Verónica Linares: "Somos informales"
Verónica Linares: "Somos informales"
Verónica Linares

Eran las 7 de la mañana y estábamos acompañando a los inspectores de Pro Transporte a un operativo en la avenida Arequipa. El objetivo era verificar que solo transitaran los vehículos permitidos. De pronto apareció una especie de tajador gigante que en la parte superior llevaba un letrero que decía “Taxi”. No era ni cúster ni auto, pero llevaba a ocho pasajeros. Un inspector lo intervino. 

El chofer se molestó y preguntó de manera altanera por qué lo paraban. El agente le explicaba que los taxis colectivos no podían circular. Que esos autos que cobran cinco soles por recoger pasajeros hasta llenarse y que paran donde sea no están permitidos -aunque circulen por todas partes- desde hace años.

El conductor salió con una respuesta inverosímil. Argumentaba que quienes estaban a bordo no eran pasajeros, sino una familia que lo había contratado para trasladarla. Mientras él reclamaba, los ocupantes insultaban al fiscalizador y le pedían a nuestro camarógrafo que se retirara porque estaban muy apurados. 

Segundos más tarde, la supuesta familia comenzó a bajar –cada uno por su lado- y se pusieron a buscar algún medio de transporte alterno. 

El conductor no solo no tenía permiso para circular por esa avenida, tampoco contaba con brevete y su SOAT era el de un auto privado. Eso significa que, en caso de un accidente de tránsito, no cubriría los gastos médicos a todos los ocupantes. Pero es obvio que todo este detalle no les interesa a los pasajeros.

Para empezar, nadie va a estar preguntando por los papeles del vehículo o del chofer antes de subirse. Los pasajeros solo buscan solucionar su problema: llegar a su destino a la hora y como sea. Ese es uno de los grandes problemas del país: No nos interesa el cómo, solo –de manera egoísta– queremos resolver nuestras necesidades.

Por eso tomamos combis en paraderos no autorizados, usamos la luz ámbar del semáforo como si fuera verde, vivimos en una quebrada a la espera de un huayco, vamos al mercado negro a comprar los repuestos de nuestro auto, usamos el enchufe múltiple como si fuera un alfiletero, salimos de juerga en carro, dejamos prendidas las luces del árbol de Navidad toda la noche porque se ve bonito, no tenemos plan de evacuación en nuestra casa en caso de terremoto, contratamos a una menor de edad para que cuide a nuestros hijos, llevamos al niño en el hueco de una station wagon, construimos nuestra casa en una zona de fábricas, inauguramos el local antes de sacar licencia de funcionamiento, etc.

Mientras dábamos la noticia del colectivo, por Twitter algunos usuarios de esta ruta me contaban que esa era la única forma que tenían de viajar debido a la poca frecuencia con la que pasaban los buses azules. Cuando se lo conté  al encargado del operativo, él me respondió que seguro esos tuits eran parte de una campaña con el propósito de desprestigiar la gestión del alcalde. Ese es el otro gran problema del Perú: las autoridades se lavan las manos y ante la crítica acusan “guerra sucia”. 

No avalo la informalidad, pero las autoridades son las llamadas a solucionar los problemas públicos que tenemos. No estamos en el país de Alicia y el Perú no está lleno de maravillas, sino más bien de incongruencias, abusos, negligencias y mucho caos. 

Si quieren ser gobernantes, deben asumir todo lo que eso significa. No basta con reprender o hacer normas, ni siquiera basta con querer hacer bien las cosas –que eso también suena a un cuento–.  Las autoridades deben ser capaces de resolver con astucia los problemas del país. Si no tienen eso claro, estamos perdidos y la informalidad seguirá reinando. Si no sabes cómo controlar el caos, no te metas a las ligas mayores. ¿Me pregunto si los dos candidatos que quieren ser presidentes tendrán esto en cuenta? Hoy es el primer debate, habrá que escucharlos.

 

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