocupada? «Espera que termine lo que estoy haciendo y voy a ayudarte».
- Déjame a mí que tú no puedes. «Confío en que podrás hacerlo».
- Quítate de ahí. «Permiso».
Es fundamental que cuando nos dirijamos a los niños mantengamos siempre un tono de voz respetuoso, evitando levantar la voz y manteniendo la calma.
Fuente:
Mariella Vega Swayne, Psicóloga del Centro Peruano de Audición, Lenguaje y Aprendizaje (CPAL).
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