Verónica Linares: "Sobre almorzar siempre gratis"
Verónica Linares: "Sobre almorzar siempre gratis"
Verónica Linares

El restaurante estaba repleto y el dueño no cabía de la emoción. Una vez más había dado en el clavo. Atrás quedaron los rostros escépticos de algunos de sus amigos cuando les contó que quería innovar en su local y abrir desde la hora del desayuno: “¿Crees que la gente se mande hasta allá para comer pan con chicharrón?”. Pero la respuesta fue positiva. 

Cuando inauguró -hace años- muchos dudábamos que llegaría al éxito que tiene ahora. Su local quedaba demasiado lejos de la carretera y para colmo al costado del restaurante más famoso del lugar. Pensábamos que sería un fracaso, pero él es un chef talentoso y tiene visión empresarial. 

Ese día lo ratificamos: la gente llegaba a eso de las once a tomar el típico desayuno tarde de domingo. Ya satisfechas y dado que los niños querían jugar, las familias se quedaban a hacer tiempo y casi sin darse cuenta tenían hambre –otra vez- y buscaban una mesa para empalmar con el almuerzo: qué buena idea. 

Todos degustábamos de nuestros platos de fondo, cuando comenzó una bulla rara. La gente dejó de hablar en voz alta y comenzó un cuchicheo. Comenzamos a preocuparnos y volteamos a mirar a todas partes. A lo lejos distinguimos al dueño del restaurante y a unas personas con chaleco y tablillas llenas de papeles. Eran fiscalizadores de la municipalidad que querían hacer una inspección –inopinada- del local.

Era muy extraño que justo el día de la inauguración del nuevo horario se les ocurriera hacer esa inspección. La gente comenzó a hacerse preguntas con todo derecho: tal vez se trataba de un local con problemas frecuentes o no tenían licencia para abrir más temprano. Suponían que los inspectores querían recorrer el local para salvaguardar la integridad y los estómagos de sus asistentes. Nada más alejado de la realidad.

Resulta que ese día el alcalde había llegado al restaurante para almorzar y como no cabía un alfiler, le propusieron esperar unos minutos en la barra hasta que se desocupara una mesa. Pero no quiso quedarse y se fue molesto porque, según él, había sido maltratado. A la media hora llegaron los fiscalizadores. ¿Ustedes creen que se trató de una coincidencia?

El dueño del restaurante nos contó que el alcalde es un asiduo comensal no solo de su local sino de todos los que abundan en el distrito. Como es la máxima autoridad de la zona, lo invitan a las inauguraciones y cuando va, los empresarios lo invitan por educación a volver. Él –muy obediente– regresa bien acompañado de familia y amigos.

Entre felicitaciones y risas se marcha sin pagar y se lo disculpan. Pero está visto que en este país el que es buena gente peca de tonto. Porque regresa no una sino muchas veces, es así como el alcalde es caserito de estos restaurantes y come siempre gratis.

Qué increíble nuestro país. Ese día todos estábamos indignados y no sabíamos qué aconsejarle al dueño. ¿Lo grabamos, lo ponemos en las redes? Por ahí alguien sugirió llamar a la Contraloría. Muy calmado el dueño del local dijo que no, porque temía que hubiese represalias. Además, en este caótico Perú, el sueldo de los fiscalizadores de la Contraloría lo paga cada municipio. ¿Se imaginan entonces sancionar a quien te paga tu sueldo?

Así está nuestro país. Hoy es el segundo debate, por favor, estén atentos a ver cuál de los candidatos tiene por lo menos una idea para erradicar a esta clase de funcionarios que creen en este dicho: “autoridad que no abusa, pierde prestigio”. ¡Tenemos que cambiar! 

 

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